

Debo confesar que este video me ha hecho erizar los pelos. No hace falta decirles cuánto tiempo paso frente al celular trabajando en un apostolado digital. Por más que me pongo horarios, siempre los quiebro. Y es que parece que se me salieran las cosas de las manos. La consigna era: «el celular para el trabajo, con los chicos, lo guardo».
Y resulta que no solo no he podido cumplir eso, sino que no pocas veces me encuentro viendo videos y respondiendo mensajes con mis hijos al lado. Mis hijos tiene ocho, siete y cuatro años respectivamente.
No podría decir que están en una edad deliciosa, porque todos los años que ya han pasado cada uno con sus propios acontecimientos, dificultades y exigencias, han sido absolutamente maravillosos. He disfrutado desde sus llantos rabiosos sin explicación, hasta sus ocurrencias más descabelladas.
De un tiempo a la fecha, sin embargo, algo pasa. Entre el trabajo, los estudios y la casa, es como que quisiera sacarle el jugo al tiempo y en cada oportunidad que tengo miro el celular para ver si llegó un mensaje nuevo, si la página se cayó, si hay alguna falta en los posts. Si llegó un mensaje de la universidad, de la lavandería, el frutero, el gasfitero etc. En fin, siempre hay una buena excusa para estar consultando este aparatito que aborrezco tanto como lo necesito.
De pronto, en el universo de esas búsquedas, me encuentro con este maravilloso video. Y le tengo que dar toda la razón.
Los ocho años de mi primera hija se han pasado en un suspiro, aún recuerdo con muchísima nitidez el calor de su respiración en mi cuello cuando la hacía dormir. Le gustaba que la acurrucara en mis brazos con la cabecita apoyada en mi hombro, tenía meses.
Me escucho cantar una canción de cuna, cuando de pronto suena la puerta y es ella que llega corriendo del colegio a darme un beso tan efusivo como si no nos hubiéramos visto en años. No termina ni de respirar luego del beso y apresuradamente habla con rapidez y alegría contando los increíbles acontecimientos del día.
Segundos después es atropellada por sus hermanos que llegan exactamente de la misma manera. Y un cotorreo casi como de corral empieza ininterrumpidamente. Es una explosión de alegría.
¿A dónde se fue el tiempo?
¿Será que me estoy dando cuenta de la magnitud de ser el testigo principal del crecimiento de mis hijos? Creo que este comercial me hace pensar no solo en que «YO» me voy a perder historias maravillosas, y el construir relaciones hermosas con ellos. Creo que va un poco más allá. Soy su madre, mi esposo y yo somos los principales responsables de sus vidas. Los responsables de formarlos, de cuidarlos y protegerlos hasta que ellos lo necesiten.
Esas historias que como padres guardamos en la memoria y en el corazón, servirán para ayudar a nuestros hijos a conocerse como personas. No son simples anécdotas. Si prestamos atención, hay cosas que son muy marcadas ya !desde el nacimiento!
Podemos vislumbrar sus dones y ayudar a potenciarlos, así como también sus debilidades y apuntarlas con ternura y cariño, no como crítica, sino como conocimiento personal. Saber nuestros dones y nuestras debilidades, ver cómo se van manifestando en cada época es algo muy valioso. Nos ayuda a ser más señores de nosotros mismos. ¿Quién mejor que un padre puede conocer y conducir la infancia, adolescencia e incluso aconsejar en la adultez a sus hijos?
Construcción de relaciones maravillosas
El tiempo pasa volando, construye relaciones hermosas, no pierdas el tiempo, mira a tus hijos a los ojos, conócelos y ayúdalos a conocerse. Que un celular no te quite la vida, que sea un instrumento en el momento necesario. Cuiden los momentos importantes, establezcan reglas familiares que los conduzcan a amarse más, a escucharse y darse abrazos infinitos.
La labor de padre muchas veces nos sobrepasa, nos agota, pero recuerda, que la vida de tus hijos pequeños está en tus manos por muy poco tiempo. Es un regalo inexplicable, invaluable, valóralo.
0 comentarios