

«Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes» (Juan 15, 16). Esta palabra de Dios la siento fuerte y verdadera en mí, fue Jesús quien me eligió, yo solo he respondido a su amor, una respuesta que nace de la oración.
En un momento de mi vida, Jesús me encontró y cambió mis proyectos: ¡Su esposa para siempre! ¡Qué hermoso, es maravilloso! Es siempre Él quien da el primo paso. El coro de una canción muy linda dice: «El Señor me llama cada día para confiarme un canto de amor».
*Se prohibe el uso de las imágenes que hacen parte de este artículo por derechos de autor.
Él confía en mí
Pero en mi corazón puedo decir sí o no. Yo di mi «sí» para siempre ya desde hace 44 años. Soy la Hermana Maria Patrizia Speculato, la tercera de siete hijos, nací con problemas de vista: cataratas congénitas, razón por la que mi visión es limitada. Estudié con el método Braille (escritura táctil y así fue como escribí este artículo).
Después de la secundaria que cursé en Nápoles, mi ciudad natal, frecuenté el curso de «massofisioterapia» en Florencia, ciudad de mi corazón, porque ahí maduré la decisión de ser religiosa.
Mi historia vocacional
Es muy simple, sin embargo hay algo que me sorprende todavía hoy, cuando pienso y descubro que desde adolescente sentía en mi corazón el deseo de donar mi vida a Jesus. ¿Pero de dónde me vino el deseo? del propio corazón de Cristo supongo. Porque yo no conocía ninguna religiosa, nunca había visto una, ni había escuchado nada sobre ellas.
Donde yo vivía no habían monjas y aun así yo sentía fuerte esta atracción que sin embargo poco a poco desapareció (solo momentáneamente). Pienso que fue Jesús, con su primera llamada para regresar con más fuerza luego de algunos años, quien finalmente me llevó al lugar indicado. Fue en Florencia, donde estudiaba, donde tuve la oportunidad de conocer a las religiosas (Carmelitas de vida apostólica).
Su serenidad, su estilo de vida, su servicio humilde y oculto, su amorosa dedicación al trabajo, encendió nuevamente en mí, el deseo de consagrarme a Dios que ya había sentido en la adolescencia, pero que en aquella época lo apagué por las atractivas del mundo.
Un empujón desde el cielo
Una de estas hermanas, intuyó en mí aquellos sentimientos. Comenzó a hablar mucho más conmigo y me ayudó a abrir mi corazón a la gracia, exhortándome a rezar a la Virgen Maria para que me ayudara a descubrir la voluntad de Dios.
Mi buena Madre del cielo no tardó en escucharme, porque comencé a sentir que algo cambiaba en mí. La luz interior que siempre crecía en mi espíritu, hizo que el mundo, las diversiones, las alegrías pasajeras y la moda que me gustaban tanto, comenzaran a perder su fascinación.
Cuando reconocí que se trataba de una verdadera llamada de Dios, hice todo lo que pude para responder con prontitud. Deseaba entrar con las «Religiosas Carmelitas de Florencia», pero por mi discapacidad visual no fue posible.
No era ahí donde Dios me quería para servir
Comprendí entonces que Dios había elegido para mí otra comunidad que me fue indicada por las mismas Hermanas Carmelitas. Aquella que respondía al diseño de amor que Él había establecido para mí desde la eternidad.
Terminé mis estudios, y en 1971 entré a formar parte de la «Comunidad de las Hermanas Hijas de Jesús Rey». Somos hermanas no videntes e hipovidentes de vida contemplativa. Aquí encontré una comunidad llena de gozo, muy alegre y acogedora.
Desde el primer día me sentí muy bien, me sentí amada y amaba a todas. En particular a aquellas hermanas más ancianas, tal vez porque me recordaban a mi mamá que había partido al cielo solo dos años antes de ingresar.
Encontré mi propósito y mi felicidad
Era feliz porque sentía haber alcanzado mi ideal, aquello de donar toda mi vida a Jesús. De hecho este ha sido siempre mi más grande deseo, ¡ser esposa de Jesús! ¡Darle mi vida solo a Él! Esto fue lo que me motivó a dejar a mi familia, y a superar cada dificultad en mi camino formativo hasta ahora.
Estar en la casa de Dios, como dice el Salmista, todos los días de mi vida, gustar la dulzura del Señor y admirar su Santuario (Sl 26). Sí, es verdaderamente bello estar en la casa de Dios, vivir con Él y para Él. Elevar a Él cada alabanza incesante, haciéndonos voz de cada criatura, implorando su gracia y perdón para toda la humanidad.
Me di cuenta enseguida que el estilo de vida de las «Hermanas Hijas de Jesús Rey», correspondía a las aspiraciones de mi corazón, deseoso de oración y de silencio para unirme más íntimamente a Jesús y con Él ofrecerme al Padre para su mayor gloria y la expansión de su Reino de justicia, de amor y de paz.
¿Qué hacemos en nuestro día a día?
Nosotras alternamos durante el día oración y trabajo. He encontrado la manera de darme como don en la comunidad y a las hermanas en los pequeños servicios. De esta manera vivo las dos dimensiones: contemplativa y activa. Esto le brinda infinita alegría a mi corazón porque sé que respondo al proyecto de Dios en mí.
Mi decisión ha sido la mejor desde mi ingreso. Por gracia de Dios no he tenido nunca ningún arrepentimiento por la decisión tomada que me hizo renunciar al trabajo que me hubiera ofrecido un porvenir seguro. Estoy convencida que el mejor servicio que yo puedo dar a la Iglesia y a la sociedad, es aquello de hacerme intermediaria con Jesús hacia el Padre.
Dos sentimientos se mueven en mi cuando pienso a mi vocación
El sentirme indigna de este don de predilección de parte de Dios, «¿Porque justo yo?». Y el enorme reconocimiento por ser objeto de su gran amor por mí. Recuerdo que sobre la imagen que entregamos el día de mi primera profesión estaba escrito: «Ni la eternidad me será suficiente para agradecer al Señor por el don de la vocación».
Siento sobre mí también las bellísimas palabras de nuestro Beato Fundador Juan Maria Boccardo: «La prueba de amor más grande del Señor a su criatura es la de llamarla a la vida religiosa y unirla a Él indisolublemente con los votos de castidad, pobreza y obediencia». Gracias, Señor Jesús.
Un poco de historia de mi comunidad
Las «Hermanas Hijas de Jesús Rey», como había dicho antes, somos hermanas no videntes e hipovidentes de vida contemplativa. Nuestro fundador es el Beato Luigi Boccardo, hermano del Beato Juan Maria Boccardo, fundador de las «Hermanas Pobres Hijas de San Cayetano», con la cual formamos una única familia religiosa.
De hecho tenemos las mismas constituciones y el mismo reglamento. Dos hermanos sacerdotes, dos fundadores, dos beatos. El Beato Juan Maria Boccardo, el mayor de los dos, fundó la «Congregación de las Hermanas Pobres Hijas de San Cayetano» el 21 de noviembre de 1884 en Pancalieri (Turin), debido a la epidemia del cólera que golpeó a la población, dejándola en una penosa situación, necesitada de brindar ayuda a tantos ancianos que quedaron solos y abandonados.
Esta familia religiosa, realiza su consagración en el servir a Jesús, a los ancianos, los enfermos, los niños y los jóvenes. En los sacerdotes ancianos y enfermos, en el servicio pastoral, en Italia y en tierra de misión: Brasil, Ecuador y Togo.
Después de la muerte del Beato Juan Maria Boccardo el 30 de noviembre de 1913, el cuidado espiritual de la congregación le fue confiado por voluntad del fundador, a su hermano, el Beato Luigi que se empeñó con todas sus fuerzas en dar continuidad a su espiritualidad y sus obras.
Luego de unos pocos años, le fue entregada también la dirección del «Instituto para no videntes de la vía Napoli» en Turin. Esto fue verdaderamente providencial, el canónico se dedicó como verdadero padre en la cura espiritual de las huéspedes, y entre ellas descubrió que algunas tenían el deseo de consagrarse totalmente al Señor.
Puede que nuestros ojos no vean bien, pero los ojos del alma sí que nos guían
Una de ellas, le confió que sentía la llamada a la vida religiosa pero no sabía a qué congregación ir a causa de su ceguera. Teniendo en el corazón este deseo, el padre se dio cuenta del bien que podía hacer, cuánta gloria a Dios podía dar una chica no vidente que se consagra al amor.
De esta manera la exhortó a rezar y a esperar el tiempo de Dios. El 2 de febrero de 1932 fundó la Comunidad de las Hermanas no videntes, a quienes les dio el nombre de «Hijas de Jesús Rey», tomado del santuario que él hizo construir años antes junto al instituto antes mencionado.
Nuestra misión
Nuestro fundador nos dejó como misión, el fecundar con nuestra vida de adoración, de oración y de sacrificio, las obras de nuestras hermanas cayetaninas de vida activa. De ofrecer nuestra propia vida por el papa, por la santificación de los sacerdotes, por la propagación y la conservación de la fe.
De promover la gloria de Jesús en el Santísimo Sacramento y del Corazón Inmaculado de María. La celebración de la Eucaristía, la liturgia de las horas, y la adoración. Todas estas son la riqueza espiritual de esta comunidad, junto al deseo de unirnos íntimamente a Dios, haciéndonos cargo de los sufrimientos y problemas de los hermanos y de la humanidad.
Si deseas saber mucho más sobre nuestra congregación puedes visitar nuestra página web www.suoresangaetano.org donde podrás encontrar nuestro email para poder enviarnos tus peticiones de oración.
No temas seguir a tu corazón
Por último quisiera decirte, ¡no temas al llamado del Señor! Si en tu interior el deseo de convertirte en religiosa brilla y arde con fervor, dile sí al Señor. Abandónate en Él con la confianza con que corre a los brazos de su padre un niño pequeño. Dale fuerte tu mano a María Santísima, no la sueltes. Dile con confianza: «Aquí estoy Madre mía, deseando amar a tu Hijo, deseando cumplir su voluntad».
¡Dios te bendiga y la Virgen María te ayude a caminar siempre hacia su hijo amado! ¡Viva Jesús y viva María!
Artículo elaborado por Sor Maria Patrizia Speculato.
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