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«Descolócame, Señor, una y otra vez. Lo necesito.
Muéstrate siempre original.
Desinstálame de mi comodidad y mis seguridades.
Recuérdame que nunca te comprenderé del todo.
Ayúdame a recibirte de modos siempre nuevos.
Enséñame a no poner límites a tu acción en mí ni en los demás.
Avísame cuando estés llegando y no te esté reconociendo.
Empújame, al menos un poco, cuando esté mirando allí donde no vendrás.
Perdóname por creer que no puedes sorprenderme.
Prométeme tu presencia salvadora.
Regálame amarte esperándote.»
(Matu Hardoy, SJ)