En esta ocasión les traemos un video conmovedor y real. Resalto esta última palabra porque aunque lo que van a ver parezca imposible de creer, sucedió y ha sido comprobado. Se trata del milagro que ha hecho posible la beatificación de Monseñor Álvaro del Portillo, obispo de la Iglesia Católica y miembro del Opus Dei. Él fue beatificado el pasado mes de Septiembre por el Papa Francisco.

El milagro tiene que ver con la curación de José Ignacio Ureta Wilson, un recién nacido en Chile en el año 2003, para el cual no habían muchas esperanzas desde el punto de vista médico y científico, pues había nacido con varias malformaciones, entre ellas algunas que comprometían órganos vitales. Sumado a esto en el momento de las intervenciones médicas sufrió un paro cardiorrespiratorio que puso su vida aún más en riesgo. A pesar de esto su familia no cesaba en su esperanza y fe en Dios y fue ello lo que la motivó a pedir con insistencia, acudiendo además a la intercesión del Obispo español. Los frutos de su fe y de su perseverancia en la oración se vieron reflejados en la curación milagrosa de su hijo; el cual vive y goza de buena salud el día de hoy.

Este testimonio de vida no sólo resulta inspirador y conmovedor como mencionaba, sino que nos aporta una realidad que nos ofrece la fe: la acción de Dios en la vida del ser humano que muchas veces se expresa mediante la intercesión de los santos. No es que sea la única manera cómo Dios actúa, es decir, con hechos extraordinarios o portentosos, porque Dios siempre obra en nuestra vida, a pesar que no sea perceptible para nosotros.

La reflexión a partir de este video la hago como médico y un hombre convencido que la ciencia no tiene la última palabra, y que los milagros sí existen.

La época del auge científico

Vivimos en una época en donde percibimos como avanza la ciencia. Yo mismo me sorprendo cómo la medicina, que es el área que trabajo cambia cada día. Se descubren nuevas tecnologías para realizar diagnósticos más precoces y efectivos, se descubren nuevas alternativas de tratamientos, aparecen nuevas investigaciones de enfermedades, medicinas, etc. Esta tendencia de progreso de la ciencia, que es capaz de enfrentar retos cada vez mayores, tiene sus bondades en el alivio de situaciones que ponen en riesgo la salud y la vida de las personas, que surgen como una medida de alivio del sufrimiento; pero tienen también el riesgo de generar una mentalidad cientificista, en la que se “endiosa” el poder de la ciencia y en la que el hombre de ciencia se va creyendo infalible, omnipotente, capaz de resolver todos los problemas. Sin embargo, hay situaciones y preguntas que la ciencia no logra resolver completamente y que no son ni serán campo de su incumbencia (a pesar que muchas veces pretendamos que así sea). La vida, sus ritmos como su inicio y su fin, el sufrimiento. Día a día me sorprendo cómo muchos colegas creen saber por ejemplo cuando un enfermo de cáncer va a morir “le queda una semana” “le quedan dos meses”; es verdad, hay miles de estudios e investigaciones que han logrado establecer medidas estadísticas al respecto, pero se les olvidan dos cosas: el ritmo de la vida lo conoce únicamente quien nos ha diseñado y de quien dependemos; y por otro lado todos somos distintos, incluso el funcionamiento biológico nos diferencia; es parte del misterio que es el ser humano. En conclusión, la medida no la tiene un estudio validado científico, una cifra o resultado de investigación, sino la realidad que es obra de Dios.

¿Milagros o una medicina muy avanzada y eficiente?

Este “poder” de la ciencia va llevando a que muchos científicos, entre ellos los médicos a veces encuentren difícil creer algo distinto, les cuesta también romper un paradigma de creencia, y por ello es que muchos oponen la ciencia y la fe. Creen lo que pueden ver, lo que pueden estudiar, palpar, comprobar: todo lo que se escape de los sentidos es irreal, fantasioso, ficticio, por ende imposible e inexistente. Lamento que algunos de los profesionales con los que trabajo o estudio tengan esta contradicción en su mente y en su vida; cuando la situación no es de contradicción, no es decir ciencia o fe; sino ciencia y fe. Requiere apertura a los esquemas acostumbrados, además de humildad, que permite vivir de acuerdo a la verdad que proporciona la ciencia pero que es iluminada por la fe. En el caso de una curación después de un caso complejo y difícil pueden afirmar los que no se abren a la fe, que es fruto de los avances de la medicina, que es consecuencia del esfuerzo humano. Siendo una mirada soberbia y prepotente, pierde de vista que quienes ejercemos una profesión como esta debemos entendernos como servidores, como instrumentos de Dios para servir a la vida, instrumentos con limitaciones; pues no nos las sabemos todas, no somos omnipotentes y nos equivocamos.

Milagros a diario

El caso de José Ignacio es real y es un milagro portentoso. Es una expresión de amor de Dios, que a través de un hombre santo logra este beneficio. Lo resaltamos como un acontecimiento muy especial, pero me parece importante resaltar que milagros hay miles cada día y a veces pasan inadvertidos por nosotros. A veces pedimos manifestaciones majestuosas a Dios cuando él está pacientemente revelándonos su amor. Estos milagros los percibo a diario en mi vida y en la vida de las personas enfermas que atiendo. Sus vidas, sus existencias son un don, un milagro, a pesar que muchas veces las dificultades se presenten en ellas.

Por eso, recemos a Dios que nos permita cada día ser sensibles y reverentes ante sus expresiones de amor, sus milagros en nuestra vida y la de nuestros seres queridos.

Álvaro del Portillo, modelo de vida y Santidad

Monseñor Álvaro del Portillo nació en Madrid (España) en 1914 y falleció en 1994 en Roma. Era Doctor Ingeniero de Caminos y Doctor en Filosofía y en Derecho Canónico. Participó del Concilio Vaticano II y estuvo a cargo del Opus Dei luego de la muerte del fundador José María Escrivá. El Papa Francisco para el tiempo de su beatificación comenta que él “nos dice que nos fiemos del Señor, que él es nuestro hermano, nuestro amigo que nunca nos defrauda y que siempre está a nuestro lado. Nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir por anunciar el Evangelio. Nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad».