

Fue la primera novela que llegó a mis manos. La leí de pe a pa en menos de seis meses. Me maravillaban los detallados relatos, las aventuras y los diálogos. El inicio de cada capítulo era como empezar una nueva búsqueda y hallar un gran tesoro. Con el paso de los años, así como un buen vino, la novela se fue poniendo más sabrosa. ¿O fui yo el que fui entendiendo mejor?
¿A qué novela me refiero? «El Señor de los Anillos». Una fantástica obra literaria de un noble y sufrido hombre, soñador y audaz: Tolkien. Hace unos días vi una película sobre él, llamada «Tolkien» justamente. Y me inspiró a escribir.
Inventó un mundo, un universo, un idioma, una cultura. ¿Increíble, no? Qué hermoso cuando un espíritu humano descubre su pasión y es capaz de hacerla crecer para deleite de todos. Este gran hombre dio a luz un mundo nuevo. Transcribió en papel y lápiz su mundo interior.
Batallas, aventuras, comunidad de amigos, traiciones, odio, amor, triunfos, pérdidas, llantos, tesoros, sueños, destino y eternidad. La pluma de un hombre nos enseña que en la vida habrá luchas. Como tú y yo, que luchamos contra la pornografía.
La trampa y el engaño de la pornografía



Ese hechizo que creemos que nos dará la felicidad o el refugio, cual anillo único. Ese «Anillo Único» que nos hace aparentemente invisibles y nos da un instante de gozo a costa de nuestra propia muerte o a costa de quedar a merced de ese señor oscuro que todo lo ve. Porque cuando te metes con el anillo único de la pornografía, no te das cuenta al principio, pero con el paso del tiempo quieres pasar más tiempo con él, como si fuera lo único que existiera en la «tierra media» de tu vida.
Incluso puedes llegar a ser capaz de sacrificar amigos, hermanos, trabajo, la propia vida, como le sucedió al buen Smeagol. Convertido, transformado y ultrajado por el anillo, hasta convertirse en un ser irreconocible: Gollum. Un ser egoísta, solitario, cuyo destino fue una continuación de su propia vida: andar sin rumbo, hipnotizado por el anillo.
Son muchas las analogías que podríamos llegar a encontrar entre esta fabulosa saga y la pornografía. Me quedo en este caso con dos: la primera es la amistad y la segunda, la humildad de los pequeños.
1. La amistad



Lo sé bien por experiencia vivida. Deshacernos del «Anillo Único» de la pornografía es una aventura casi tan imposible como llegar a las puertas de Mordor. El anillo te reclama y no quiere que lo sueltes, que lo dejes, que lo abandones. Se rehúsa.
Quiere que lo poseas, para que termines siendo poseído por él. La aventura, en solitario, es imposible. El anillo es destruido en el fuego de Mordor gracias a la amistad. Gracias a la cooperación heroica de muchos.
No solo fue el esfuerzo incansable de Frodo y Sam, fue la sabiduría de Gandalf, la magia de los elfos, la garra de los enanos y la gallardía de Aragorn. ¿Piensas que podrás vencer solo la pornografía? Necesitas una «Comunidad del Anillo».
2. La humildad



La segunda gran enseñanza de esta obra es la humildad de los pequeños. ¿Te acuerdas de una de las escenas más grandiosas de la película? Sucede casi al final de la tercera: «El retorno del Rey». El momento en el que todos, incluidos el recién coronado Rey de Gondor, se arrodillan y le rinden honor a los héroes de la travesía: los hobbits. Los pequeños, los humildes. Nadie daba nada por ellos. Y terminan siendo los decisivos en la salvación del mundo.
Para vencer la pornografía nos tenemos que hacer pequeños, humildes. Saber que solos no podemos, que no tenemos la fuerza suficiente para vencer a este «Sauron» que todo lo ve. Necesitamos la humildad para reconocer que somos frágiles. Humildad para pedir ayuda, primero a Dios, que nos cuida y acoge con amor de Padre misericordioso. Humildad para huir ante el peligro o para pedir perdón ante una recaída.
Perdón especialmente a ti, para así volver a Dios. Perdón y paciencia. Sabiendo que a Sauron no se lo vence de un día para otro, ni por la fuerza, sino con sabiduría y humildad. Al final, quien se haga sencillo, será el que triunfe. Y tú: ¿Qué harás con ese Anillo?
Artículo elaborado por Matías Conocchiari.
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