

Hoy les presentamos un video que es uno de varios experimentos sociales producido por Ock TV.
Esta es una situación muy sencilla pero a la vez muy elocuente. ¿Por qué? Porque nos muestra una de las verdades más simples de la vida humana: Muchas veces de las personas que menos esperas, recibes más.
Cuando lo vi me acordé inmediatamente de uno de los últimos tuits del Papa Francisco:
Para cambiar el mundo, es necesario hacer el bien a quien no puede darnos nada a cambio.
— Papa Francisco (@Pontifex_es) octubre 18, 2014
Para explicar este punto quisiera usar las dos frases que nos deja al final el video:
1. Lo que damos a las personas puede cambiar una vida. El cambio del mundo comienza por el cambio de cada corazón y el corazón cambia, se transforma, cuando se sabe amado y es capaz de amar, de dar. Por otro lado, cuando damos, no lo hacemos porque lo que tenemos nos pertenece, damos porque lo que tenemos es gratuito; nada de lo que somos o poseemos es por mérito propio. Al contrario de lo que podríamos esperar, la vida que cambia en este video es la nuestra, porque nos hace ver que el acto del más pobre, del que tiene menos que dar, es el que tiene más valor. El mendigo no rompe en llanto por el dinero que recibió, rompe en llanto porque algo en su interior le recordó que hacer el bien es bueno en sí mismo y que aún en situaciones de miseria y fragilidad siempre podemos dar.
2. Nunca mires a nadie para abajo, a no ser de que le estás ayudando a pararse. Esto nos enseña una segunda verdad fundamental: que todos necesitamos la ayuda de los demás. Todos. Para darnos cuenta de esto creo que es necesario agudizar un poco nuestra vista. ¿A qué me refiero? Lo natural para todos es pensar que los mendigos y los pobres son los únicos “necesitados” y que nosotros ya lo tenemos todo o por lo menos lo necesario que es lo que a ellos les falta; pero incluso los que más “necesitan” muchas veces son los que más nos pueden dar y nos hacen tener esa rara experiencia en nuestro interior de que nosotros somos más pobres que ellos.
La realidad de la necesidad que tenemos de la ayuda de los demás, incluso de los que pensamos que no tienen nada que dar es ineludible a nuestra condición de seres humanos, es una de esas “enfermedades” que no se curan, pero como nos dice la Madre Teresa: “(…)Mientras no hayan manos bondadosas para servir y corazones generosos que den con amor, creo que jamás habrá una cura para la terrible enfermedad de no sentirse amado”.
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