Mi experiencia como médico aún es corta y limitada, y admiro en estos momentos a los miles de colegas en todo el mundo que dedican no solo su vida sino todos sus recursos a atender a quienes padecen distintas enfermedades del cuerpo y la mente. Estoy seguro que quizás muchos de ellos enfrentan realidades mucho más complicadas, ofreciendo su trabajo en lugares de guerra, con escasos medios para brindar la atención requerida, o en poblaciones marginadas en donde nadie más lo hace.

Sin importar cuál sea su orientación religiosa, estoy seguro que las vidas de estos médicos ya son en sí mismas un reflejo de la segunda parte del mandamiento más importante para los cristianos: «amaras a tu prójimo como a ti mismo» (Mat 22, 39). Aun así, haré mi mayor esfuerzo para describir algunos de los momentos más significativos durante mi carrera que me han acercado más a Dios y me han permitido ver las cosas desde otra perspectiva.

1. La fragilidad de la vida humana

La fragilidad nos hace más humildes y nos enseña a valorar lo que tenemos. Todos hemos experimentado la realidad de la enfermedad bien sea en nosotros mismos o en un ser querido, y es allí cuando descubrimos lo verdaderamente importante en la vida. Una de las grandes paradojas de la existencia humana es que muchos de nosotros solo valoramos la salud y la vida cuando somos conscientes de que las podemos perder.

Luego de haber compartido de manera cercana las historias de algunos pacientes y seres queridos, he observado algo que es común en la gran mayoría de personas a quienes he conocido en estas circunstancias: recordar la existencia de Dios en los momentos de angustia y desesperanza.

Aun así, siempre me deslumbra cómo esa fragilidad es al mismo tiempo perfecta, porque es capaz de estimular los sentimientos más fuertes de nosotros como seres humanos: el amor, la humildad, la compasión, la valentía, el deseo de estar allí para quien padece, y el abandono en un Dios a quien siempre podemos recurrir y en quien siempre encontraremos paz. Ser conscientes de mis debilidades y lo frágil de mi vida me lleva a descubrir y acercarme a un Dios que me espera con paciencia.

2. La autonomía y el libre albedrío

El respeto por la autonomía de los pacientes es imperativo en la práctica de la medicina actual y constituye además un principio ético. Sin embargo, muchos hemos podido experimentar en nuestras vidas o las de personas cercanas, cómo se puede usar esa misma autonomía para adentrarse en hábitos negativos que claramente amenazan la salud y la vida, como el consumo de sustancias psicoactivas, tabaco o exceso de alcohol, entre otras.

Algunas veces puede ser un poco frustrante intentar ayudar a una persona a través de todos los medios posibles, y ver que persiste en los comportamientos que causaron la enfermedad o que amenazan su vida. Pero ser médico no me da derecho de juzgar a los pacientes, sino al contrario, me reta a establecer una relación de confianza en la que pueda ser un medio para motivar a las personas a tomar decisiones acertadas sobre su salud y sus estilos de vida.

He aprendido que los cambios siempre son difíciles y toman tiempo, que se requiere de compasión y paciencia para acompañar a quienes, por distintos motivos, experimentan sufrimiento y dolor. A veces me gusta imaginar qué pensará Dios en esa misma situación: cuando nos obstinamos en permanecer en situaciones que traen dolor y malas consecuencias para nuestras vidas.

Es así como he aprendido que a pesar de nuestra incertidumbre y las malas decisiones que a veces tomamos en la vida, Dios es paciente y fiel, y está esperándonos siempre con los brazos abiertos. No para juzgarnos, no para condenarnos, sino para darnos el regalo de saber que tenemos a un Dios que camina a nuestro lado y espera que seamos libres de verdad, libres de todo aquello a lo que nos podemos apegar y nos puede causar dolor, y aprendamos a disfrutar de cada momento de la vida.

3. Todo ser humano busca la verdad y aprecia la honestidad

Nadie va al médico con síntomas que no entiende esperando que le oculten la verdad sobre su condición. Siempre se va en busca de la verdad, se quiere saber qué es aquello que está mal, cuál es la causa de los síntomas que causan malestar. Pero para encontrar esa respuesta también es necesario ser honesto sobre su condición, buscar ayuda y tener la motivación para mejorar.

Algo que he observado es que las personas valoran el saber que son parte del proceso, que pueden ser honestos con un médico a quienes muchas veces no conocen porque encuentran en esa persona alguien que quiere ayudarlos a buscar respuestas y alivio para su dolor.

Cuando somos honestos con nosotros mismos empezamos a vivir de verdad. Recuerdo mucho el pasaje que dice: «la verdad los hará libres» (Juan 8, 32). Y es cierto, cuando tenemos situaciones emocionales o espirituales que nos causan angustia, lo más difícil es es acercarnos a Dios y a otros con honestidad, sin pretender ser otra persona, reconociendo que se ha fallado, pero también con el deseo de hacer las cosas de una mejor manera y encontrar en Dios la ayuda para lograrlo. Aprendí entonces que el acercarnos con humildad y honestidad a Dios, siempre resulta en sentirnos mejor, en encontrar la fuerza para ser una mejor versión de nosotros mismos.

4. Hay un propósito mayor para lo que hacemos

Para nadie es un secreto que en cualquier profesión puede experimentarse burnout o fatiga, en otras palabras llegar a ese momento donde no hay una motivación en el trabajo, donde uno no se siente pleno en lo que hace, pero esa fatiga va más allá y afecta múltiples realidades de la persona.

Cuando he atravesado momentos difíciles durante mi carrera o casos que me han confrontado y me han hecho preguntarme si en verdad valía la pena continuar, me ha ayudado preguntarme por el propósito de lo que hago y tratar de vivir un día a la vez. Y allí es cuando aparece nuevamente la vocación, a lo que cada uno descubre que está llamado a hacer, el disfrutar la oportunidad de aprender algo nuevo cada día.

Recientemente trato de mantener una buena actitud aun cuando tengo días difíciles, casos que no entiendo, o estoy muy cansado. No es una tarea fácil, no siempre tengo éxito, pero quiero seguirlo intentándolo cada día.

Cada vez estoy más convencido que Dios tiene un propósito para cada uno, y cuando descubrimos ese propósito o al menos parte del mismo, podemos encontrar plenitud en lo que hacemos por más adversidad que encontremos en el camino.

 5. La diferencia de los pequeños detalles

Mantener una buena actitud en medio de situaciones difíciles es algo que admiro en muchos pacientes. Recuerdo que hace un tiempo veía a una paciente hospitalizada con un cáncer muy avanzado; cada mañana cuando le preguntaba cómo estaba, ella me respondía con una sonrisa: «estoy feliz porque Dios me ha regalado otro día de vida, y eso ya es un gran milagro».

Aún recuerdo que todos las personas a su alrededor salían más felices después de verla. Al hablar con ella descubrí que Dios ocupaba un lugar muy importante en su vida, y aunque era consciente que no había muchas posibilidades de recuperarse, le contaba a todo el mundo que encontraba esa alegría y motivación en Dios.

Aprendí que aunque no logremos entender el lugar que ocupa el sufrimiento en la existencia humana, siempre podemos amar a otras personas aun con el más pequeño de los detalles. Muchas veces el trabajo se hace pesado, los servicios están llenos, o me encuentro con personas con actitud defensiva u ofensiva. Cuando he intentado confrontar a las otras personas los resultados no siempre son los mejores, por el contrario, cuando pienso en la persona que tengo al frente, en las miles de situaciones que puede estar atravesando, o cuando simplemente me detengo, sonrió y saludo, el resultado siempre es bueno.

Tengo que recordarme a mí mismo que puedo ser la única persona con quien alguien podrá hablar durante el día, y tengo una oportunidad increíble para compartir algo de lo que recibo cada día. Creo que esta es la lección más importante que he aprendido, encontrar a Dios en lo sencillo. En la sonrisa de un anciano, en un saludo, en detener el ascensor para alguien que viene corriendo, en preguntar si puedo ayudar en algo. Cuando salgo de mi, de mi zona de comodidad, cuando pienso en el otro, es cuando más cercano puedo sentir a Dios en mi vida.