

Debo aceptar que no me esperaba encontrar un comercial tan sencillo y tan al punto. Sin ambigüedades y sin «inclusiones» forzadas.
«Fuiste hecha para esto»
Fuimos hechas para ser madres. Tan sencillo como eso. Nuestro cuerpo viene diseñado para albergar vida en él. Y esta capacidad no es accesoria, es algo dado que nos afecta el todo.
No me malentiendan. Esto no significa que todas las mujeres debamos o tengamos que ser madres. Sería una locura pensar así. La maternidad es una capacidad enorme que inunda todo nuestro ser. Que no se reduce a una función biológica. Sino que esa biología está unidad a nuestro espíritu y a nuestra mente. La maternidad es una capacidad propia de la mujer.
Don inmerecido de Dios que muchas veces pasa desapercibido. En otros casos incomprendido y hasta rechazado. La capacidad de ser madre la llevamos todas dentro, ineludiblemente.
Ser madre no es sencillo
Como nada de lo que es valioso lo es. La maternidad es un tesoro. Y como todo tesoro lleva tiempo, esfuerzo en la búsqueda y la alegría del descubrimiento. La maternidad es un tesoro enorme para la mujer, pero lo es también para toda la humanidad.
Es verdad que ser madre se expresa concretamente en el acto de tener un hijo, de convertirte en madre. De tener dentro tuyo una vida que se nutre de tu cuerpo y de tu sangre. Una vida, cuya intención suprema fue la de ser creada por amor.
Pero la maternidad no se agota ahí. La maternidad la viviremos todas, tengamos hijos o no. Y es fundamental vivirla en la dimensión que nos toque. Esa vivencia se relaciona directamente con el despliegue personal. Negarla trae mucho sufrimiento.
La maternidad la vives aunque no seas madre
Ese genio femenino del que tanto hablaba San Juan Pablo II no es de ninguna manera un reduccionismo al acto de ser madre (que en sí es un acto enorme). La maternidad es ineludible a la mujer, a ser mujer.
La maternidad tiene que ver con quienes somos las mujeres y la intención con las que fuimos creadas. Afecta en cómo nos paramos frente al mundo, seamos madres o no. Nos permite mirar la humanidad con otro prisma y conectar con ella de una manera muy especial. Una conexión profunda casi “desde las entrañas”.
Las mujeres, solo por ser mujeres, tenemos una forma de relacionarnos con el otro desde la conexión íntima con lo humano. Notamos los detalles, lo mejor del otro, lo que le apena, notamos con facilidad lo que el otro necesita. Y esto nos sucede a todas y en distintos grados.
Somos suficientes
Distintas al hombre, complementarias a él, pero completas. Hombre y mujer fuimos creados, cada uno con sus propios dones y características para caminar uno al lado del otro.
La ruptura y la incomprensión de esta diferencia nos juega en contra a todos. Nos hace difícil la vida. Esa necesidad de igualdad y competencia (que a ratos parece guerra) nos disminuye a todos.
Hombre y mujer estamos aquí juntos para nutrir al mundo de distintas maneras. Para liderar juntos, pero de distintos modos. No necesitamos ser iguales. No necesitamos competir el uno con el otro. En todo caso necesitamos aceptar la diferencia y enriquecernos en ella. La maternidad es ineludible a la mujer, seas madre o no.
Fuimos hechas para esto.
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