Es maravilloso ver cómo Dios se puede revelar en detalles que un día son imperceptibles y al otro nos hablan tan fuerte al corazón. Así lo sentí con el pasaje de Zaqueo. ¿Y qué tengo en común con Zaqueo? Nada, no soy cobradora ni sé cobrar, no soy la más temida de mi colonia, y nunca fui muy buena desafiando la naturaleza… ni siquiera a un árbol.

Un día de verdad quise encontrarle sentido a ese pasaje. Aunque bueno, sí, yo también soy chaparrita (bajita como decimos en mexicano), tal vez ese fue el único aspecto con el que me identifiqué en un principio. Quienes somos bajitos podemos repasar las innumerables veces en que hemos tenido que treparnos sobre algo para poder participar de algunos momentos.

Alzar la cabeza para alcanzar a ver lo que escribe la maestra, saltar para bajar algún objeto o empinarnos para visualizar a nuestro cantante favorito 🙄.

En el fondo había un Zaqueo dentro de mí

Muchas veces me siento menos que los demás con tareas tan sencillas como bajar algo de un mueble alto. Me han dado ganas de desaparecer y que nadie vea lo mucho que me cuestan cosas que para los demás parecen ser sencillas.

¿Qué cosas sentimos que nuestros hermanos, compañeros de colegio o de trabajo, amigas/os o famosos están haciendo mejor que nosotros? Algunas veces siento que Dios no me ve. Que si tal vez tuviera más cualidades para la Iglesia ya estaría dando retiros, cantando como Yatra para el Vaticano o viajando a islas recónditas de misión.

Siento que todavía soy un poco incrédula, que aún me duermo rezando y que muchas veces olvido lo que en oración me revela Dios (te recomiendo el curso online «Crecer en la vida de oración»). Pero para todo Zaqueo hay un Jesús «Cuando llegó Jesús al lugar, miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja en seguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa».

1. Jesús quiere que seamos protagonistas de nuestra historia

Dios mira hasta lo más alto de nuestras inseguridades, allí donde nos escondemos de nuestras vergüenzas, pecados y dudas. Allí mira Jesús sin miedo de encontrarse con nuestros ojos. Y nos dice: «¡baja!».

«Porque ya no quiero que veas la vida desde lo lejos o desde lo alto de tus fallos morales o intelectuales. Que te has quedado corto… sí, muchas veces, pero eso no es para esconderse. Yo creo en ti».

2. Tenemos una casa donde Dios quiere quedarse

Hubiera preferido hablar con Jesús en ese árbol seco y simplón. Pero Jesús no quiere quedarse en lo poco, quiere que reconozca que la casa donde se quiere hospedar es también esa casa interior. Nuestro corazón, nuestro espíritu, nuestros dones, nuestra herencia.

Jesús sabía que Zaqueo podía dar más de lo que él mismo creía. Como afirma el Papa Juan Pablo II: «Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y de nuestros errores, al contrario, somos la suma del amor del Padre por nosotros y de nuestra capacidad real de convertirnos en imagen de su Hijo…».

¡Eso es lo que somos! Nada menos, somos grandes para Dios, tanto que podemos hospedarlo «en nuestra casa» para que de este modo otros lo conozcan a Él también.

3. Sin el ruido del qué dirán: Jesús habla

Jesús habla, habla allí en nuestra «casa», en nuestro interior. Donde ya los juicios y miradas vigilantes de los otros se apagan por la mirada de compasión y ánimo de Jesús. Porque Jesús miró a Zaqueo no como Él se veía, ni como los demás lo hacían, sino como Dios lo veía. ¿Cómo nos ve Dios? ¿Cómo nos habla?

Jesús entra a mi casa, en el silencio, donde no hablan quienes me juzgan o me acusan, donde las expectativas que otros tienen de mí no existen. Allí en lo íntimo Jesús me dice quién sí soy. Soy amado, y su amor me transforma y me convierte al amor. A quererme como soy y a querer a otros al punto de darles todo lo que tengo y más.

La próxima vez que te sientas menos o desanimado, recuerda las palabras que Jesús le dirigió a Zaqueo. Recuerda que Dios tiene infinito amor para darte y que para Él siempre serás importante.