

¿De qué sirve una clase de religión? Esta pregunta seguramente se la hacía a sí mismo el amigo de Lucas, profesor que a continuación presentamos brindando una introducción magistral de sus clases de religión. «No puedo creer que te sigas dedicando a eso» le decía su amigo mientras iba a dar clases. Ese comentario refleja la manera de pensar que encontramos en muchos ambientes de nuestra sociedad y que se podría sintetizar en unos cuestionamientos más profundos: ¿Dios? ¿Para qué? ¿No es cosa del pasado?
Este profesor, en su primer día de clases, salió al encuentro de estos y otros cuestionamientos que tal vez rondaban por las mentes de sus alumnos. Lo hace, además, dando una gran lección de creatividad apostólica y argumentación sólida que no podemos desatender. Sale al encuentro de las personas, parte del corazón de sus alumnos para poder guiarlos a constatar ciertas verdades que se ocultaban a sus ojos. Se dirige a ellos en su propio lenguaje, tendiéndoles una mano capaz de llegar al mundo interior de cada uno. Sigue aquella propuesta del magisterio en la que se resaltan los alcances de la reconciliación regalada por el Señor Jesús:
«No se trata del hombre abstracto, sino del hombre real, concreto e histórico: se trata de cada hombre, porque a cada uno llega el misterio de la redención, y con cada uno se ha unido Cristo para siempre a través de este misterio. De ahí se sigue que la Iglesia no puede abandonar al hombre, y que este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión».
¿Cómo lo logra? Les habla de diversas disciplinas -pintura, música, arquitectura y economía- insinuando una relación fundamental entre éstas y la materia del curso que luego termina evidenciando: la religión católica. Les demuestra primero que Dios ha estado presente en la historia inspirando las más elevadas manifestaciones humanas que ellos admiraban y que esto demuestra que, como decía el Papa Benedicto XVI, «Dios no quita nada, lo da todo». Por eso conocerlo fue, es y será siempre una necesidad humana, porque solo en Él se descubre el sentido absoluto que nos impulsa y permite vivir.
Dios, en palabras del profesor, nos concede la oportunidad de «escuchar de manera distinta», «apreciar la belleza», «conocer al hombre para evitar la crisis», «saber invertir» los esfuerzos de nuestra vida sabiendo bien dónde «ponemos el corazón».
Con todo lo dicho, este buen profesor le podrá tal vez responder a su amigo, a sus alumnos y al mundo: «¿Ya ven por qué me sigo dedicando a esto?».
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