«La bailarina de Auschwitz»: razones para leer el libro

Si tuviera que hacer una reseña del libro «La bailarina de Auschwitz», tomaría prestadas las palabras que usó María, en su cuenta de Instagram @petralassaletta, para comentar sobre uno de los muchos que ella ha leído:

«Hay libros que iluminan: dan luz en tiempos de incertidumbre pero también hacen brillar aún más las certezas que tenemos escondidas.

A veces no sabemos cómo expresar lo que vivimos, ni decir las palabras adecuadas para quien las necesita: la autora de este libro sí que lo hace muy bien». 

¿Por qué leer «La bailarina de Auschwitz»?

Tal vez, a partir de ahí, con la visión que tengo como psicóloga y creyente, profundizaría en los temas que podrían despertar la curiosidad del lector.

Y así, convencerle de aventurarse en la inspiradora historia de Edith Eger, una doctora en psicología y sobreviviente del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. 

De verdad que estaba a punto de hacerlo así, pero ni siquiera pude comenzar. Me di cuenta de que nada de lo que planeaba escribir, iba a ser suficiente para hacerle justicia al mejor libro que he leído en mi vida.

Por eso he decidido romper las reglas e ir más allá de lo que se espera encontrar en un artículo que explica por qué cierto libro vale la pena.

Dudo que la carta que leerán a continuación llegue alguna vez a su destinataria, pero la hago pública para que quien sí logre leerla, pueda animarse a descubrir por cuenta propia, en la librería más cercana, sobre qué, pero sobre todo, sobre quién estoy hablando.  

Querida Doctora Edith Eger:

«Gracias. Creo que su valentía ha cambiado mi vida. Su historia ha sido un espejo de la mía, a pesar de ser tan distintas y, a simple vista, ni siquiera tener punto de comparación.

Sé que esto le ha sucedido a cada persona que ha leído su libro y le sucederá a cualquiera que vaya a aventurarse en sus páginas, no solamente a mí.

Es que como usted misma ha dicho, en aquellas líneas tan bien creadas: «El dolor y el sufrimiento son experiencias universales. ¿Quién no podría sentirse identificado, aunque nuestras vidas parezcan el palacio de Buckingham en comparación con Auschwitz?».

Me gustaría continuar contándole que las dos profesamos religiones distintas. Usted es judía y yo soy católica. Y no es que este asunto sea demasiado importante al intentar establecer una conexión con otra persona.

Pero necesitaba mencionarlo porque siento que, después de leer su libro y conocer todos los aprendizajes que ha ido cosechando a lo largo de su vida, soy una mejor creyente.

De alguna manera, al menos. Tal vez esto pueda sonarle un poco extraño pero a pesar de todo, siento que es importante decirlo:

Doctora Edith Eger, creo que, sin darse cuenta, usted ha encontrado a Cristo

Me encantaría explayarme con lujo de detalles acerca de por qué pienso algo así pero temo que si lo hago, esta carta terminaría siendo demasiado larga.

Además, podría acabar con toda la magia que se esconde en las páginas de su libro si es que alguien, que aun no la conoce a usted, llegara a leerla. 

De todas formas, considero importante que se lo vuelva a repetir: En mi humilde opinión, usted, sin darse cuenta, ha encontrado a Cristo.

Sí, Doctora Eger, usted encontró a quien marcó un antes y un después en la historia de la humanidad: Lo encontró en quienes le hicieron daño sin ser conscientes de lo que hacían.

Lo encontró en la persona más sanguinaria que se cruzó por su camino. En quienes le salvaron la vida, en quienes eligieron ayudarla en lugar de aprovecharse de usted.

Lo encontró en quienes estaban por cometer el peor error de sus vidas. En quienes habían perdido toda la esperanza, lo encontró en quienes se habían convertido en esclavos del dolor, sin saber que la vida les ofrecía otras posibilidades.

Pero lo más importante de todo es que logró encontrar a Cristo en la persona más importante de su vida: en usted misma. 

Le cuento que durante mucho tiempo pensé que no tenía derecho a sentir y expresar todo lo que necesitaba

«La bailarina de Auschwitz»: razones para leer el libro

Ante aquello que me sucedió y que no fui libre de elegir. Las pocas veces en las que intenté sentarme en silencio, a solas con mi dolor, siempre aparecía esa voz maliciosa dentro mí, para restregarme en la cara que en algún lugar del mundo, había alguien pasándola peor que yo.

Hasta antes de conocer su historia, pensaba que ese argumento era suficiente para obligarme a mandar mi dolor a la basura, o al menos, a esconderlo debajo de la alfombra, para no interrumpir el adormecimiento colectivo en el que parece estar sometida nuestra sociedad.

Doctora Eger, quiero darle las gracias por enseñarme que de todas las mentiras que he podido creer sobre mí misma, esta es, de lejos, la más cruel de todas. 

Después de muchos años de búsqueda, a la cual su historia ha contribuido más de lo que usted podría imaginar, he descubierto que la vida no se trata tanto de haber encontrado la verdad.

Se trata, más bien, de tener la valentía necesaria para ponerla en práctica en nuestro día a día, una vez que ella nos encuentra, o nos vuelve a encontrar.

Cuantas veces sea necesario. Confieso que aún me queda un camino bastante largo por recorrer, repleto de tropiezos y retrocesos.

Pero gracias a toda la sabiduría que adquirió durante los años posteriores a su liberación y que hoy comparte con el mundo, ya no tengo tanto miedo como antes. 

Gracias a su ejemplo, he podido volver a los versículos de los Evangelios

Aquellos que pasaba de largo sin darme cuenta o que meditaba sin comprender del todo, durante las últimas semanas santas de mi vida.

Aquellos donde, a pesar del terror que vivió, Cristo elige, libremente, sostenerle la mirada a la cobardía, a las injusticias y a las formas más bajas de crueldad.

Seguramente sabe que Él era judío, igual que usted. Y nuevamente le digo, no es que la religión sea un factor importante a considerar cuando se quiere amar a una persona por lo que es.

Sin embargo, lo menciono una vez más porque usted, en sus relatos sobre su paso por Auschwitz, pronunció una frase que, si bien no quedaron grabadas en las Sagradas Escrituras, puede que Cristo se la haya repetido a sí mismo, una y otra vez, durante su calvario:

«Soy inocente… todo va a estar bien»

«La bailarina de Auschwitz»: razones para leer el libro

Doctora Eger, gracias, una vez más, por recordarme que por el sacrificio del mismo Dios hecho hombre, yo puedo, con total convicción, pronunciar las mismas palabras en medio de mis sufrimientos.

Tal vez no tanto la parte de que soy inocente, porque la realidad es que no dejo de pecar todos los días. Pero sí la parte de que todo va a estar bien.

Y no solo después de la muerte, en la vida eterna que el mismo Cristo nos promete, sino aquí y ahora. En el «sagrado presente».

En medio de las peores tinieblas que no elegimos, pero que nos tocan enfrentar —y por si esto fuera poco, que nunca seremos capaces de olvidar—, podemos elegir ver la luz.

Podemos elegir dejarnos encontrar por ella y así, solo así, ser capaces de nacer de nuevo. Cuantas veces sea necesario. 

Gracias, mil veces gracias, querida Doctora Edith,
por recordarme que gracias a Cristo,
yo también puedo elegir ser libre.

Y ahora, ¿te queda alguna excusa para no leer «La bailarina de Auschwitz»? Es un increíble recurso para el apostolado que puedes usar en tu colegio, parroquia o universidad.

«La bailarina de Auschwitz» quedará en tu mente y en tu corazón para siempre. Si ya leíste este libro, cuéntanos en los comentarios qué opinas.

Puedes adquirir el libro aquí.

Artículo elaborado por Ale Cava.