

Hace un par de semanas vi la película «Espíritu libre» y pensé que podría recomendártela. No solo porque es amena – de hecho, no planificaba verla… pasé frente al televisor cuando alguien más la veía y me quedé enganchada el resto de la película – sino porque hay algunos elementos apostólicos que podrían ayudarte a la hora de evangelizar, debatir con alumnos de catequesis o preparar una clase de religión.
Resumen de «Espíritu libre»
La película «Espíritu libre» está basada en hechos de la vida real. No recuerdo exactamente cómo ocurrieron ni la noticia en sí, porque recién me encontraba terminando el colegio.
Pero fue en el 2009 cuando Jessica Watson, una joven australiana de 16 años, se embarcó – literalmente – en una gran aventura. Su sueño era ser la persona más joven en dar la vuelta al mundo en solitario, a bordo de una pequeña embarcación que bautizaría «Pink».
¿Las posibilidades de lograr esta hazaña? Eran raras, difíciles, tal vez nulas. Sin embargo, se lanza a emprender esta misión, acompañada a la distancia por su entrenador (Ben) y con el apoyo de su familia.
Pasaron largos meses, dificultades reales, imprevistos, inclemencias climáticas e incluso la posibilidad de morir. No te contaré más, dejaré que acabes de ver la película por ti mismo.
Pero a continuación te contaré algunos aspectos que pueden servir a la evangelización (contienen algunos spoilers).
Primer elemento apostólico: la vocación
Una idea que se enfatiza durante la película «Espíritu libre» era que Jessica tenía en mente un sueño que deseaba cumplir. Al lograrlo, se habla de que los jóvenes también pueden lograr cosas grandes. De que la perseverancia, la determinación, el sacrificio valen la pena porque se alcanzan esas metas soñadas.
Todo el mensaje de la perseverancia y el esfuerzo me parecen ciertos, creo que pueden servirnos a cualquiera.
Sin embargo, la película me hizo reflexionar en un tema menos evidente, que es la respuesta a la vocación por parte de los jóvenes.
Cuando un joven se plantea una vocación, especialmente la de una entrega total – sacerdocio, vida consagrada, celibato… – es común y hasta algunos dirían «razonable» que la reacción sea de sorpresa… o espanto.
«¿Tan joven?», «¿Te lo has pensado bien?», «¡Tienes mucho aún por vivir!», «Mejor espera unos años, sal con algunas personas, prueba ciertas cosas… luego podrás pensarlo mejor». Como si fuera que la vocación es algo que se «piensa», cuando más bien es algo que se «recibe», se «acoge», se «responde».
Como dije, es cierto que un joven puede lograr cosas grandes. Es cierto que los jóvenes pueden ser santos. Ejemplos hay varios, santa Teresita, Domingo Savio, Carlo Acutis, Pier Giorgio Frassati, Chiara Lucce… en fin, muchos. Muchos, muchos.
Claro que puede haber un consejo bien intencionado para que quien se plantea algo tan radical tenga en cuenta de que debe rezarlo, madurarlo en la oración.
Pero ¡tengamos más fe en los jóvenes! Y tengamos fe en que es Dios el que llama. Y Él llama cuando quiere, sean jóvenes o no tan jóvenes.
No lo neguemos: un joven podrá experimentar dificultades. Frustraciones. Tristeza. Incluso dudas. Pero, ¿no nos pasa a todos? ¿No pasa lo mismo con cualquier vocación? Y también se experimentan alegrías, paz, risas, admiración. Y, con ese esfuerzo y perseverancia que comenté al comienzo, de la mano de Dios… todo acaba bien.
Preguntas para la reflexión personal:
- ¿Doy ánimo a los jóvenes cuando quieren emprender cosas grandes o apago sus ilusiones con pesimismo (que encubro como «realismo»)?
- Si soy joven, ¿soy consciente de que puedo hacer cosas grandes y responder con valentía a lo que Dios me pide, porque es Él el que llama y da su gracia?
- ¿Me atrevo a decir a Dios «Aquí estoy, para lo que quieras»? ¿Qué me asusta o preocupa? ¿Por qué?
- ¿Hay alguna cosa que me ataja para responder a las locuras divinas que el Señor propone?
- ¿Siento que hay cosas que me sobrepasan, en la vida espiritual? ¿Qué? ¿Por qué? ¿Las he conversado con Dios?
Segundo elemento apostólico: el acompañamiento espiritual
Jessica, si bien debía emprender su misión en solitario, no estaba sola. Puede resultar extraño, porque algo no puede ser y no ser al mismo tiempo. Pero es que físicamente ella se embarcaba en la misión, sorteaba los peligros, vivía como protagonista de la aventura.
Pero, a una llamada de distancia, tenía la voz del entrenador que le recomendaba posibles rutas, algunas mejores decisiones, algunas sugerencias. Más que eso, no podía hacer. Jessica era la que estaba en el bote, no él. Ella era la que escuchaba y tomaba la decisión final, no él.
¿No ocurre lo mismo con el acompañamiento espiritual? Tenemos una misión y es solo nuestra, la vivimos en primera persona y cara a Dios. Las decisiones las tomamos libremente, tras discernir qué es lo mejor.
Pero ayuda y mucho tener la voz de alguien experimentado que nos advierta si estamos acercándonos a un peligro. De hecho, en la película, cuando a partir de una discusión Ben se apartó… ella sintió mucho la necesidad de oír sus consejos.
De nuevo, muchas veces a ella le tocó decidir cosas distintas. Casi muere al hacerlo. Por suerte para ella, las cosas le resultaron bien, al final.
En la vida espiritual, ocurre igual. Necesitamos que alguien que mira desde afuera pueda indicarnos si estamos cayendo en una trampa mortal o si conviene dar un giro de timón, a tiempo. Nosotros escucharemos, reflexionaremos y con discernimiento y libertad, pero también con humildad, decidiremos qué pasos dar.
Preguntas para la reflexión personal:
- ¿Puedo sentirme verdaderamente libre al escuchar una dirección espiritual? ¿La escucho con humildad para aceptarla cuando conviene?
- ¿Descubro que el acompañamiento espiritual es un tesoro, un privilegio?
- ¿Hay algunas circunstancias o sentimientos que me alejan de recibir dirección espiritual? ¿Puedo corregirlas… o corregirme?
Si ya has visto la película, ¿encontraste más elementos apostólicos que puedas dejarnos en los comentarios?
Y si no la has visto, vela y luego vuelve a contarnos cómo la utilizarías en tu apostolado 😉
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