Apenas escuchamos la palabra crisis ya se nos pone «la piel de gallina», como se suele decir en Perú. A veces no podemos creer que esa pareja que siempre nos pareció la pareja ideal, el modelo para todos los matrimonios, de repente están pasando por la tan dramática y odiada crisis matrimonial.

Nadie en su sano juicio quiere vivir una crisis matrimonial. Obvio. ¿Quién quiere sufrir o pasar un «trago amargo»?

Pero si queremos ser honestos y decir la verdad, no hay parejas que no vivan en más de un momento de su historia conyugal la tan asustadora y rechazada crisis. Es más, si somos realistas, creo que es algo bastante más frecuente de lo que quisiéramos.

El problema es que no lo queremos reconocer, aceptar o incorporar como parte de la vida cotidiana. Antes de seguir adelante deberíamos comprender su significado y tratar de disiparle un poco la nube gris con la cual suele sobrepasar a través de las relaciones conyugales.

¿Qué es la crisis?

crisis matrimonial

Normalmente cuando pensamos en crisis lo primera que se nos viene a la cabeza es algo negativo, malo, sufrimiento, problemas, etc. Pero no. La palabra crisis viene del griego y significa etimológicamente «cambio».

Es decir, cuando estamos pasando o viviendo una situación crítica significa en otras palabras que nos toca una realidad de cambio. Por supuesto, cuánto más grandes, difíciles o profundos sean los cambios, más fuerte es la crisis.

Entonces ¿de dónde viene esa mirada negativa o triste de la crisis? Es que, efectivamente, a nadie le gusta salir de su «zona de confort».

A nadie le gusta tener que reacomodarse a otro estilo de vida. Hay cambios que son difíciles. A veces puede ser la muerte de un familiar muy cercano, la enfermedad de un hijo, el desempleo o cualquier tipo de mudanza que trae consigo un desajuste a lo que estábamos acostumbrados a vivir.

Eso obliga necesariamente a que – hablando de las parejas – se converse, se dialogue y se lleguen a ciertos acuerdos. No para ver hasta dónde puede ceder cada uno el «espacioso terreno ganado», sino, más bien, cómo los dos juntos pueden buscar una solución o salida que los haga crecer y madurar como esposos.

¿Cómo pasar por una crisis matrimonial?

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En primer lugar, juntos. Los cónyuges son un equipo y están «pateando para el mismo arco». La idea es ganar juntos el partido. Infelizmente, muchas veces con el tiempo de convivencia, en cambio, lo que sucede es el regateo, la negociación. Es ver hasta dónde yo cedo, dependiendo de cuánto el otro concede de su propio terreno.

Dicho esto, pienso que hay cuatro elementos fundamentales, por no decir muchos más. El primero es la transparencia y honestidad. Como se dice vulgarmente, jugar «con las cartas sobre la mesa». Jugar limpio. Para esto deben preguntarse algo que es duro pero necesario: ¿Queremos resolver y salir juntos de esta crisis? o ¿dejamos las cosas como están?

La comunicación es básica

El primer elemento: el respeto, ante todo. No podemos cruzar ciertas «líneas rojas». Evitar los gritos y maltratos, puesto que – una vez hecho – es muy difícil recuperar ese respeto. Aunque los nervios y la paciencia están por acabar hay que morderse la lengua y no faltar nunca al respeto. No hay amor sin respeto, o queda muy denigrado.

Luego, hablar con asertividad. Para eso es fundamental pensar antes de hablar. ¿Qué quiero decir realmente? No botar con un grito o un exabrupto los sentimientos, emociones e ideas que están todos desordenados en mi cabeza.

¡Trabajar juntos!

Junto con lo ya mencionado – en tercer lugar – la empatía para pensar cuál es la mejor manera de decir las cosas para que mi pareja entienda lo que yo le quiero decir. Tratar de ponerme en su corazón – que en teoría es algo conozco – y pensar cómo presentarle las cosas para que le sea más fácil.

También la escucha activa. Escuchar implica no dejarse llevar por prejuicios, no estar pensando qué le voy a responder mientras el otro me habla, así como tampoco valerme del menor equívoco para revidarle todo lo que me quiere decir.

El último elemento es no dejar para mañana lo que puedo resolver hoy. Todos deben haber escuchado el problema de la «olla de presión». A veces dejamos que pase tanto tiempo sin corregir o mencionar algo que nos incomoda, que cuando lo hacemos, suele ser explotando, perdiendo la compostura, de una manera a veces energúmena, puesto que ya es algo que no lo soportamos.

Acordémonos de los famosos árboles baobabs del Principito. Como si no los sacaba desde que eran chiquitos, terminarían por destruir su pequeño planeta. Algún momento la vida «pasa la factura». Nos chocamos con la pared y no podemos pasarnos la vida jugando al columpio. En algún momento tenemos que poner los pies en la tierra.

¿Cómo enfrentar la crisis?

Las razones de una posible crisis pueden ser muy variadas. Desde el nacimiento de un hijo, hasta el desempleo o la muerte de un ser querido. En realidad, cualquier cosa que genere algún tipo de inestabilidad de la relación vivida hasta el momento.

Aunque les haya dicho que la crisis no es buena ni mala, por supuesto genera un sentimiento o sensación de incomodidad, disgusto, etc. Por lo tanto, es una situación que genera más o menos algún tipo de sufrimiento.

Los medios de comunicación, las series de cable, la propaganda, incluso psicólogos y personas de salud – que no son todos por supuesto – nos quieren meter en la cabeza que no tenemos por qué sufrir.

Es algo raro decirlo, pero sería tanto más fácil si aceptáramos el sufrimiento como parte natural de la vida, en vez de estar peleándonos por no aceptarlos. Aprender a vivir con las cruces que nos toque cargar.

La vida – así como tiene cosas lindas y maravillosas – está repleta de situaciones y momentos de sufrimiento. No querer vivirlo es cerrarse a una dimensión de nuestra vida, y eso es lo peor que podemos hacer, puesto que, finalmente, terminamos sufriendo doble. Sufrimos por lo que nos sucede y, además, por las consecuencias de no enfrentarlo.

Lo peor que podemos hacer

La plata, el placer y el poder, cuánto más los tenemos, más son distractores que maquillan la realidad y nos hacen creer que todo va bien. La «fiesta está en paz» y no tenemos nada de qué preocuparnos.

Es lo peor que podemos hacer. Porque cuando falte la plata y las cosas que nos proporciona, así como ya no nos podamos divertir con fiestas, salidas y viajes – que en sí mismos no son malos -; cuando ya no tengamos esa posición laboral o social que nos confiera un prestigio o estatus ante los demás, los problemas empiezan a pulular.

Se ven mucho más a flor de piel. Ya no tenemos ese maquillaje que nos ayuda a pasarla bien.

Finalmente, no sé decir desde cuándo, pero tenemos una idea en la cabeza que es la siguiente: alguien que sufre no puede ser feliz. Nada más ajeno a la realidad.

La vida que tenemos implica una serie de cruces que debemos aprender a cargar, y así como es, nos debemos proponer alcanzar y vivir la felicidad. Están en planos diferentes. El sufrimiento no se opone a la felicidad. Puede hacerla más difícil alcanzar, pero de ninguna manera es un determinante u obstáculo infranqueable.

Consejos finales ante una crisis matrimonial

Al hablar de una crisis matrimonial, también debemos recordar que la única forma de aceptar e incorporar el sufrimiento en nuestras vidas es a través del amor. La pareja que se ama está dispuesta a sufrir uno por el otro. No existe amor si no somos capaces de perdonar.

Además, este amor cristiano implica compromiso y sacrificio. Se trata de una decisión voluntaria y libre. No lo reduzcamos a una mera experiencia, un feeling, que en cualquier momento puede cambiar.

Cultivar nuestra libertad a través de virtudes como la generosidad, el desprendimiento, la fortaleza, la humildad, la valentía o la solidaridad. Finalmente, nútranse y fortalezcan siempre su relación amorosa desde el mismísimo Amor de Dios.