Todos los años en Navidad escuchamos esta profecía de Isaías que nos habla del nacimiento de Cristo, Luz del mundo. Una Luz verdaderamente grande que llenó la vida de los hombres hace 2014 años y que hoy viene con la misma intensidad anhelante de llenarlo todo.
La Navidad es un acontecimiento de luz, es la fiesta de la luz: en el Niño de Belén la luz vuelve a resplandecer en nuestro cielo y despeja las nubes del pecado. ¡Cristo ha llegado para iluminar el horizonte de nuestra historia, para proponernos un nuevo futuro de esperanza!
Pero nosotros llamados a reflejar esta luz, hemos terminado haciendo añicos, como el cristal de un espejo, esa imagen y somos su reflejo solo a través de pequeñas esquirlas y astillas. No terminamos de acogerla y no permitimos que nuestra vida sea iluminada. Vivimos a media luz. Queremos dejarnos convertir, iluminar, pero no sabemos cómo.
Si nos fijamos bien, la respuesta nos la ha dado Dios el día de Navidad: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre » (Lc 2,12). La señal de Dios es la humildad (como nos dijo el Papa Francisco esta Navidad). La clave para dejarnos iluminar por su luz es acoger con humildad, sin miedo, la pequeñez de su ternura. Una ternura que viene así en pequeños destellos, en pequeñas alegrías llenas de luz como cuando vemos un bebe; su sonrisa, sus gestos, sus manos y pies pequeños. ¿Quién se resiste ante la ternura de un niño? Entonces, ¿por qué resistirnos a la ternura de Dios hecho niño?
Solo dejando que Dios nos quiera mucho, podremos ser reflejo de su amor.
¡No permitamos que el amor de Dios en nuestra vida se refleje solo en pequeños destellos de luz! ¡Dejémonos inundar por la luz de su amor! Eso cuesta, lo sé, pero acá viene de nuevo el consuelo de Dios que nos anima y nos invita a acoger esa ternura cuando más nos cuesta. Pues cuando está más oscuro la luz se percibe con mayor claridad. Nos dice de nuevo el Papa Francisco en su homilía de Navidad:
En la medida que nos dejemos transformar por esa ternura ¡todo será nuevo! ¡Jesús se ha hecho hombre, ha llenado nuestras noches de alegría y de luz, nos ha amado hasta dar su vida por nosotros en la cruz! ¡Vayamos a adorarlo! Y en su presencia dejémonos querer mucho y permitamos que Él convierta nuestros corazones.
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