El 27 de septiembre a las 5:00pm en el municipio de la Palma de la provincia de Pinar del Río en Cuba, como es normal en esta isla, las personas se aglomeraron en las calles y esquinas a la espera de un medio de transporte. Un carro, tractor, máquina o «gugua» que pudiera llevarlos o acercarlos a sus lugares de destino. Llegó la «gugua», como le conocen los isleños, y se llevó a las personas que estaban en el banco frente a mi casa.

Unos 10 minutos después veo que una mujer de unos veinticinco años regresa corriendo al banco, con angustia en su rostro busca algo por los alrededores. Un joven pasa y ella le pide prestado su celular para llamar a su propio móvil que se ha extraviado. Contestan… el joven se retira, luego de unos cinco minutos llegan dos niños de unos 11 años y le regresan su teléfono celular. Ella les da un beso y les agradece por su honradez.

¿No te sorprende?

Nos hemos ido materializando tanto, que este tipo de historias se hacen cada vez más utópicas. Tristemente es la realidad por la que estamos transitando, donde los valores más esenciales se han hecho tan líquidos que se nos evaporan de las manos y nos quedamos vacíos.

Esta historia que quise compartirte, pasó realmente. Mientras discretamente iba observando lo que ocurría, me pregunté varias veces: ¿por qué me sorprende que le hayan regresado su teléfono? Pienso que es porque constantemente estamos escuchando historias en las que el final es distinto. Tanto así que ya ni esperamos que se acabe la historia, sino que, tristemente, suponemos que pasó lo peor. Esto da pie a que reflexionemos acerca de dos cosas:

1. ¿Estamos perdiendo la esperanza en la humanidad?

A todos nos ha pasado que fruto de las trágicas noticias, del recuento de atrocidades y de presenciar o escuchar historias complejas, hemos cambiado nuestra forma de pensar. Hemos comenzado a ser, por así decirlo, desconfiados o recelosos. Es triste porque se pierde la belleza de confiar tranquilamente en las personas, de hablar sin temores con los amigos y familiares, esa riqueza de la pureza en las relaciones interpersonales se hace más lejana cada día.

2. ¿Qué estamos haciendo para que esto cambie?

Podemos quedarnos como simples espectadores o actuar. Todo está en tomar la decisión, esto termina siendo una silenciosa revolución contra una cultura fría y deshumanizadora.

Acciones sencillas como regresarte cuando quien te atendió en un establecimiento se ha equivocado con el dinero. Correr a devolverle a alguien una pertenencia que sin descuido dejó u ofrecernos a auxiliar a quien vemos en aprietos, recordemos que siempre podemos ayudar. Cosas pequeñas y sencillas hacen una manifestación silenciosa de la honradez y los valores que hacen grande al hombre.

Te invito a compartir esta historia, y te pido ayuda para que unidos podemos dar pie a una nueva cultura que humanice al hombre cada día y en donde la honradez sea siempre protagonista. ¡Cuento contigo!