

Decisiones equivocadas las tomamos todos. Llegar al final del día y darnos cuenta que pudimos haber aprovechado nuestro tiempo de mil mejores maneras es algo que nos ha pasado a todos. Quien logra darse cuenta de esto ya tiene el 50% del problema resuelto. La cosa se pone fea cuando dejamos de preocuparnos por el uso que hemos dado a nuestro tiempo; cuando llega la noche y nuestra mente y corazón no repasan – aunque sea ligeramente – el significado de ese día en el proyecto global de nuestra vida.
No quiero hablar de tecnología porque la tecnología no es el problema. Nadie puede pasarse días delante de una pantalla sólo porque la tecnología es atractiva. ¡Estaríamos locos! Creo que esto pasa cuando nuestra vida carece de un proyecto que la anime y por el cual valga la pena levantarse, peinarse y sacrificarse. Si la vida humana no se encuentra en una sana y humana «tensión hacia», que puede ser la propia felicidad, el encuentro con Dios, el conocimiento personal, la solidaridad social, la transformación de la sociedad, la construcción de una familia etc, entonces estamos aquí solo para matar el tiempo, para consumir nuestras horas de la manera más placentera posible.
Este es el terreno de cultivo perfecto para que la tecnología deje de ser un ámbito útil de trabajo y sana socialización para convertirse en una cárcel de placer y degrado personal. Pero lo mismo podríamos decir de muchas cosas, y cosas buenas, como la salud, el trabajo, las relaciones de pareja etc. Pienso que si no vivimos en tensión hacia un proyecto que nos enamore y nos dignifique como personas, que justifique elecciones difíciles y dé consistencia a una jerarquía de valores que nos permita distinguir unas realidades de otras, terminaremos colocando todas esas realidades a un mismo nivel e iremos escogiéndolas según el grado de satisfacción inmediata que nos ofrezcan, sin construir nada duradero, sin amar nada demasiado.
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