

«Al principio Dios quiso poner un belén y creó el universo para adornar la cuna…». Así empieza este pequeño libro de Enrique Monasterio, «El belén que puso Dios». Este libro recoge cuentos de los distintos personajes que fueron testigos del Nacimiento de Dios hecho Hombre, cada uno desde una perspectiva distinta.
Pero no encontraremos en este libro un material muy complejo o una profunda clase de teología. Creo que, más que nada, es una opción para crecer en piedad y afecto, mientras rezamos junto al pesebre que habremos armado en nuestras casas. Una estrella, un pastorcito, un ángel, un borriquero llamado Moreno, una posada y un establo… estas son algunas de las voces que cuentan cómo se encontraron con un pequeño bebé y cómo, desde entonces, sus vidas cambiaron.
«El belén que puso Dios» es un libro adecuado para los más chicos, pero al mismo tiempo, lo recomiendo y mucho a los que ya no son tan chicos. Como una oportunidad para recuperar los atributos que Jesús nos ha dicho que son imprescindibles para entrar en el Cielo: la inocencia, la pureza, el corazón grande de los niños.
Así, despojados de todo lo que nos envanece, podremos arropar al Señor en nuestra alma, haciéndole una cuna, para que no vuelva a escuchar que no hay lugar para Él. Te comparto ahora cinco reflexiones a las que pude llegar luego de leer «El belén que puso Dios» y que me gustaría que pudieras meditar.
1. Un camino para sacudirnos la soberbia
Si hubiera una competencia en locura, creo que Dios sería el más loco entre los locos: ¿Aquel sin pecado muere entre ladrones como ladrón?, ¿el todopoderoso decide quedarse a la merced de los hombres escondido en un pedazo de pan?, ¿un Dios que decide hacerse hombre? Y no solo decide hacerse hombre, sino empezar su vida humana como un bebé, como cualquier otro, enteramente dependiente de dos buenas personas.
Santas, sí, pero humanas. Creo que esta es la invitación que nos hace Jesús en este tiempo: recordar que Él, con todo el poder y la gloria divina, supo hacerse pequeño e indefenso, para demostrarnos que el camino al Cielo empieza en un portal en Belén, en lo más humilde, en lo más frágil.
Si Él empezó su misión divina entre pañales, ¿Por qué nos es tan difícil renunciar un poco a nuestra propia opinión? ¿Por qué, a pesar de que Él nos dijo que si queremos ser grandes, hemos de hacernos pequeños, nos empeñamos en tomar el primer lugar y llamar la atención?
2. Un camino para hacernos más humildes
Nuestra lucha de toda la vida estará en buscar la verdadera humildad. Porque a Dios «El humilde le atrae, el orgulloso le aleja. Al humilde le protege y le libra, le ama y le consuela, y hacia el humilde se inclina y le colma de gracias, y después del abatimiento le levanta a gran gloria; al humilde revela sus secretos, le convida y le atrae dulcemente hacia sí» (Imitación de Cristo, 2, 3).
Para ganar en esta batalla, miremos al Niño en su cuna y meditemos en la ventaja de recorrer el caminito de infancia espiritual, el cual hizo santa y doctora a la pequeña Teresita del Niño Jesús.
3. Un camino para pequeños
En el libro «El belén que puso Dios» un burrito dice al Ángel: «¿Estás seguro de que no te equivocas? Yo soy solo un burro y en la posada donde vivo he visto montones de animales mucho más fuertes y grandes, pero sobre todo más hermosos que yo».
Pero la misión a la que Dios nos llama nunca depende de nuestras cualidades. Santa Teresita enseñó a una novicia suya: «Queréis subir a una elevada montaña, y Dios os quiere hacer bajar, y os espera en el fondo del valle de la humildad… El único medio de hacer rápidos progresos en las vías del amor, es conservarse siempre pequeña».
Esto es: no pretender llegar a Dios por nuestras fuerzas, porque no tenemos las suficientes que requiere la difícil batalla por la santidad. Es pretender llegar a Él porque, cuando nos agotemos en el camino y no seamos capaces de un esfuerzo más, Él nos tomará en sus brazos —como hacen los padres con los hijos pequeños que se cansan de andar— y nos llevará en sus hombros hasta llegar a casa, que es el Cielo.
Lo único que depende de nosotros, es no hacer la tontería de querer saltar desde los hombros, soltarnos, porque caeremos y nos lastimaremos. Por suerte, junto a nosotros seguirá el que es Padre y sabe cómo curarnos las heridas y volver a alzarnos para terminar el trecho. Solo tenemos que dejarle.
4. Un camino de madurez y audacia
Hacerse pequeño no es desentenderse de las responsabilidades, no es encapricharse por los juguetes que relucen, es como enseñaba también san Josemaría, dejar obrar al Espíritu Santo y robustecer y virilizar la voluntad: «Ser pequeño: las grandes audacias son siempre de los niños. —¿Quién pide… la luna? ¿Quién no repara en peligros para conseguir su deseo? “Poned” en un niño “así” mucha gracia de Dios, el deseo de hacer su Voluntad (de Dios), mucho amor a Jesús, toda la ciencia humana que su capacidad le permita adquirir… y tendréis retratado el carácter de los apóstoles de ahora, tal como indudablemente Dios los quiere».
Podemos pedir cosas grandes a Dios: ¡conversiones! ¡vocaciones! ¡santidad! Con la seguridad con la que los niños piden cosas grandes a sus padres. Pero, al mismo tiempo, tenemos que ser niños que trabajen por ganarse del Padre estos premios. Por «suerte», las medidas de Dios son desproporcionadas: una mirada de cariño puede significar una conversión, una oración confiada, una vocación, el esfuerzo por ser fieles, la santidad.
5. Un camino a nuestra medida
Hemos de recordar: Él quiere de nosotros algo muy concreto, y lo que nosotros podemos darle no puede dárselo alguien más. No podemos excusarnos diciéndole a Dios que somos pequeños, y que por eso no podemos. Eso sería falsa humildad, y no la verdadera pequeñez, la que sabe que Dios puede actuar desde nuestras miserias, y que incluso cuenta con ellas. Como dije más arriba, no son nuestras fuerzas las que le atraen. No las necesita. Él tiene todas las fuerzas. Solo espera nuestra correspondencia a lo que nos propone.
«Vengo a decirte, de parte de Dios, que, sin saberlo, has estado navegando por el espacio durante millones de años, con una meta bien precisa» dice el Ángel a la estrella de Oriente que guió a los reyes magos, en «El belén que puso Dios». Y así, la estrella más pequeña, que nadie nunca miró, atrajo a Melchor, Gaspar y Baltasar y brilló sobre un portal en Belén.
Fue una experiencia muy linda en a ver leído esto