Estamos en la semana más importante de la vida de todo cristiano, la Semana Santa. Hoy celebramos el acontecimiento principal de nuestra Fe: El Señor Jesús asumió el camino de dolor y sufrimiento, en solidaridad con todos los hombres, abrazó generosamente la Cruz, signo de la mayor humillación y no dudó en asumirla para ofrecernos la libertad y la salvación de la fuerza del Pecado.

Yo les propongo que hoy miremos a Cristo en la Cruz. Contemplemos a Jesús. Hagamos silencio para que podamos escucharlo, para que sus palabras reconciliadoras entren en nuestro corazón. Meditemos en el significado de la Cruz para nuestra vida y la importancia que le damos.  

¿Por qué Jesús siendo Dios no escogió un camino menos doloroso, si pudo habernos salvado de otra manera? De todas las explicaciones que podemos dar al respecto, creo que la que mejor resume el sentido de este hecho es el Amor. Jesús tomó el camino de la Cruz, por el gran amor que tiene por el hombre, Él quiso tomar sobre sus hombros el gran peso que tiene nuestro pecado, porque al asumir el sufrimiento se hacia solidario con el dolor que experimenta la humanidad. La lógica de su pedagogía es la humildad. ¡Qué gran muestra de misericordia de Dios Padre de regalarnos a su Hijo para que tengamos vida!, ¡qué amor más grande el de Jesús al ofrecer su vida por cada uno de nosotros!

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Contemplar la Cruz de Cristo nos remite además a pensar que la vida del hombre tiene no pocos momentos de dolor y sufrimiento, padecemos la angustia, la incertidumbre y el desconcierto. Son estos momentos de mayor oscuridad donde el ser humano se pregunta. Si Dios es misericordia y es amor ¿por qué tengo que sufrir? ¿Dónde está Dios? ¿Por qué cargar una cruz tan pesada?

Es frecuente que tendamos a evadir, a huir del sufrimiento, a no enfrentar. Es en estos momentos cuando Cristo, que sufre en la Cruz, nos consuela y nos llena de esperanza. Él que ha sufrido desproporcionadamente conoce y se compadece de nuestros dolores. El Señor en estos momentos nos dice «venid a mí los cansados y agobiados, que en mí tendréis descanso« (Mt 11, 28).  Acudamos a Él, acerquémonos sin miedo y llenos de fe, pues Él nos espera y nos abre los brazos con amor.  

Sabemos que la historia no termina con la Pasión: después del sufrimiento y de la Cruz viene la gloriosa Resurrección. Jesús vive, Jesús triunfa sobre el poder del mal. Hace unos días el Papa Francisco en su homilía decía lo siguiente, pensado en este momento crucial de la vida del Señor y en la enseñanza que trae para la vida de cada persona:

«Jesús sabe que no termina todo con la muerte o con la angustia, y la última palabra de la Cruz: ‘¡Padre, en Tus manos me encomiendo!’, y muere así. Encomendarse a Dios, que camina conmigo, que camina con mi pueblo, que camina con la Iglesia: y esto es un acto de fe. Yo me encomiendo. No sé: no sé por qué sucede esto, pero yo me encomiendo. Tú sabrás porqué».

 

Aprendamos de Cristo y carguemos generosamente la Cruz. Así podremos ayudar también a otros a cargarla. Esta es la expresión más grande del amor que estamos llamados a vivir, especialmente en este Año Santo.

Que los misterios de la Pasión y la Cruz de Cristo nos renueven en el deseo generoso de seguir sus pasos, de acoger el llamado de Cristo de «tomar cada uno su cruz y seguirlo» (Mt 10, 38) y de acoger su misericordia en nuestro corazón para poderla participar a nuestros hermanos, especialmente los que más nos necesitan. ¡Abracemos a Cristo que nos tiende su mano en la Cruz! ¡Abracemos nuestra Cruz y caminemos junto a Él hacia la victoria que Él ya tiene asegurada!

Deseo que estos días santos sean una ocasión de mayor cercanía al Señor Jesucristo, que sea para cada uno de ustedes, tiempo de muchas bendiciones.