

Estos últimos tiempos nos hemos visto enfrentados a una enorme cantidad de ataques y cuestionamientos a la familia por parte de gobiernos e instituciones civiles. Y sin embargo, hay verdades que se mantienen por más que las ataquen desde todos los centros de poder.
La familia es la célula básica de la sociedad. Lo repetimos hasta el hartazgo, lo sabemos de memoria. A pesar de saberlo, quienes quieren resolver los problemas de la sociedad, rara vez se fijan en la familia: al contrario, muchas veces la atacan, y pretenden redefinirla, deformarla o darle «nuevos significados», con un único resultado: la confusión generalizada sobre su esencia. Con una sola excepción visible: el Papa Francisco, quien viene desde octubre del año pasado desarrollando una intensa catequesis sobre la familia, el matrimonio, el noviazgo, la paternidad, y temas cercanos. Es que para el Papa el panorama es claro: si esta humanidad en crisis tiene que resolverse y restaurarse de algún modo, no hay otro modo que comenzar por su célula constitutiva: la familia.
El seguimiento de las catequesis papales de los últimos meses nos hace encontrar perlas de sabiduría sobre la familia, que se han ido desgranando a través de sermones, audiencias generales, Regina Coelis y Angelus, y casi en cada oportunidad que ha tenido de dirigirse al público. Cada alusión del Papa a la Familia nos recuerda verdades que, a fuerza de darse por sentadas, se habían olvidado; se había perdido el «sentido común familiar» luego de 50 años de un individualismo casi autista de las sociedades occidentales.
Las catequesis del Papa versan sobre lo cotidiano del amor, y sin embargo no dejan de tener una profundidad asombrosa: tan profundo como sencillo, tan simple como sublime. Es que así es el amor conyugal y el amor filial: es al mismo tiempo fuente y corona del Amor de Dios. Cuando Nuestro Señor Jesucristo quiere enseñarnos cómo es el amor de Dios, nos lo presenta como Padre. Y cuando Dios crea al Hombre, lo hace: «A imagen y semejanza de Dios, varón y mujer los creó» (Gn. 1, 27).
Estos dos videos que presentamos hoy nos recuerdan la reciente homilía del Papa en Guayaquil:
«Las bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en amores duraderos, en amores fecundos y en amores alegres».
Las bodas de Caná: ¡El milagro que dio inicio a la vida pública de Nuestro Señor se hizo durante una boda! Desde allí la Iglesia siempre ha entendido que Nuestro Señor elevó a la unión conyugal a la dignidad sacramental. No es para menos, ya que Nuestro Señor, mediante la intercesión de su Madre Santísima, quiso «adelantar su hora» para alegrar este festejo, al mismo tiempo tan humano y tan Divino.
Amores duraderos: En la familia, el amor es para siempre. En estos videos vemos esto reflejado: el padre alimentando a la niña y luego la niña alimentando al padre. Repiten el mismo gesto de «Juego» que configura una tradición, casi podríamos decir un «ritual» de alegría y de cariño frente al alimento cotidiano.
Amores fecundos: Los matrimonios santos, los matrimonios realmente cristianos son fecundos. Y la fecundidad del matrimonio no se mide solamente en la cantidad de hijos que tienen, sino en el amor que dan, a sus hijos o a quienes acuden a su puerta en busca de ayuda. La verdadera fecundidad es la generosidad encarnada en los hijos y en todos los «prójimos»
Amores Alegres: De esta seguridad de la permanencia en el amor, del milagro del vino de laalegría renovada en la familia, de esta generosidad fecunda, se produce necesariamente la alegría. El amor familiar es un amor festivo, es un permanente festejo de lo cotidiano, una exaltación de lo más noble que tenemos como seres humanos. La única escuela de humanidad probada que existe es la familia.
La familia no solo es la célula básica de la sociedad: Es la célula fundacional, la célula irreemplazable, es la célula constitutiva y sin la cual ninguna sociedad es posible. Si cae la familia, cae la civilización. Es por esta razón que la familia es la merecedora de todos nuestros esfuerzos y desvelos. Nunca ningún sacrificio es «mucho» frente a la familia. En la familia recibimos todo gratuitamente, debemos estar dispuestos a dar todo gratuitamente también. En la familia se protege y se cuida a los más débiles, a los más desprotegidos. La familia es la escuela de todas las virtudes, el remanso de todas las pasiones, el refugio de todos los dolores. G. K. Chesterton lo dijo así:
«El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia».
Para evaluar personalmente:
¿Cómo están mis relaciones familiares? ¿Cómo me llevo con mis padres, mis hermanos, mis hijos? Si ya no vivo con mis padres, ¿Los llamo con frecuencia, los visito regularmente, me intereso por su estado de salud y sus necesidades?
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