Pero vayamos por partes. Cuando una persona nace, empieza un proceso de aprendizaje que puede llevarlo, puesto de manera simplificada, a dos metas: a ser una buena persona o a no serlo. Como el objetivo de este curso es conocer cómo educar a los hijos para que sean hombres de bien y alcancen la tan ansiada felicidad, nos vamos a centrar en el primer resultado: ser una buena persona. Así, cuando un bebé nace, inmediatamente se da comienzo a este camino de humanización que debe dirigirse a realizar un comportamiento recto. ¿Cómo, entonces, se logra esta rectitud de conducta? Pues con autoexigencia, esfuerzo personal y, sobre todo, voluntad.
Al llegar a este punto nos encontramos con un problema fundamental: la voluntad no trabaja sola sino que tiende a aquello que le presenta el entendimiento. Es una facultad ciega. Es decir, que si la inteligencia no conoce lo correcto o tiene un error en el conocer –como cuando presenta el mal en apariencia de bien—la persona puede no actuar correctamente. También, a pesar de conocer el bien, puede ser incapaz de ejecutarlo.
Lo que escoja la voluntad tiene efectos transcendentes en el desarrollo de una persona: “cuando la voluntad elige y realiza el bien, esta se afirma, se afianza o “construye”, se “realiza” propiamente como voluntad con libertad: cuando elige y realiza el mal (pecado), se va autodestruyendo, anquilosando, va perdiendo libertad. Solo el bien, que lleva al amor a los demás y a Dios, realiza al hombre y su libertad”¹. Por esto es que podemos afirmar que para que la voluntad siga el camino que la conduce al bien, al verdadero, debe ser educada para que el hombre consiga su finalidad última que es encontrar la felicidad.
Educar significa, entre otros conceptos, que el hombre se vaya perfeccionando mediante el cultivo apropiado de las facultades específicamente humanas, aquellas que lo diferencian de los animales, como son la memoria, inteligencia, voluntad y afectividad. Sin embargo, es la voluntad la que realiza la educación porque es la facultad que gobierna la vida psíquica. “La bondad y utilidad de las restantes facultades y capacidades dependerá de cómo sean utilizadas por la voluntad. Por eso, se ha dicho que el problema de la educación de la voluntad es el problema central de la educación. Afirma en ese sentido Tomás de Aquino que los seres que tienen voluntad se llaman buenos en cuanto tienen buena voluntad, pues por la voluntad usamos de cuanto hay en nosotros, y por eso, no se llama bueno al hombre de gran entendimiento, sino al que tiene buena voluntad. (Summa Teologica I, q. 5, a. 4. ad 3.)”.²
Educar la voluntad hoy se hace una tarea difícil porque vivimos en una sociedad hedonista que esquiva y condena el esfuerzo, cambiándolo por el placer y la satisfacción inmediata. No se exige autodisciplina sino, más bien, se exalta las conductas espontáneas, irreflexivas y fáciles. Como no se valora la voluntad, tampoco se educa y esta omisión, desafortunadamente, está trayendo consecuencias conductuales en los niños y adolescentes. Esto se manifiesta en actitudes como la incapacidad para tomar decisiones personales; incapacidad para actuar, falta de perseverancia y mucha evasión de la realidad a través de, por ejemplo, la música estridente, la promiscuidad, el alcohol, las fiestas desbordadas, la droga, la velocidad, entre otros. Los más jóvenes tienen poca capacidad para comprometerse, para crear proyectos y llevarlos a cabo, porque están interesados sólo en vivir el presente evitando complicaciones. ¿Cuál es el problema con desear una vida tranquila? Que se convierte en una tragedia cuando éste es el único objetivo en la vida, porque una vida sin problemas es una utopía y no saberlo acarrea muchísimo más sufrimiento. No educar la voluntad tiene otras consecuencias graves, como la abulia, la apatía, la falta de concentración, el atolondramiento, la ansiedad, la conducta en función del capricho, entre otros.
El tema de las virtudes es complejo. Para explicarlo, nos apoyaremos en algunos conceptos del libro “La educación de las virtudes humanas y su evaluación”. 4, del famoso pedagogo español David Isaacs. El dice: “Se habla de virtudes teologales de virtudes cardinales, etc., pero quizá sin saber qué diferencia existe entre ellas. Aquí únicamente quisiéramos aclarar dos o tres cuestiones. Hay tres virtudes teologales –fe, esperanza y caridad-. Siguiendo a Santo Tomás, se pueden considerar como hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del alma para disponerlas a obrar según el dictamen de la razón iluminada por la fe. Tienen por objeto al mismo Dios. Estas son virtudes infusas, recibidas directamente de Dios. Sin embargo, también hay otro tipo de virtudes que son también infusas. Me refiero a las virtudes morales sobrenaturales. Éstas no tienen por objeto directo al propio Dios, sino que ordenan rectamente los actos humanos al fin último sobrenatural. Las virtudes morales naturales son adquiridas. Es decir, el hombre puede esforzarse para desarrollar la virtud más y mejor. La virtud adquirida difiere de la virtud infusa en que ésta última ordena al fin último sobrenatural mientras que la virtud adquirida mejora a la persona a nivel natural”.
En esta ocasión, para alcanzar los objetivos de este curso, centraremos el contenido en las virtudes adquiridas, que son las virtudes morales o humanas.
La familia es un lugar privilegiado para crecer. Es el único espacio físico y emocional en el cual la persona es aceptada por ser, por existir, por lo que es, y no por lo que hace. En otros espacios sociales, en cambio, la persona vale más por la función que cumple y por lo que puede aportar a nivel material. Por ejemplo, el jugador de fútbol será popular mientras meta goles. Cuando deja de hacerlo, se le retirará del equipo o dejará de tener fans.
A diferencia de la familia, la escuela no es una organización natural, sino una organización cultural que es subsidiaria en la educación, es decir, no es la primera educadora de los niños sino que apoya a los padres en la formación de sus hijos. Por eso son los padres, como vimos en el primer capítulo de este curso, los primeros responsables de la educación de sus hijos y, por tanto, son los que deben atender al desarrollo de los hábitos operativos buenos, que son las virtudes humanas. No se debe dejar esta tarea tan importante en manos del colegio. Este debe cumplir solamente una acción complementaria.
Si bien para educar mejor, es más efectivo tener un plan de acción concreto – sobre todo basado en los objetivos a donde queremos llegar – cuando se trata de educar las virtudes también hay que estar preparados para aprovechar los acontecimientos cotidianos de la vida familiar más que planificar actividades concretas. Esto no quiere decir que los padres no deben formarse en qué son las virtudes, cómo se educa cada una y qué elementos la constituyen. Más bien, es imprescindible que reflexionen sobre cada virtud y cómo se debe vivir con intensidad y con motivaciones correctas.
Aprender sobre las virtudes es un mundo fascinante. Al final de este capítulo compartimos alguna bibliografía recomendada para profundizar en el tema. Y es fascinante porque no trata sólo de formar a los hijos en la generosidad o la honestidad, por ejemplo. Sino también en la intención por la que uno es honesto. Pongamos un ejemplo: Juan tiene un problema económico muy grave y necesita dinero para curar a su hijo quien ha sufrido un accidente. Llama a Luis y a Ricardo y les pide que lo ayuden. Luis gana 1,000 dólares al mes y le da 100 dólares. Le dice que cuente con él para lo que necesite porque son amigos y siempre lo apoyará. Ricardo gana 10 mil dólares al mes y le da 200 dólares. Le presta el dinero para que no lo siga molestando y no lo llame más.
Si lo vemos desde fuera, Luis dio 100 y Ricardo 200. Objetivamente podríamos decir que Ricardo fue más generoso, porque dio más. Sin embargo, ¿cuál de los dos fue generoso y cuál no?, ¿cuál de los dos tuvo una intención realmente correcta?
Del mismo modo, educar en virtudes implica la totalidad. ¿Qué queremos decir con esto? Que, por ejemplo, uno no puede ser honesto en la oficina y deshonesto en una tienda. O decir la verdad en la casa pero no en el trabajo. O sé es honesto, o no sé es.
Otro punto importante es entender que un solo acto no supone una virtud. Para adquirir un hábito hace falta repetir un acto muchas veces. Sin embargo, tampoco se puede decir que alguien es virtuoso porque realizó unos cuantos actos repetidos al azar o en unas determinadas circunstancias o sin voluntariedad. La virtud supone una repetición de actos con sentido: sabiendo qué se hace y por qué se hace, y queriendo actuar así en cualquier circunstancia y ambiente, estén otros presentes o no. No se trata de repetir los actos tan sólo para poseer dicha virtud, como si la misma fuera un fin en sí y no un medio para alcanzar el bien. Por ejemplo: ¿por qué hay que ser ordenados? No sólo para que todo se vea bonito y limpio, sino porque ayuda a optimizar el tiempo y, lo más importante, porque permite una convivencia feliz al respetar los espacios de los demás. Cuando uno se centra sólo en conseguir el hábito, se corre el riesgo de inculcar la antivirtud. ¿Qué es la antivirtud? Sigamos con el ejemplo del orden: la antivirtud del orden son dos, el desorden y la obsesión por el orden, pues ambas conductas perturban la convivencia con los demás.
Para lograr la repetición se requiere algún tipo de exigencia. Esta exigencia puede ser operativa –los padres exigen que sus hijos hagan cosas– o preventiva –que no las hagan para que no se expongan a un peligro innecesario o para que no desarrollen algún hábito operático malo o vicio. Hay que tener claro que al exigir no se está quitando creatividad, espontaneidad ni libertad. Al contrario. ¿Cómo ser libres si no se puede escoger? Pongamos un ejemplo: si vamos a una heladería, y al niño sólo se le dice que hay helado de chocolate, ¿es libre de escoger? No. Es lo único que tiene al frente. Lo mismo pasa con las virtudes: ¿Cómo un chico de 15 años puede escoger ser generoso si nunca ha conocido dicha virtud? Por eso, cuando los padres son exigentes, más bien están educando la voluntad del chico y, por tanto, les están enseñando de qué trata la verdadera libertad.
1 GER (Gran Enciclopedia Rialp) Voz “Voluntad”; tomo 23. p. 676
2 Castillo Ceballos, G. (2009). La realización personal en el ámbito familiar. Pamplona : EUNSA, 2009. p. 126.
3 D´ Ors, E. Aprendizaje y heroísmo. Grandeza y servidumbre de la inteligencia. EUNSA. Pamplona 1973.pp. 29-35.
4 Isaacs, D. La Educación de las Virtudes Humanas y su Evaluación”. Editorial: EUNSA/Astrolabio. Madrid, Navarra 2003.