

Con la intención de fomentar la lectura y comprensión de la nueva encíclica del Papa Francisco «Fratelli Tutti», he esbozado una serie de artículos acompañados de un recurso audio visual, para ir analizando y fomentando la lectura de este documento espiritual de nuestro Pontífice muy relevante para nuestros tiempos.
En el anterior artículo empezamos a comentar la encíclica, revisamos sus claves y el primer capítulo. Hoy nos metemos en el segundo capítulo, descubriendo las diversas aristas que nos presenta el Papa, y aprenderemos cómo apreciarlas más.
Durante siglos el ser humano aprendió por medio de historias. Las grandes tragedias griegas eran la forma en que las primeras generaciones de occidentales aprendimos sobre virtudes, crecimiento personal, honorabilidad y la necesidad de comportarnos bien, de ser buenos ciudadanos.
Jesús utilizó parábolas frecuentemente para enseñar las verdades más elevadas en una forma que estuviese al alcance de todos. Su enseñanza contrastaba por su sencillez y sus imágenes con el estilo complejo de los antiguos filósofos. Pero la profundidad de sus palabras solo se han ido descubriendo con el tiempo.
Me parece que, guardando las distancias, es similar a lo que ocurre con la lectura de algunos clásicos. Por ejemplo, «El Principito», novela de Antoine de Saint-Exupéry. La primera vez que la leí como niño me gustó, aunque me parecía un poco extraña. Solo de mayor pude descubrir la cantidad de enseñanzas y de sabiduría que contenía. Su relectura siempre es fructífera.
Creo que el segundo capítulo de «Fratelli Tutti» pretende esto. Ayudarnos a desmenuzar las enseñanzas de Cristo para que nos podamos nutrir de todos sus condimentos y no solo de lo que a primera vista presenta. Este video lo explica más en detalle.
Un extraño en el camino
En estos días se han escrito bastantes comentarios negativos de «Fratelli Tutti», similar a lo acontecido con la encíclica anterior del Papa Francisco, Laudato si. Hay varios pasajes que solo entenderemos con el tiempo, cuando hayan pasado más años y veamos con perspectiva.
El segundo capítulo de «Fratelli Tutti» nos habla de la compasión del que no me conoce. Deja claro que el amor construye puentes, un ejemplo luminoso, un presagio de esperanza: el del «buen samaritano». El Papa nos cuenta que en las tradiciones judías, el imperativo de amar y cuidar al otro parecía restringirse a las relaciones entre los miembros de una misma nación. Pero el ejemplo de Cristo nos lleva mucho más allá, esta meditación sobre las Obras de Cristo podría ayudar a entenderlo mejor.
Todos estamos llamados al cuidado de los débiles y frágiles, al igual que el buen samaritano, a estar cerca del otro. La estatura espiritual de la vida humana está definida por el amor que es siempre «lo primero» y nos lleva a buscar lo mejor para la vida de los demás.
El Romano Pontífice nos lleva a mirar el modelo de buen samaritano. La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás. Que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos, levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común.
Aprender a conmoverse
El buen samaritano no solo no conoce al que sufre la injusticia, sino que además debería tener miedo de él. Aún así, es capaz de conmoverse y no ser indiferente. Es capaz de actuar de modo distinto.
La situación del herido toca su corazón y actúa en consecuencia. Utiliza sus propios recursos: usa su cabalgadura, su espacio en la posada, su dinero. Pero, sobre todo, pone su tiempo. Se hace responsable. No se limita a ayudar con recursos, sino que él mismo se entrega a la ayuda desinteresada.
«Fratelli Tutti» nos interpela a dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera. Entonces, ya no digo que tengo «prójimos» a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros.
Llamado a la intervención
El segundo capítulo termina con un llamado a intervenir. El Papa nos previene, para no dejarnos confundir y dar el puesto merecido a Dios. Concretamente, anima a que desde la catequesis y la predicación se incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos.
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