

Hace alrededor de dos semanas fueron los Crossfit Games. Para quien no ha hecho Crossfit nunca en su vida, los Games son básicamente el mundial del Crossfit, donde atletas de todo el mundo se reúnen y compiten para coronar a los hombres y mujeres más «en forma» del planeta.
En los últimos años, mucho se ha hablado de esta disciplina. Varios lo califican como «demasiado exigente» o incluso como una «secta», pues quienes lo practican parecen no poder dejar de hablar de él.
En mi experiencia, luego de practicarlo por un par de años, puedo decir que aunque en general el mundo del «fitness» (no solo Crossfit) tiene su lado negativo (el culto al cuerpo siendo el principal), también tiene sus cosas positivas y valiosas y de hecho, podemos aprender mucho de él como cristianos.
Luego de ver los Games, reflexionaba sobre esto, pues aunque ya no practico Crossfit, siempre tendrá un lugar en mi corazón. Además, el ejercicio sigue siendo una parte importante de mi vida (incluyendo la espiritual). Justamente en medio de mi reflexión, me topé con este video del Padre Mike Schmitz que ilustra muy bien algunos puntos que vale la pena considerar:
*Puedes activar los subtítulos en español en la parte inferior derecha
Todos anhelamos ser vistos
Quien ha practicado Crossfit alguna vez sabe que uno de los aspectos más importantes es el sentido de comunidad. Es verdaderamente alentador que todos tus compañeros y entrenadores te pregunten y te llamen por tu nombre, te alienten cuando no puedes más y te ayuden a ser mejor.
Creo que el Crossfit puede parecer una secta pues a quienes lo practican o lo han practicado los une el sentido de camaradería y el haber sufrido juntos las exigencias del deporte.
Qué hermoso sería si en nuestros movimientos y parroquias fuera la misma historia. Cuánta gente a nuestro alrededor se aleja de la fe porque no se siente vista, aceptada o querida. El sentirse notado da a las personas un sentido de pertenencia muy grande que es necesario, pues así es el Señor con nosotros: nos llama con nombre y apellido. Mucho podríamos aprender de esto y muchos necesitan sentirse vistos y amados por nosotros.
Una fe funcional para la vida
En Crossfit uno de los principales objetivos es que los movimientos sean funcionales. En otras palabras, los ejercicios no solo sirven para estar en forma, sino que también son útiles en situaciones de la vida cotidiana como recoger algo pesado del suelo o cargar las compras del súper.
Algo de lo que menciona el Padre Mike es justo lo que a muchos nos cuesta: la coherencia, el comulgar la fe y la vida. Muchas veces decimos que «tenemos una vida cristiana» cuando en realidad toda nuestra vida debe ser cristiana, pues le pertenecemos a Cristo.
Que toda nuestra vida hable de Dios, que lo que aprendemos en la Iglesia, en nuestros movimientos o parroquias también sea «funcional» y lo llevemos al día a día, en nuestros trabajos, en nuestras aulas de clase y en nuestros hogares.
Una versión «escalada» de la vida espiritual
Muchas veces (por no decir todas), las rutinas de ejercicio son intensas, en especial para aquel que recién empieza. Lo bello del Crossfit es que siempre hay una versión escalada de la rutina, con menos peso o con variaciones de los ejercicios originales, de modo que cualquiera, sin importar su edad o estado físico, puede completarla sin sentirse fuera.
Y esta idea también podemos aplicarla a nuestra vida espiritual pues, así como no voy a levantar 100 libras de peso sobre mi cabeza, tampoco voy a rezar como seguramente lo hace el Papa. Cuando empezamos nuestro caminar, es necesario comenzar con versiones «escaladas» de la vida de oración (te recomiendo este curso sobre el tema).
Por ejemplo, si hacer oración es algo que nos cuesta, podemos empezar pequeño. De pronto ir a misa diaria, rezar un rosario todos los días o hacer la Liturgia de las Horas sea un poco abrumador, entonces empieza pequeño, haciendo una oración corta de cinco a 10 minutos por la mañana o por la noche y luego poco a poco ir incorporando aquellas prácticas que me acerquen al Señor.
La fe, como el deporte, es exigente. ¡Y qué bueno que lo sea!
Hacer ejercicio o practicar deporte en general significa sacrificio. Y algo hermoso de esa exigencia es que nos empuja a ser mejores, a cultivar virtudes como la templanza, la disciplina y la moderación. Cosas que son buenas y queridas por Dios.
Además, si haces ejercicio (sea Crossfit, ir al gimnasio, nadar, trotar o lo que sea) conoces la satisfacción que viene tras completar una rutina que creías imposible.
De la misma manera, el tener una relación con Cristo siempre va a ser exigente, y a ratos puede parecer imposible. Pero nada puede igualar esos momentos de gracia y de cercanía con el Señor que seguramente hemos experimentado en una o más ocasiones.
Dejarse entrenar por el Señor
Cada gimnasio (o «box» como se le suele llamar) cuenta con uno o más entrenadores. Y todo deportista sabe que si quiere ser mejor, se debe poner en manos de su entrenador, este sabe qué se necesita para dominar la disciplina.
De la misma manera, el Señor nos invita a dejarnos guiar por Él. Esto es lo principal en la vida cristiana: nuestra relación de amor con Aquel que nos ama y nos conoce. Y gracias a Dios por todos los otros «entrenadores», sacerdotes, consagrados y guías espirituales que el Señor nos ha puesto en el camino para ponernos «en forma» para el Reino de Dios.
Termino con estas palabras de una carta del Papa Francisco publicada en 2018 que creo que iluminan estas ideas:
«El deporte es una riquísima fuente de valores y virtudes que nos ayudan a mejorar como personas. Como el atleta durante el entrenamiento, la práctica deportiva nos ayuda a dar lo mejor de nosotros mismos, a descubrir sin miedo nuestros propios límites, y a luchar por mejorar cada día.
De esta forma, en la medida en que se santifica, cada cristiano se vuelve más fecundo para el mundo. Para el deportista cristiano, la santidad será entonces vivir el deporte como un medio de encuentro, de formación de la personalidad, de testimonio y de anuncio de la alegría de ser cristiano con los que le rodean».
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