¿Qué planes tienes para año nuevo? Esta frase empieza a invadir los almuerzos de la oficina, los grupos de WhatsApp, las reuniones pastorales y muchos lugares más. ¿Y tú qué has pensado? ¿Una parrillita frente al mar, una cena rica con tu familia, en la habitación de un familiar en el hospital, brindando con una copa de champagne con tus hermanos o hermanas de tu congregación religiosa, o en una fiesta bailando al ritmo del nuevo hit de Daddy Yankee?

Tú sabrás cómo celebras esta noche, pero ¡hay algo que tienes que tener en cuenta! Si eres de los que siguen a Jesús, ten cuidado. Por el amor de Dios, ¡no caigas en estos excesos!

1. Exceso de posesiones

Piensa en tu cumpleaños. Cuando hay invitados alrededor de la mesa y es hora de partir el pastel de chocolate seguramente no quieres que nadie se quede sin comer. Quieres que todos tengan un pedazo y que lo disfruten porque son tu familia o tus amigos.

¿Sabías que Jesús nos pide que veamos a todos los habitantes de este planeta como nuestros hermanos, como si estuvieran alrededor de tu mesa de cumpleaños? Entonces, ¿sabías que las necesidades de toooodos nuestros hermanos también deberían preocuparnos de alguna forma?

¡Pues bien! Llegó la hora de revisar nuestro armario para ver qué pantalones ya no nos quedan, qué camisas ya no usamos hace tres meses, qué zapatos tenemos empolvándose porque nos compramos unos nuevos, qué casaca la tenemos como museo porque nunca le quitamos la etiqueta, y el reto es sencillo: ¡dona!

Hay muchos hermanos esperando recibir un poco de tu torta de chocolate. ¿Asistencialismo? Mejor llamémoslo multiplicar tus panes. Hay muchos albergues, asilos, fundaciones de migrantes, habitantes de calle, incluso familiares o amigos que seguramente le darán una mejor utilidad que tú.

Esto también aplica con juguetes, medicinas, útiles escolares, libros, en fin. ¿Te imaginas reunir a tu familia, darles bolsas grandes y quedar una mañana para llenarlas con cosas a las que no les están dando una utilidad adecuada? ¡Sube el volumen de la música! Verás lo divertido que es bailar al ritmo de la solidaridad.

2. Exceso de ingratitud

Si te pidieran hacer un discurso de fin de año, ¿a quién mencionarías en los agradecimientos? Lamentablemente no todos tienen la oportunidad de pararse en un escenario de gala a dar las gracias en un discurso oficial. Pero todos tenemos la oportunidad de agradecer.

Piensa en las personas que te ayudaron con algún trabajo de la universidad, en los catequistas que fueron parte del equipo de confirmación. En la señora que hizo la limpieza en tu casa, en sacerdotes que te acompañaron espiritualmente. En el doctor que te alivió la gastritis, o en tus padres que siguen trabajando muy duro para que puedas tener tus estudios pagados.

Piensa en todo ser humano que sumó de alguna manera a tu felicidad en este año. Si quieres hacer un ejercicio más atrevido, piensa en los campesinos que cosecharon todos los alimentos que comiste, en las señoras que barren tus calles por las noches. En el sacristán de la parroquia que la abrió por las mañanas, en los bomberos que estuvieron atentos a que no te pasara nada, etc.

Y si ya quieres ser mucho más atrevido, agrega en la lista a la madre tierra que nos da las papas y el arroz, a tus pulmones que te siguen recordando que estás vivo o a tu corazón que no se cansa de latir. La lista es interminable si te vuelves consciente de toda la ayuda que recibiste. ¡Prepara tus aplausos! Tendrás muchísimos por repartir.

3. Exceso de positivismo

Una de las frases más curiosas que decimos los seguidores de Jesús cuando algo no nos sale como lo esperábamos es: «Por algo Dios lo permitió». Suena lindo, pero si no la entendemos bien ¡corremos peligro! A veces por solo ver el vaso «medio lleno» dejamos de usar uno de los mayores regalos que Dios nos otorgó: la inteligencia.

Ella nos ayuda a aprender de nuestros errores. Recuerda que Dios nos sigue creando cada día, no somos un «producto terminado», ¡estamos en constante aprendizaje! Por eso, ver las cosas que no nos salieron bien con una mirada analítica y responsable, nos puede ayudar a tener un próximo año mucho mejor de lo que esperamos.

Por ejemplo, ¿el retiro para jóvenes no salió como lo soñaste?, ¿tuvo muy poca asistencia? ¡Bueno! Atrévete a preguntarte si el diseño de la publicidad era atractivo o si pusiste los afiches con muy poco tiempo de anticipación. O si no tuviste las reuniones necesarias con el equipo de catequistas para motivarlos lo suficiente, en fin.

Otro ejemplo pueden ser los estudios, quizá no te fue tan bien este último semestre. Pregúntate si estás cuidando las horas de lectura que necesitas a la semana o si las estás cambiando por jugar Fornite o ir a muchas actividades pastorales.

Creo que un seguidor de Jesús sabe que su Maestro vino a darle vida y en abundancia. Por eso es muy hábil, humilde y valiente para analizar las estrategias que no le funcionaron en el año que pasará, para no repetirlas, para proponer nuevas y sobre todo, para agradecer porque seguimos a un Dios de segundas oportunidades.

Analiza lo que no te gustó en tu área familiar, estudios, economía, trabajo, espiritual y ¡pon tus manos a la obra este nuevo año que empieza!

4. Exceso de pasividad

¿Ya tienes las doce uvas listas? ¿Las lentejitas de la buena suerte para meter en tu bolsillo? ¿Tu ropa interior de color amarillo o tus maletas para correr alrededor de la cuadra? Es año nuevo y cada país tiene sus propias cábalas, algunas más curiosas que otras.

Todos los que las practican tienen el único objetivo de que sus deseos para el siguiente año se cumplan. Muchos quieren viajar a Europa, mudarse de la casa de sus padres, casarse con esa chica que conocieron en un taller de evangelización. Bajar de peso, terminar la carrera universitaria, sacar adelante un emprendimiento, hacer un gran evento católico, conseguir fondos para traer a Jon Carlo a su parroquia, etc.

Todos tenemos nuestra lista de deseos y sueños. Pero muchos creemos que se cumplirán gracias a las 12 uvas mágicas, a las prendas amarillas, o que nos caerán del cielo mientras esperamos sentados a que Dios haga su trabajo. Peor aún, a veces no hacemos nada pensando que «Dios se encargará de todo», o que las cosas sucederán «cuando Él lo quiera».

¡Pausa!…Claro que hay que querer lo que Dios quiera. Pero en serio Dios tiene que encargarse de cumplirte tus metas? Recuerda que Él ha querido darte inteligencia, perseverancia, sabiduría, muchos talentos y dones, creatividad, y su gracia, para que vayas por tus sueños, los sudes, los luches, los conquistes y cuando los logres, mires al cielo y grites fuerte: «¡Gracias Señor, lo hicimos otra vez!».

¡Vamos con todo!

Faltan pocas horas para la noche del Año Nuevo. Ojalá que en tu lista de deseos incluyas los deseos de hambre y sed de justicia de nuestros hermanos más desfavorecidos. ¡Ellos esperan buenas noticias! Y tú, las tienes en tus manos. ¡Él va contigo! ¡Vamos con todo y Feliz Año!