Cuando era pequeña recuerdo que alguien me dijo que podíamos aprender a través de las experiencias de los demás y a través de las experiencias de uno mismo. Que las experiencias que los demás nos compartían era una fuente muy rica para evitar dolores innecesarios. Y cuánta razón tenía. Escuchar las experiencias de los demás y traerlas a la propia vida, no como una suerte de réplica exacta (porque cada uno vive en contextos distintos), sino como una suerte de «extrapolación», ayuda mucho a la hora de enfrentar problemas y tomar decisiones.

Al ver al pequeño Santi hablar con tanto aplomo y con una sabiduría tan grande en el video que les comparto a continuación, no pude evitar recordar a otro niño que conozco, Pocho. Al igual que Santi descubrió que en el dolor de la enfermedad también existe una infinita posibilidad de ser feliz. Quise conocer un poco más de Santi, pero más allá de este hermoso mensaje, no pude encontrar. Pero conozco a Pocho y algo de su sufrimiento pude ver reflejado en el video de hoy. Estos niños, enfrentando la enfermedad con tanto aplomo, nos pueden enseñar más de lo que pensamos.

Esta es su historia

Pocho tenía 13 años cuando fue diagnosticado con diabetes. A esa edad, en la que lo más importante para él era el fútbol, los amigos y la mirada de las niñas. Ser diagnosticado con una enfermedad «incurable», era lo que menos esperaba. Más aún una enfermedad relacionada a los alimentos, justo en la edad en la que parece que pudieras comerte el mundo y no pasa nada. Cuando la voluntad recién se está conquistando, cuándo no tendrías que pasar por la hora en que debes aplicarte la medicación y que deberías poder disfrutar de un buen chocolate o un gran helado con los amigos.

Podrán entender y seguro algunos identificarse más que otros con esta situación que pareciera simple a primer vistazo. Qué tanto, es «solo cuidarte». Ojalá fuera solo eso. Entender la fragilidad humana a los 13 años y no rebelarse frente ella es un acto heroico.  

La incomprensión, el dolor y la valentía

Pocho en su primer impulso quiso romperlo todo, ¿por qué a él?, ¿por qué justo ahora? Y como Dios responde siempre, en su primer control pediátrico vagando por los pasillos del hospital descubrió a muchos niños más pequeños que él con enfermedades mucho más severas. Situaciones que a su corta edad jamás hubiera imaginado. No solo entendió que lo que a él le sucedía era mínimo con respecto a lo que otros enfrentaban, que el futuro que se abría era aún bello, sino que también, sin que él sospechara, algo empezó a germinar en su corazón. Mirando el video, Santi, nos dice «esto es nada» frente a las posibilidades inmensas de lo que viene. Me atrevo a decir que en su corazón algo grande ha sucedido.

Cuando la enfermedad toca a nuestra puerta las preguntas son interminables, el entendernos frágiles y no eternos, duele. Duele porque anhelamos más. Pero en ese misterio del dolor justo esa eternidad se hace palpable. Pareciera que los niños lo entendieran mejor que los adultos. Será que ellos aún están viendo todo por primera vez, y el asombro lo acompaña todo, parece que no hubiera lugar para el desánimo.

Qué importante criar a nuestros niños bajo el asombro, incluso en situaciones difíciles. Abrirles el horizonte y también dejarnos ser partícipes de sus sueños que a ojos de otros parecieran estar limitados. Si solo supiéramos que el límite lo tenemos todos y que aún limitados podemos alcanzar lo infinito si lo dejamos entrar.

Pocho está a punto de cumplir 30 años, cada año recuerda el día de su diagnóstico y lo celebra. Celebra con gratitud el poder ayudar a otros, celebra las amistades que nunca lo dejaron solo y celebra que a través de su enfermedad pudo entregarle su corazón a Dios.

Que estos ejemplos que nos conmueven nos sirvan de enseñanza para cuando la enfermedad toque la puerta. Para recordar que aunque frágiles, el destino final, es lo eterno.