Siempre he tenido la convicción de que Dios sabe por qué pasan las cosas y de que Dios se vale del tiempo, de las experiencias y de las personas para enseñarme muchas otras.

En estos últimos años he aprendido (y seguiré aprendiendo) qué significa realmente ser amigo. Y ha sido uno de mis temas preferidos en mi oración con Cristo. Por ello, quisiera compartirles algunas de las lecciones que Dios me ha ido dando con respecto al tema de la amistad.

1. La verdadera amistad respeta el espacio, el tiempo y la libertad del otro

Cuando encuentras amigos de verdad, quieres estar con ellos, compartirles todo lo que llevas dentro, te sientes a gusto, puedes ser tú mismo. Pero, se corre el peligro de querer polarizar toda su atención. Y con los medios que contamos, incluso podemos ser invasivos e incómodos.

Me pasó hace unos años, en un viaje a México, que quise saludar a una amiga. Como no vive cerca, le mandé mensajes y le llamé por teléfono. Con mucha amabilidad, pero con gran sensatez me pidió que no le molestara tanto. Y se lo agradecí mucho, pues no me había dado cuenta de esto.

Tenemos muy buenas intenciones, pero muchas veces no nos damos cuenta de que podemos hacer más mal que bien. Los buenos amigos saben ponerse límites. Los buenos amigos no se presionan. Saben que tienen delante de sí una joya preciosa que no pueden romper.

Si quieres a tu amigo, dale espacio, dale tiempo. Él o ella no tienen la obligación de contarte todo lo que traen dentro. No tienen la obligación de decirte que sí a todo. No tienen la necesidad de estar de acuerdo contigo en todo. ¿Por qué? Por el simple hecho de que cada uno de nosotros es diferente y es libre.

Si Dios, que es mi gran amigo y pudiéndome obligar no lesiona mi libertad, sino que me respeta delicadamente, ¿con qué cara yo voy a herir la libertad del otro?

2. Nos viene muy bien que muchas veces nos digan «no»

Nos viene de maravilla que encontremos defectos y carencias. Hace unos días, otra amiga, ante una negativa que le ofrecí por una invitación que me hizo, me agradecía por decirle que no. Hay que ser claros y no nos debe dar pena decir «no».

Vivimos en una sociedad que dice «sí» a todo, pero que no sabe ponerse límites. Yo he aprendido a decir no y dar con claridad mis motivos. Si tus amigos realmente te quieren, sabrán respetarte y esperarte. Dios, que es mi mejor amigo, sabe esperarme con paciencia.

Él tiene todos los medios para ayudarme a superar mis malos ratos, pero espera el mejor momento, para que una vez que yo esté más receptivo y dispuesto, pueda acogerle de mejor manera.

Señor, te pido en este día la gracia de respetar la libertad de cada uno de mis amigos y amigas. Así como Tú me tratas, ayúdame a cuidar de cada uno de ellos. Tú me has llamado para ser reflejo de tu amor.

3. Mi amigo es tu amigo

Es una prueba de gran sinceridad y generosidad el poder compartir lo mejor que tenemos, ¿y qué mejor que los amigos? El año pasado, por estas fechas, cuando me encontraba realizando mis ejercicios espirituales de mes, nos leyeron una breve pero profunda homilía del P. Raniero Cantalamessa, OFM, predicador papal, donde hablaba sobre los amigos de Jesús, y este texto me dio mucho qué pensar acerca de mis amistades:

«Las amistades más seguras son las que se cultivan juntos, como pareja. Entre las amistades cultivadas separadamente, aquellas con personas del propio sexo crearán menos problemas que las de sexo distinto. Frecuentemente en estos casos es castigada la presunción, el hecho de creerse por encima de toda sospecha y de todo peligro.

Películas con títulos del tipo: «La mujer de mi mejor amigo» hablan del tema… Pero aparte de este hecho extremo, se crean problemas prácticos serios. El amigo no puede tener más importancia que el cónyuge. No se puede salir todas las noches con los amigos dejando al otro (¡con mayor frecuencia a la otra, a la esposa!) sola en casa.

También para las personas consagradas las amistades más seguras son las compartidas con el resto de la comunidad. Hablando de Lázaro, Jesús no dice «mi amigo Lázaro», sino «nuestro amigo Lázaro». Lázaro y sus hermanas se habían hecho amigos también de los apóstoles, según el célebre principio «los amigos de mis amigos son mis amigos».

Así eran las grandes amistades entre algunos santos, por ejemplo, entre Francisco de Asís y Clara. Francisco es hermano y padre de todas las religiosas. Clara es la hermana y la madre de todos los frailes». (Comentario al XVI Domingo del Tiempo Ordinario C, 2007)

Yo me pregunté, después de haber leído este texto: «Si Cristo es mi mejor amigo, ¿por qué me da pena compartir mi amistad con Cristo a mis demás amigos? ¿A Cristo le oculto amigos y amigas?». Si existe una amistad sincera y generosa, no podemos ocultar que tenemos mejores amigos y no podemos guardarnos los amigos para nosotros mismos, sino compartirlos con los demás.

4. La amistad en Cristo

Para los cristianos nuestra amistad no se limita meramente al plano horizontal, sino que estamos llamados a colocarla y vivirla también a un nivel vertical. Es decir, vivir una real y profunda amistad en Cristo.

Recuerdo que, hablando con varios amigos, los cuales me agradecían su amistad, les dije que mi mayor temor no era perder su amistad, sino que perdiéramos la amistad con Cristo. Le pedí (y les pido a ustedes también) que el día en que vean que yo les aleje de Cristo, no duden en cortar nuestra amistad. Cristo es mi mejor amigo y quiere ser también tu amigo.

Tengo amigos que no son amigos de Cristo. Muchos han tenido malas experiencias en sus hogares, parroquias, etc., y se han rebelado contra Él. Es muy difícil y duro encontrarte con estas situaciones. Me doy cuenta, en la gran parte de estos casos, que no conocen realmente cómo es Cristo. Se han quedado con una mala o pobre experiencia de Él. Me toca (y nos toca) revelar el verdadero rostro de este amigo. Me toca (y nos toca) dar el consuelo que solamente Cristo, amigo fiel que nunca falla, nos puede dar.

Termino estas líneas abriendo mi corazón a Jesús, el modelo de todo amigo, el Amigo con mayúscula: Señor, sé Tú mi mejor amigo. Te presento a cada uno de mis amigos y amigas. Son excelentes, pero te necesitan más a Ti que a mí. Dales tu consuelo. Ayúdales en sus necesidades espirituales y corporales.

Hazles reír como me haces reír. Enjuga sus lágrimas como Tú enjugas las mías. Diles que los amas con pasión como cuando me abrazas cada día en que te recibo en la comunión. Llévanos a todos al cielo.

Artículo elaborado por P. Alexis Iván Gatica Andrade.