5 tips imperdibles para que tu lunes no parezca lunes
No he conocido aún a una persona que no haya hecho alguna vez algún comentario negativo sobre los lunes. ¿Por qué tiene tanta fama? Creo que es la resistencia que tenemos al empezar algo, mientras el mercado en general nos malacostumbra a tener todo fácil, rápido y cómodo. En un contexto así, lo que diré puede resultar chocante pero… ¡sorpresa! Hay que esforzarse para obtener las cosas que valen la pena.
Ok. Genial. Ahora ya sabemos que va a costar. ¿Qué se puede hacer al respecto? Te paso algunos consejos 😉
Soy la peor persona para hablar de poner buena cara por las mañanas. Fisiológicamente, creo que no estoy capacitada para hacer eso de buenas a primeras. Es como si a mi cuerpo le tomara unas cuantas horas para adaptarse a las condiciones climáticas, lumínicas, sonoras, etc., antes de recuperar su porte y expresiones acostumbradas. Hasta hace un par de meses atrás necesitaba mínimo 4 tazas de para comenzar a parecer un ser humano. Incluso tenía un compañero de trabajo que bautizó «las mañanas de Mabe» a la transición que tomaba lugar entre la Mabe de las mañanas y la de las tardes.
Pero –justamente por esta dificultad mía– descubrí que aunque cueste, si uno sonríe automáticamente empieza a sentirse mejor. Implica un primer vencimiento, sí, pero luego de ese pequeño sacrificio –y sin necesitar una sobredosis de cafeína– el día comienza a brillar, los pájaros cantan una melodiosa tonada, la gente parece más agradable y la vida es más bonita. En cambio, si se mira al día con malos ojos, el día aparece más difícil de sobrellevar. Es algo así como: «no trates a tu lunes como no te gustaría que tu lunes te trate a ti». Es una historia real. Prueba este consejo y me darás la razón.
«¿Verdad, Señor, que te daba consuelo grande aquella «sutileza» del hombrón-niño que, al sentir el desconcierto que produce obedecer en cosa molesta y de suyo repugnante, te decía bajito: ¡Jesús, que haga buena cara!?» (San Josemaría Escrivá, Camino, 626).
2. Darle un sentido (que no sea esperar al viernes)
¿A quién queremos engañar? Muchas veces lo que nos ayuda a sobrellevar el comienzo de la semana es el pensamiento de que 4 días después ya volverá a terminar. Aunque también debo hacer un mea culpa en este punto, perdón pero… ¡es un pensamiento patético! Es horrible que queramos «matar las horas», «matar los días». Como también decía San Josemaría, «el cristiano que mata su tiempo en la tierra, se coloca en peligro de matar su Cielo».
Es que Dios no nos ha puesto en la tierra para tomar jugo de coco mientras nos mecemos en una hamaca. Si esa hubiera sido su intención, la semana tendría solo tres días y serían viernes, sábado y domingo, y Él se hubiera ahorrado los primeros cuatro días de la semana. Sí, ya sé que este pensamiento es un poco absurdo, pero mi intención es ilustrar un poco mejor esta idea: el plan perfecto de Dios ha contemplado que trabajemos. No esta»mos de balde, no estamos para perder tiempo, ¡es muy poco el que tenemos!
Trabajar es propio de la persona humana y expresa su dignidad de criatura hecha a imagen de Dios.
¿Sabes cuántas virtudes puedes desarrollar trabajando, estudiando…? ¿Sabes a cuántas almas puedes ayudar? ¿Cuánto apostolado puedes hacer, dando un buen ejemplo, un buen consejo, enseñando…? Incluso, ¿sabes cuánto purgatorio te puedes ahorrar ofreciendo pequeños sacrificios, en medio de tus tareas diarias y ordinarias? Podría seguir y seguir, pero creo que ya me explico: tenemos miles de cosas buenas que esperar de cada día, miles de razones para mirar con optimismo lo que nos toca hacer y miles de tareas que, hechas bien y con rectitud de intención, podemos ofrecer a Dios. En síntesis, miles de maneras de crecer un poquito más en santidad.
«No puedo parar de trabajar. Tendré toda la eternidad para descansar» (Madre Teresa de Calcuta).
Supongamos que ya hemos decidido poner todas nuestras pilas para hacer un buen trabajo, para estudiar bien, para hacer, en palabras del P. José Kentenich, lo ordinario de manera extraordinaria. ¡Buenísimo! Pero te advierto que estas buenas intenciones no bastan.
No bastan porque no podemos valernos solo de nosotros, de nuestro ánimo o nuestras fuerzas para realizar deberes y cumplir responsabilidades que tienen un fin muy sobrenatural. ¡Y lo tienen! Porque el trabajo, por más noble que sea, por más perfectamente acabado que esté, no es un fin en sí mismo, sino un medio para ideales más altos. El más alto, pero asequible: la santidad.
En efecto, el plan perfecto de Dios ha contemplado que trabajemos. Pero si solo fuera esa nuestra meta en la vida… ¿qué nos diferenciaría de las hormigas, por ejemplo? En cambio, Dios ha querido para nosotros un objetivo mucho más alto, que es ser plenamente felices, a su lado. Por eso, nos ha llamado a ser santos. Eso implica cuidar la vida interior al mismo tiempo que se cuidan las realidades materiales y temporales.
«Pero ¡no tengo tiempo para todo!», –protestarán muchos–. No voy a dar muchas vueltas: no es cierto. No hay justificación para descuidar el trato con Él. Ora et labora, como reza el lema benedictino. Las dos cosas son compatibles, rezar y trabajar. Es cuestión de marcarse un horario y procurar cumplirlo, como se intenta llegar puntual a una cita importante.
Además de que se lo debemos, lo necesitamos. Cuando el día sea pesado y queramos llorar, quejarnos, contárselo a alguien, vas a ver que lo mejor que podrás hacer es ir a decírselo a Dios. Pero… tampoco seas como el amigo que solo te busca cuando tiene problemas. Sé justo, ¡y objetivo! Por más que sea más fácil «estar mal», seguro también te pasan cosas buenas, y Él querrá charlarlas contigo.
«Reza diariamente durante 30 minutos, excepto cuando estés muy ocupado; entonces reza una hora» (San Francisco de Sales).
Apostolado… ¿un lunes? ¿por qué no? ¿Quién dijo que hay «días» para el apostolado? ¡Si debe ser algo de todos los días! Al mismo tiempo, vas a darte cuenta de que va a mejorar tu jornada de un modo insospechado.
No necesariamente vas a hacer algo grande. Raramente Dios te pedirá cosas grandes. Pero llamar a un amigo, acompañar un rato a quien lo necesite, ayudar a un colega a terminar ciertos pendientes, enseñar algo a un compañero, aconsejar a alguien, sonreír a los transeúntes o saludar a las personas con las que te cruzás camino al trabajo o la facultad –aunque creas que pensarán que estás loco –, son las cosas pequeñas, de las que abundan, las que Dios nos pide y dejamos que nos pasen desapercibidas. ¡Cuánto podemos ganar… y cuánto estamos dejando que se nos pierda!
Si un día físicamente no nos encontraremos con nadie, pero nos toca sentarnos frente a un montón de libros y asimilarlos antes de un examen, podemos considerar a cuántos ayudaremos con nuestro estudio, cuando este se nos presente aburrido, agotador, excesivo. Rezar por esas personas y volver a concentrarnos, evitando posibles distracciones. Aquí podemos recordar lo que decía el beato Pier Giorgio Frassati: “Sin una buena preparación profesional el apostolado no es eficaz”, quien además vivió su vida al servicio de los más necesitados.
Deja de mirar tu día, mirael de los demás, y vas a darte cuenta de que el tuyo también será más ameno mientras procuras hacer del lunes ajeno un lunes mejor.
«Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegría» (Santo Tomás Moro).
Quizás un cambio de perspectiva o de actitud no sea factible de un día para el otro. Pero ¡no te desanimes! Es un propósito que puedes renovar a diario. Quedan muchos lunes este año 😉
Gracias por tu reflexión, los son un poco aburridos, pero los puedo sobrellevar y sonreír 😄 Pero he encontrado tips para un trabajo en mi apostolado que no es necesariamente la actitud del lunes Un abrazo y muchas Bendiciones
Gracias por tu reflexión, los son un poco aburridos, pero los puedo sobrellevar y sonreír 😄
Pero he encontrado tips para un trabajo en mi apostolado que no es necesariamente la actitud del lunes
Un abrazo y muchas Bendiciones