karma de taylor swift

Desde que era muy chica, me gusta escuchar las canciones de Taylor Swift, considero que sus letras la han vuelto reconocida mundialmente y hace poco vi que sacó una nueva canción en colaboración con Ice Spice: Karma.

Le di play… pero de pronto me quedé pensando. Sé que T-Swift es famosa por hablar de sus experiencias en la fama y en el amor con metáforas y símbolos. Sé que esta canción es también eso, que Taylor Swift no intenta hablar de religión en sí, pero la canción es como un himno al karma.

Suena como una canción de alabanza, del estilo de las que solemos cantar a Dios.

Creo que poner atención a esta canción me invitó a meditar en qué creo, qué alabo, qué considero que es una ley en mi vida.

Primero, ¿qué es el karma?

«Karma es mi novio, karma es un dios… dulce como la justicia, karma es una reina».

Tuve la oportunidad de estudiar en la India en 2020 y pude aprender esto: Karma (kamma) en sánscrito significa. Acción, pues supone una ley de causa-efecto que se encuentra en religiones nacidas en India (hinduismo, budismo, jainismo).

Juega un factor esencial en la vida que tendrás al reencarnar, que es una «condena» de seguir viviendo esta vida de sufrimientos hasta «pagar» el mal karma.

El concepto ha ido evolucionando desde entonces, pero, en general, afirma que nuestras acciones o pensamientos, si no son bien intencionados, se vuelven contra nosotros y afectarán nuestro destino.

Para evitarlo, debes hacer méritos para dejar de renacer o alcanzar el moksha. No hay un Dios que juzgue las acciones.

¿Qué diría un budista y qué diría un católico sobre «Karma» de Taylor Swift?

En la Revista Vulture, una monja budista explica que, de hecho, el sentirse superior o alegre por el «mal karma» que le está sucediendo a alguien mientras a uno le va bien, va en contra del karma. La compasión por la situación del otro debería ser la actitud correcta.

¿Y qué diría un católico? En un artículo, el sacerdote filipino Fr. Nono Alfonso SJ, inspirado en una reflexión del Obispo Barron, explica cómo Jesús consideraba esta ley:

«Si la ley del karma fuera verdad o real, que recibes lo que mereces, nos simplificaría la vida, y por eso es atractiva. En Lucas 13, Jesús pregunta si los masacrados por Pilatos o los fallecidos en la caída de la Torre de Siloé merecían morir así por pecadores y responde: “No”, sin siquiera esperar que otros respondan. Pensemos primero: si Cristo murió como murió, ¿es porque lo merecía? Segundo: su misión de redimirnos, ¿no tuvo sentido si seguimos pagando por nuestros actos? Como enseña Pablo: si recibiéramos justa condena por nuestros pecados, nadie se salvaría. Jesús en la parábola del árbol de higos, en la que el dueño quiere cortarlo porque no da fruto, pero el jardinero le pide tiempo para cuidarlo y sanarlo. Qué privilegiados somos, Jesús es nuestro jardinero: nos redime, nos sana. En Jesús tenemos oportunidades de arrepentirnos y recuperarnos de nuestros errores, pecados, pasado».

¿Dios no busca justicia?

Es difícil escuchar que Dios «todo lo perdona» o pensar que las acciones «no tienen consecuencias» cuando hemos sufrido un abuso o una injusticia, pequeña o grande. Pero ser críticos respecto a la idea del «karma» no se refiere a negar que nuestros actos tienen un efecto y no solo en esta vida, sino en la siguiente.

El mismo Jesús lo deja claro en la parábola de Lázaro:

«Pues bien, el pobre murió y fue llevado por los ángeles al cielo junto a Abraham. También murió el rico y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro con él en su regazo».

En su sermón, Jesús también dejó claro que, cuando hacemos el bien, Dios lo recibe como si fuera hecho a Él mismo:

«Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa» (Mateo).

Nuestros actos sí tienen consecuencias y son reprobables por Dios. Pero esa es la diferencia: que el cristianismo no lo ve como una ley de la que hay que cuidarse a cambio de pasarla bien, a mi conveniencia, y acabar con esta vida terrenal intolerable.

El mismo Jesús sufrió sin merecerlo. Cuántas veces nos vemos perjudicados por las decisiones de otros. No siempre hacer el bien recibe su merecido en esta vida. No debe ser esa nuestra motivación o desmotivación.

Cuando Jesús dice resumir la Ley a «Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo», podemos entender que Jesús da unas pautas demasiado sencillas para vivir en el amor. ¿Acaso el karma no dice lo mismo cuando dice «haz el bien que quisieras recibir»?

Pero el amor que damos a otros no es para recibir algo a cambio. Es para entender que somos hermanos, hijos de un mismo padre. Que el amor que te doy es el mismo que me daría a mí. Que no te uso en mi beneficio, sino que considero tu bien tanto como considero el mío.

¿Ley o amor?

Me gusta mucho cómo el apóstol Pablo nos habla sobre la ley y el amor. En sus Cartas a los Gálatas 3, explica que si vivimos bajo la ley, o sea, «el merecimiento» — que es como un «karma» de causa-efecto, «yo doy para que tú me des» —, entonces viviremos como si no
conociéramos a Jesús:

«¡Qué tontos son ustedes, gálatas! ¿Cómo se han dejado hipnotizar ustedes, a quienes se les presentó a Cristo Jesús crucificado como si lo vieran? Les preguntaré solo esto: ¿recibieron el Espíritu por haber practicado la Ley o por haber aceptado la fe? ¡Qué tontos son! ¡Empezar con el espíritu para terminar con la carne! ¡Haber probado inútilmente favores tan grandes! Pues en ese caso no les habrían servido de nada. Cuando Dios reparte los dones del Espíritu y obra milagros entre ustedes, ¿qué tiene que ver con la Ley? ¿No será más bien porque han acogido la fe?».