

Uno de los dolores más traumáticos y duros en la vida del ser humano, incluso por encima de la muerte, es la ruptura de un matrimonio. La separación, el divorcio, incluso hay casos dentro del fuero católico en que el matrimonio termina siendo nulo luego de años de convivencia y el dolor de la separación, y sus consecuencias, son grandes.
Conozco una historia sobre una pareja de esposos sobrevivientes a un campo de concentración durante el holocausto. La esposa explica que a pesar de que esos años fueron realmente un infierno, el estar al lado de su esposo lo hacía llevadero.
Pocos años después de su liberación, esta pareja se divorció, y la esposa dentro de su dolor cuenta que preferiría volver a esos años en el campo de concentración, que haber pasado por la separación de su esposo. Al parecer, el ser humano está más preparado para aceptar la muerte que para aceptar un divorcio. Y en esto último no solo me refiero a los cónyuges sino también a los hijos.
Hay muchas causas por las cuales se puede dar la ruptura. Razones válidas, egoísmos, situaciones críticas en la vida, en fin. Sea como sea, en la mayoría de los casos constituye una decisión dramática que, cuando hay niños de por medio suele ser más difícil aún. Los hijos deberían ser el lugar de encuentro del matrimonio y muchas veces se convierten en el lugar de división.
Recordemos que los hijos son una encomienda de Dios
Así es, son una encomienda a nosotros los padres y es nuestro privilegio así como nuestro deber el formarlos y darles un hogar lleno de amor, confianza y seguridad para que se conviertan en adultos plenos. Es el hogar, la escuela por excelencia para formar y lograr seres humanos libres que puedan cumplir con el plan de Dios. Uno de nuestros deberes también es que sean felices.
Cuando un matrimonio acaba en divorcio, sea por las razones que sean, los hijos comúnmente se convierten en el objeto de disputas y peleas. La crisis de la pareja conlleva a la desestabilización de la familia y afecta tanto a los adultos, como a los hijos y a la sociedad en general como consecuencia.
Consecuencias del divorcio en los hijos
Existen un sin número de estudios que demuestran que las consecuencias de un divorcio en un hijo son devastadoras. Los hijos sienten amenazada su seguridad personal, numerosas veces se echan la culpa por la separación de los padres y toman como misión propia el lograr una reconciliación para ellos.
Esta es una situación que muchas veces los hace sufrir toda la vida, incluso entrada la edad adulta un hijo de padres divorciados puede desear que sus padres estén juntos siempre. Los hijos de padres divorciados tienen muchas probabilidades de ser psicológicamente inestables, producto de un rechazo que no debería, de ninguna manera, ser hacia ellos.
La ausencia de uno de los padres del hogar es irremplazable y ese vínculo es muy difícil de reparar. Los miedos a comprometerse, a ser auténtico y entregarse a otra persona para amarla toda la vida son inmensos. ¿Cómo es posible poner mi felicidad en las manos de otro que me puede rechazar? ,¿cómo es que puedo ser digno de ser amado para siempre si mis propios padres no lo consiguieron?
Yo soy una hija del divorcio
La separación de mis padres ocurrió cuando ya era adulta. Sin embargo, les puedo decir que las consecuencias para mí fueron así de devastadoras como las que leo en estos estudios.
El sentir que mis padres estuvieron unidos por nosotros y no por ellos mismos es una carga muy dura de llevar. Cargar con que de alguna manera sacrificaron sus vidas por nosotros es como haber vivido en un mundo ficticio. Por lo tanto, ¿qué fue lo que viví?, ¿fue mi familia una ilusión?, ¿es el matrimonio una ilusión?
En mi corto entender cegada por el dolor y la soledad, vivía en un mundo en el que para mis amigos la idea de que mis padres se separaban era algo normal, mientras que mi dolor era incomprensible. Llegué a la conclusión de que el matrimonio no era un camino de felicidad, que si dos personas se quieren y desean estar juntas no era necesario un papel o un sacramento para que esa unión fuera válida.
Fueron unos años dolorosos y si bien aún guardo la nostalgia de la familia que fuimos y también de los años tan felices juntos, puedo decir que gracias al manejo de mis padres y sus buenas relaciones en general luego de la separación, el dolor ha ido disminuyendo.
Gracias a la ayuda y al acompañamiento sobre todo de consagrados y matrimonios católicos que me enseñaron que el matrimonio es un camino de felicidad y que puede ser mi camino de felicidad, es que hoy, con esas heridas y miedos a cuestas tengo una familia que amo y a la que le dedico cada minuto de mi existencia. Descubrí que a la receta del matrimonio que yo tenía en mente le faltaba un ingrediente: Dios.
Volviendo la mirada hacia la Sagrada Familia
Leía en la «Relatio post disceptationem» de la undécima congregación general (Sínodo de la Familia 2014) lo siguiente: «En este contexto la Iglesia advierte la necesidad de dar una palabra de esperanza y de sentido». Y es eso exactamente lo que a mí me sucedió.
Fue en la Iglesia y en la figura de Jesús y la Sagrada Familia que encontré ese sentido que se había roto. Ese consuelo que como hija buscaba. Ese amor incondicional hasta el extremo por hacer feliz al otro, ese otro que hoy es mi esposo y son mis hijos.
A través de esta historia que como ven también es mi historia, los llamo a la reflexión de cómo hacernos cargo del divorcio y sus consecuencias, sobre todo en los hijos. Creo que primero centrándonos en la causa: El matrimonio.
Los matrimonios hoy en día terminan primero porque se entra al sacramento sin el conocimiento suficiente ni la preparación adecuada. Más aún, no solo es el desconocimiento del sacramento en sí, sino una falta de autoconocimiento de la persona. Te recomiendo la conferencia online «Conversaciones necesarias antes de casarse».
Por eso, surge la necesidad, que como matrimonios católicos, salgamos a anunciar el verdadero significado y compartir nuestra realidad con otros. Así como también, acoger a las familias que sufren ruptura y como comunidad acompañar a esos hijos y a esos padres en un proceso de reconciliación.
Es necesario enseñar a los matrimonios que los hijos son de Dios y no una cosa que se convierte en posesión de los padres (o de uno de los padres). Y por último, pero más importante, anunciar con nuestro ejemplo de matrimonio que en Dios el amor es eterno y que nuestro «sí» para siempre de su mano es una garantía de felicidad.
Está en nuestras manos, de alguna manera, el disminuir el sufrimientos de muchos.
Excelente artículo.
Comenten también cómo influye *la nueva era* en la concepción de Dios y del matriminio.