El reloj acaba de dar las 10 pm y Justino se despierta para ir a trabajar. Lo espera la Fábrica de Maniquíes, lo esperan el silencio de la noche y el desafío del trabajo en soledad. Y es que este magnífico señor es vigilante nocturno. Le toca trabajar sin ser visto por nadie, sin la remuneración del aplauso ni las gracias después del servicio prestado. Solo los valores más altos de su corazón son testigos de sus buenas acciones.

Ellos rigen sus obras como un motor escondido. Justino destella una sabiduría inamovible que la serenidad de su mirada no puede ocultar. Las adversidades de su vida -el sueño, el frío, la soledad- no lo encierran en una amargura infructuosa, por el contrario, dedica sus energías y su tiempo a preparar con esmero e ilusión sorpresas gratas a los trabajadores de la fábrica, aquellos que llegarán a trabajar cuando él ya se haya ido y cuyas sonrisas no podrá disfrutar y solo le quedará imaginar. Es sugerente el contraste entre las obras de Justino y la inmovilidad de los maniquíes, entre el hombre verdadero y el hombre de mentira.

Él es una fábrica de amor, la verdad, en una fábrica de hombres falsos, los maniquíes. Pareciera reflejar la maravilla que el amor otorga a la vida humana, alejándola de la cosificación y la pura apariencia. «Todo cuanto quieran que les hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos» (Mt 7, 12), enseñaba el Señor Jesús. Y Justino nos recuerda las diversas posibilidades de hacer vida aquellas palabras en las acciones más cotidianas.

Incluso en medio de dificultades y en cosas aparentemente insignificantes se puede sembrar la luz del Señor. Y es que cuando la semilla es verdadera, aunque parezca asfixiada por el anonimato, crece y da mucho fruto. Basta ver esto graficado en la bondad que un humilde trabajador nocturno pudo hacer crecer en los corazones de todo un equipo de trabajo, que en un momento determinado lo esperó hasta tarde para retribuirle todos sus detalles y favores.

Siempre podemos realizar el milagro del amor y «el mayor premio es compartirlo» -como dice el slogan de la propaganda de la lotería- porque, como decía San Pablo, «hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, cuando dijo: ‘Mayor felicidad hay en dar que en recibir’ « (Hch 20, 35).

Que en este tiempo de Adviento podamos todos ir haciendo silencio e ir despojándonos poco a poco de nuestras faltas y creciendo en la caridad para poder acercarnos a escuchar en el pesebre la Buena Nueva de Dios, hecho niño en el silencio de la noche y el anonimato de un establo en Belén.