Ptolomeo, Aristarco, Copérnico, Kepler, Galileo, Newton, Einstein, Lemaitre, Hawkins, mentes fabulosas que observaban el cielo en búsqueda de señales que apuntaran hacia el origen del universo. ¿Quiénes somos y de dónde venimos?, ¿cómo funciona la naturaleza, el cosmos? El hombre se hace estas preguntas desde el inicio de la historia.

La ciencia ciertamente con su técnica y método ha tenido (y aún tiene) como motor, la ardua tarea de encontrar explicaciones universales y necesarias para entender no solo el funcionamiento de la naturaleza sino el origen e incluso el sentido de esta. Así como también el papel que el ser humano juega dentro de ella.

Las investigaciones científicas nos han llevado a lugares nunca antes soñados y la apertura a mayores descubrimientos es algo patente. Hace apenas unos días el mundo ha quedado maravillado con la primera fotografía de un agujero negro, una región en el espacio donde el tiempo y el espacio dejan de existir como los conocemos. Nada, ni siquiera la luz puede emerger de ahí. No vamos a entrar a explicar qué es un agujero negro ni cuál es su funcionamiento (para eso necesitaría por lo menos un máster en física cuántica y cientos de miles de horas de estudio).

Preguntas que nos han acompañado desde siempre

Ha surgido la pregunta sobre si será posible descubrir científicamente cuál ha sido el origen del cosmos y cómo es que se dio este. ¿Si la ciencia explica el origen del universo significa que Dios no existe?, o ¿ significaría que podrían llegar a descubrir o entender a Dios por entero? Ni lo uno, ni lo otro.

San Agustín de Hipona ya nos decía que «El Espíritu de Dios que hablaba por medio de los autores sagrados, no quiso enseñar a los hombre estas cosas que no reportan utilidad alguna para la vida eterna». Con esto no queremos decir que San Agustín desmereció la actividad científica, por el contrario, él era también un ávido científico. Tampoco quiso disminuir de forma alguna el papel de la investigación. Tal vez lo que quiso decir San Agustín es que la fe no está explicada en clave científica, sino en clave de experiencia personal (relacional con Dios).

La ciencia y la fe tal vez no tengan un diálogo tan fluido

Imagen tomada de BBC News «El agujero negro fotografiado es 6.500 millones de veces más masivo que el sol»

Diálogo que es necesario, pero que por el contexto histórico parece haber quedado distanciado. A pesar de esta distancia, ciencia y fe dialogan. Y tienen que seguir dialogando. Los descubrimientos científicos tienen un propósito. En nuestros días pareciera que este tipo de conocimiento que implica certeza y seguridad automáticamente constituiría una verdad irrefutable (hasta que una nueva teoría científica la complete o la refute). Y por otro lado, el conocimiento que se obtiene desde el aporte de la fe sería un conocimiento subjetivo, poco confiable, ya que no podría ser replicable ni experimentalmente comprobable.

Muchos miran la fe y la religión con este lente y consideran que el diálogo entre ellas es imposible. No se toma en consideración que existen otras formas de conocimiento además del científico experimental. El concepto de creación desde la perspectiva teológico-filosófica judeo-cristiana tiene a Dios como protagonista principal de la creación del universo. En ese sentido es distinto del origen del que se habla en el contexto científico. Y no se contraponen.

La Biblia y la creación

La Biblia habla de la creación del universo y no habla en términos científicos. Habla para revelarnos a Dios y la relación que el hombre y la creación entera tienen con Él. Entendamos además el tiempo de los autores sagrados, ellos se expresan de acuerdo con las concepciones culturales (y científicas) de aquella época. La función de la sagrada escritura, es llevarnos hacia Dios y no explicarnos los misterios del cosmos y las leyes que lo rigen.

Es verdad que aún no sabemos cómo articular bien un diálogo fluido entre ciencia y fe y sin embargo es necesario que apuntemos hacia ahí. La ciencia apunta hacia el conocimiento último del origen y «funcionamiento» del universo. La fe, entendida desde la filosofía y la teología, apunta a preguntarse el por qué de la existencia del universo cuando pudo simplemente no haber nada (Dios no tenía necesidad de crearnos). La verdad de la creación no dependerá de un modelo físico (aunque este exista). La noción de creación cristiana es completamente compatible con la actividad científica que busca el origen del universo.

«No existe oposición entre fe y ciencia; nos recuerda que hay amistad entre ciencia y fe, y que los hombres de ciencia pueden recorrer, a través de su vocación en el estudio de la naturaleza, un verdadero y fascinante camino de santidad» — S.S. Benedicto XVI.