«¿Y el novio?», suena con frecuencia en las comidas familiares esta temida pregunta de alguna tía indiscreta. «No hay», y querríamos añadir «estoy soltera, sola conmigo misma, sola contra el mundo». Bueno, no, quizás no, eso ya es un poco exagerado.

Pero hoy querría hablarte de cómo encarar el tema de la soltería. Cómo mirarse a uno mismo de manera adecuada cuando no hay pareja. Empecemos por reflexionar un poco sobre el tema de la soledad, porque de alguna manera, está relacionado con cómo luego nos percibimos al estar solteros.

Me refiero a que hoy en día hay posturas muy opuestas a la hora de hablar de la soltería. Una de ellas, es verla como algo terrible, porque en parte se la relaciona —y de manera muy drástica— con la soledad. Y al pensar en la soledad, esta se ve como un mal a erradicar o una triste realidad que merece compasión, cuando realmente es todo lo contrario si la sabemos aprovechar. 

Pero por otro lado, también se puede percibir la soltería como lo máximo. Casi un alto ideal, que permite hacer lo que uno quiere y cuando quiere, enfocándose en uno mismo, en su carrera, en lo que «le hace bien», etc. Yo pienso que esto también tiene algo que ver con otra malinterpretación de la soledad, vista como un espacio interior donde no caben, ni deben caber los demás.

La soledad en sí no es mala

En estos tiempos en que cada pensamiento se twitea, cada momento se sube a una story, y no salimos sin documentar nuestro paseo en Instagram, creo que hay cierta desesperación cuando uno se encuentra con sí mismo, viviendo algo que no puede compartir.

Experimentando lo que tiene que atravesar de manera independiente, sintiendo lo que nadie puede sentir por uno mismo. La soledad se siente como algo incómodo y, en una época en que no queremos que nada nos saque de nuestra zona de confort, queremos deshacernos de ella.

Pero es muy bueno tropezarse con esta crisis, para entender que somos personas y como tales, tenemos un espacio interior, íntimo, que nos pertenece y que no es para otra persona. Entender que lo que sentimos, no lo puede sentir nadie más. Si entendemos esto sin frustrarnos, podemos sacar de ella muchas cosas buenas.

Por ejemplo, aprendiendo a vivir el silencio que acompaña la soledad, podemos crecer en vida interior. La independencia nos hace madurar y valorar mucho más a los demás. Podemos aprender a contemplar y en ese modo de contemplación, descubrir lo que Dios nos quiere revelar en cada acontecimiento que se nos presenta.

¿Santificación o egoísmo?

Aunque podamos sacar muchos bienes espirituales de una soledad bien vivida, muchas veces hay que discernir si nuestra soledad no es más que una circunstancia que hay que santificar, o si es un aislamiento por egoísmo. Por no tener paciencia con el prójimo, por querer reservarnos tiempo para nosotros en vez de compartirlo.

O por la soberbia de pensar que nadie puede entendernos o incluso «merecernos». Por ponernos a nosotros en el centro y no querer ceder un poco de espacio para que quepan los que nos rodean. Y para que quepa Dios, a quien a veces también empujamos fuera de nuestro círculo, para que nadie entre a perturbar nuestra (aparente) «paz».

Soltera por miedo al compromiso = más soledad

Muchas veces, el estar soltero no tiene tanto que ver con la falta de pretendientes como con el miedo a asumir un compromiso. El compromiso con el otro, más que una oportunidad de crecer en libertad y encontrar plenitud, parece ser un estorbo, algo que limita o impide la realización personal o profesional.

Es así como se desplaza, posterga o anula una familia o un compromiso con otras personas —o incluso con Dios, que podría llamar a una vocación específica consagrada— y el «ideal» está en uno mismo y en el camino que se hace al andar. Pero solo, porque los demás pueden retrasar los «éxitos» que se tienen en la mira.

Spoiler alert: si uno está solo por este motivo, encontrará más soledad en su camino. Porque habría evitado el espacio donde podría haber encontrado su vocación y, como consecuencia a la respuesta a ella, su felicidad.

Pero, ¿y si estoy soltera y no quiero estarlo?

Quizás en tiempos de nuestras abuelas o incluso nuestras madres, resultaba inconcebible. Por ejemplo, llegar a los 30 sin estar casada o sin estar en una relación estable con miras al matrimonio era considerado casi una pesadilla. A los 25 ya sonaba una sirena alertando que se entraba en un terreno peligroso, el espacio de las que acabarían «solteronas».

Algunas personas han heredado este pensamiento, y por ello ven en la soledad una especie de maldición. Algo terrible de lo que hay que escapar, y es ahí donde se cae en el error de recurrir de manera desesperada a relaciones pasajeras que terminan acrecentando la sensación de soledad.

O se le abre la puerta a una relación tóxica desde la cual no se puede llegar a amar de verdad nunca. Como tercera opción, uno cae en una profunda tristeza, incluso a veces en una honda depresión que tiene sus raíces en no aceptar la propia realidad, distinta a la que uno imagina e idealiza.

Puedes estar soltera, sin ser llamada «solterona»

Creo que es importante distinguir lo siguiente: una cosa es ser solteros y otra cosa es ser solterones. Estos últimos son aquell@s que no han aprendido a ver en la soledad un don y en su soltería un tiempo para crecer, madurar y descubrir esa vocación a la que Dios les llama. Antes bien, se dejaron ganar por esa incomodidad o frustración que mencioné antes, y eso los convirtió en seres cuyas palabras, pensamientos y opiniones, destilan amargura y cinismo.

Los solterones podrían ser entonces los que se rehusan a aceptar su condición y andan como con el corazón en la mano. Esperando a ver si alguien los quiere, y en esa desesperación son capaces de aceptar cualquier cosa inferior al amor que se merecen, con tal de no quedarse solos.

Estos últimos, casi diría yo, van mendigando amor. Algunos (si nadie quiere su corazón) quizás se lo entreguen a Dios, pero como una segunda opción, sin importar si es o no su vocación. O quizás se lo entreguen a alguien, pero sin experimentar el verdadero amor, por el miedo a no «concretar» esa relación.

No podemos vivir sin amor

Fuimos llamados al amor, creados por amor. Dios nos dio un corazón de carne sediento de cariño. Él mismo ha querido tener un corazón humano con el que querer a la gente, a sus amigos, como Lázaro, María, Marta, a su Madre, a su padre san José, a sus Apóstoles.

A todas aquellas personas que se encontraba en el camino, como al joven rico a quien «miró con amor», y a tantos otros que menciona el Evangelio. Que al verlos, «se compadecía» de ellos… nadie diría que Jesús vivió sin amor, aunque haya permanecido soltero, porque Él mismo es amor.

Lo mismo pasa con nosotros. Podemos encontrar amor en distintas partes, en nuestras familias, en nuestros amigos, en el servicio al prójimo o en los necesitados. No tener una pareja romántica no es igual a decir que no tenemos amor.

De hecho, está claro que no podemos vivir sin amor. Lo que hemos de hacer es encausarlo bien, hacia lo noble, hacia lo divino: que nuestros amores terrenos nos lleven a amar más a Dios, y que lleven a los que amamos, a amar a Dios.

Mientras se vive la soltería como un tiempo para crecer en el amor, creo que uno estará mejor dispuesto para responder a su vocación —sea la que sea—, y vivir la misma con libertad y alegría, de manera más estable y madura.

¿Qué tiene que ver la vocación en todo esto?

¡Todo! Como dije anteriormente, no podemos vivir sin amor. Pero eso no es sinónimo de llenarnos de buenos sentimientos y desparramarlos en los demás sin sentido. El amor tiene profundas dimensiones, el amor debe conocer la entrega, y debe llevarnos y llevar a los demás a la felicidad.

En otras palabras, debe hacernos santos y hacer santos a quienes nos rodean. Y para ser santos, hay que hacer la voluntad de Dios. Hacer la voluntad de Dios es responder a mi vocación. Pero antes de responder, habría que conocerla, ¿no?

Una vez que se descubra, sea cual sea la situación presente, llegará la paz. Por ejemplo, si es clarísimo que mi vocación es el matrimonio, pero no tengo pareja… ok, a esperar el tiempo y a la persona que Dios tenga pensada para mí.

Y si veo que quizás Dios me esté pidiendo otra cosa, como el celibato, ya no se me ocurrirá que no tener pareja es una opción triste, vacía y sin amor. Sino un don que también puede darme plenitud y llevarme por un camino de alegría y amor.