Desde hace algunas semanas estamos presenciando una realidad que a muchos de esta generación les ha sorprendido. Pocas veces se había visto una situación parecida en las últimas décadas: una infección que en poco tiempo se ha convertido en el objeto de preocupación de todo el mundo.

Recuerdo que en los meses anteriores veíamos como un dato muy lejano esta enfermedad, dado que se había concentrado en China y pensábamos quizá que allí terminaría el asunto, no movía muchas preocupaciones.

Que la fe no se agote ante esta pandemia

Posteriormente cuando empieza a llegar a otros países en Europa ya era un poco más llamativo y se iba convirtiendo en un tema importante. Incluso no dimensionábamos lo rápido que se iba a extender y menos aún que empezara a acarrear tantas muertes.

Solo unos días atrás el asunto se volvió más serio aún. El coronavirus se ha convertido en una pandemia, una enfermedad que ha logrado extenderse a todos los continentes y que es inquietante especialmente por la dificultad en limitar su expansión.

Más aún el riesgo para la población vulnerable en la cual puede ser una infección letal, como se ha presenciado en ancianos en muchos países. Dada la situación, es explicable la cantidad de información que nos llega diariamente, educativa, preventiva e incluso con contenido que llega a trivializar esta realidad como pueden ser algunos memes.

Por lo tanto, con este artículo quiero agregar una reflexión que nos puede ayudar en estos tiempos, especialmente a vivir una vida cristiana auténtica y testimonial. Les comparto algunos puntos:

1. El valor del sufrimiento

Ciertamente un aspecto de la vida cristiana es aquel que tiene que ver con la cruz y es algo que Jesús nos ha anunciado e invitado a vivir: tomar nuestra cruz y seguirlo.

No es que todo en la vida sean sufrimientos, sino que aquellos que llegan por nuestra condición humana y nuestra vulnerabilidad, han de asumirse con la actitud que el Maestro nos enseñó.

Es llamativo ver cómo algo que nos saca de un esquema cómodo y de nuestros planes, puede convertirse en una carga muy pesada. Especialmente porque no podemos evitarlo o huir como nos hemos acostumbrado en la cultura actual, que teme asumir el dolor o que piensa que el sufrimiento no tiene ningún sentido.

En este tiempo tenemos una ocasión muy propicia para vivir esta dimensión de la vida cristiana, sin olvidar que estamos en las manos providentes de Dios, abiertos a una mirada de fe y de esperanza.

2. Mantener la mirada en Dios

No es raro que algunos piensen que una situación como esta tiene un carácter apocalíptico y que se empiecen a especular mayores catástrofes y sufrimientos como posible etapa del fin del mundo. Otros quizá piensen en una cuota de castigo divino o algo que Dios ha querido para enseñarnos y que nos convirtamos.

Ciertamente es una situación que nos sobrepasa y que pone en evidencia nuestra limitación, nos cuestiona y angustia. La mejor manera de aproximarnos es tener fija la mirada en quién es Dios. Aquel Padre amoroso, providente y fiel que siempre querrá lo mejor de nosotros.

No dejemos que nada ni nadie nos arrebate el don de la fe y la esperanza. Pidamos a Dios esta gracia, de ver la realidad con una lógica más sobrenatural.

3. Vivir en lógica cuaresmal

A veces tenemos la inquietud por entender la lógica divina y los designios de Dios. Nos podemos hacer la pregunta sobre el sentido que tiene esta epidemia en el mundo y en nuestra propia vida ¿Tendrá algún signo de Dios?

¿Querrá Dios mostrarnos algo con toda esta situación, incluso con lo injusta y dolorosa que es? Ciertamente el dolor, el sufrimiento y la enfermedad son un misterio. Lo que sí puede darnos claridad es que al tener una mirada espiritual de los tiempos actuales no podemos olvidar que nos encontramos en el tiempo de Cuaresma.

Que ya tiene una invitación clara de Dios para dejar que Él transforme nuestro corazón y nos prepare para su misterio pascual. Nos servirá mucho traer a nuestra vida cotidiana la oración, el ayuno y la limosna.

Pienso que vivir en cuarentena es una ocasión muy propicia para estas tres actitudes. ¿No es acaso el cambio de mis planes y mis gustos un sacrificio que puedo ofrecer al Señor, no será nuestra mejor manera de ayunar?

¿No será provechoso tener más tiempo para la oración cuando muchas veces nos quejamos por falta de tiempo? (Te recomiendo el curso online «Crecer en la vida de oración») ¿No es una hermosa ocasión para orar por los otros, por los enfermos, por los que más sufren, por los que están trabajando en pro de los demás?

Aprovechemos también para pensar en cómo ayudar y servir a los necesitados y tener una actitud menos egoísta e indiferente. El papa nos recuerda que con estas palabras lo siguiente:

«En esta situación de epidemia, en la que nos encontramos viviendo más o menos aislados, estamos invitados a redescubrir y profundizar el valor de la comunión que une a todos los miembros de la Iglesia».

4. Fidelidad con creatividad

A veces las coordenadas parecieran no ayudar. En muchos países como medida preventiva se han cerrado también las Iglesias, se han suspendido reuniones, encuentros de todo tipo, dentro de ellos los religiosos.

En estos casos es importante mantener vivo el espíritu, de oración, de comunión eclesial y encontrar maneras creativas para seguir adelante la vida espiritual personal y comunitaria.

5. Personas, no números en una estadística

He visto con tristeza noticias en algunos países en los que pareciera que se hace distinción en la dignidad de las personas. Por ejemplo, con aquellos ancianos que son los que más prevalencia de infección tienen. Ante el colapso del sistema de salud en algunas ciudades han sido marginados y se han tenido que hacer opciones de no «apostar» por ellos.

Ciertamente es complejo cuando no se tienen todos los recursos para atender a toda la población. Pero no debieran haber disposiciones políticas o en salud en donde les parezca apropiado no dar prioridad a una población, por ser menos útiles o eficientes en la sociedad.

Por otro lado, se puede ver esta aproximación reductiva a la dignidad humana cuando se piensa más en los efectos de la enfermedad en dimensiones de números y en estadísticas que en los efectos en las personas concretas, miembros de una familia, con seres queridos, con sueños y expectativas.

6. La solidaridad que nos hace hermanos

Semanas atrás podríamos tener la experiencia de «qué difícil situación, siquiera no es conmigo», «pobres personas, gracias a Dios aquí estamos bien». Con el paso de los días esta experiencia va tocando nuestra propia realidad y nos empieza a cuestionar, ya no estamos tan indiferentes.

Cuando llegan situaciones dolorosas hay dos maneras de aproximarse, una de ellas es pensar en lo que esto nos puede privar y quitar. Por ejemplo, pensar que las restricciones preventivas de esta infección como el privarse de algunas diversiones como ir a lugares públicos, de compartir con otras personas, los viajes, eventos personales y familiares, es algo que nos resta felicidad.

Pero hay otra manera de mirar y es con una óptica de caridad, más evangélica, sin un acento tan egocéntrico. Recordemos que no somos los únicos que estamos viviendo esto. Nos servirá pensar que no estamos solos, esta situación global nos puede hacer pensar en el otro como un hermano, que está necesitado, que sufre.

Aprovechemos este tiempo para ser solidarios, quedarnos en casa y tomar prevenciones, todo es por un bien social. Racionalizar los recursos y no acapararlos es un acto de caridad y misericordia, compartir en familia, dedicar tiempo para conversar y compartir tiempo con mis seres queridos puede resultar muy renovador y edificante.

Reflexión final

Como dijo el papa Francisco: «Que el Señor les ayude a descubrir nuevos modos, nuevas expresiones de amor, de convivencia en esta nueva situación. Es una hermosa oportunidad para redescubrir los verdaderos afectos con creatividad en la familia».

Finalmente, quiero invitarlos a que esta situación nos lleve a reflexionar qué actitud vamos a tener, cómo vamos a asumir esto. Es una ocasión especial para ser testimonio en el mundo, mostrar nuestra identidad cristiana.

Podemos dejar que la situación pase simplemente, aguantar y resistir, o permitir que Dios siga haciendo en nosotros. Disponerle nuestra vida y corazón para dejar que su presencia y su luz se manifiesten a través de nosotros en medio del mundo.