–La Iglesia propone muchos medios ascéticos…. –Espera, espera… ace… ¿qué? –Medios ascéticos… –¿Y qué es eso?

La ascética es la rama de la teología que estudia la ascesis cristiana. ¿Y qué es la ascesis? Son las prácticas espirituales que nos llevan al perfeccionamiento de nuestra práctica de la fe. San Pablo, en la carta a los Corintios, dice: «¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corred de manera que lo consigáis! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible».

San Pablo, que había sido formado en la cultura griega, compara la vida espiritual con una carrera, de hecho, el término ascesis proviene del griego, y los griegos utilizaban este término para indicar el ejercicio realizado por los atletas para desarrollar las fuerzas del cuerpo y entrenarlo para que alcanzara la plenitud de la belleza natural.

Del mismo modo, la Iglesia propone muchos medios ascéticos para que nuestra alma alcance la plenitud de la belleza sobrenatural. Uno de los medios ascéticos más difundidos, pero al mismo tiempo más malinterpretado y muchas veces poco conocido, es la práctica de  los Ejercicios Espirituales Ignacianos.

Pero, ¿cómo se hacen Ejercicios Espirituales?, ¿cómo haces sentadillas con el alma? Por eso te estaba explicando, que san Pablo comparaba las prácticas espirituales con las prácticas físicas que hacían los atletas, pero, ¿qué son los ejercicios?, ¿cómo se hacen?, ¿por qué se llaman “Ignacianos”?, ¿para qué sirven?, ¿cualquiera puede hacerlos? Esas son muchas preguntas… ¿y si mejor hacemos una galería?

¿Qué son los Ejercicios Espirituales?

Son un conjunto de meditaciones y oraciones que preparan al alma para tres objetivos principales:

  1. Quitar los pecados, especialmente los pecados habituales (afecciones desordenadas).
  2. Aumentar el conocimiento de Jesús, para amarlo y seguirlo (aumento de la devoción).
  3. Conocer lo que quiere Dios para mi vida (vocación).

Estos tres objetivos se consiguen mediante una serie de meditaciones, que nos guían para producir una conversión espiritual.

¿Cómo una conversión? ¿No es que la conversión es algo personal?

Por supuesto que sí, la conversión es una experiencia personal, pero los ejercicios predisponen al alma para aceptar el amor de Dios, para aumentar nuestra vida de gracia y para conocer el plan de Dios para nuestras vidas. Leonardo Castellani, un jesuita argentino dijo de los Ejercicios:

«Este cuaderno contiene las experiencias ascéticas de un soldado del Renacimiento, y su elaboración por él mismo, de un método y un training (entrenamiento) aplicable a todos. ¿Se ha reflexionado lo suficiente sobre la enorme paradoja que tal hecho involucra? El hecho es éste: una experiencia religiosa concreta, una conversión ha sido como ‘desindividualizada’ y ‘arquetipada’, sin convertirse por eso ni en un rígido esqueleto ni en un fantasma abstracto. Pienso que si los Ejercicios Espirituales no existieran, parecerían imposibles. Si antes de san Ignacio hubiéramos presentado el proyecto a los teólogos y a los filósofos, se hubieran reído, o tal vez enojado –según el humor–. Algunos los hubieran declarado imposibles, utópicos. Otros los hubiesen tenido por heréticos pelagianos, o se hubieran escandalizado ante la sola idea de estos».

Y, ¿quién los creó? ¿Quién era el soldado del Renacimiento?

Iñigo de Loyola, más conocido como Ignacio, y más tarde, san Ignacio de Loyola, era un capitán del ejército español, que habiendo sido herido en una batalla, estuvo convaleciente por un tiempo en su castillo de Loyola. Le pidió a su hermana que le llevara libros de caballería para entretenerse, pero su hermana le llevó un libro con la vida de los santos. Iñigo, leyendo las “hazañas” de los santos, comenzó a cuestionarse si él sería capaz de llevar a cabo tales heroísmos, y poco a poco comenzó un proceso de conversión. En una aparición de la Virgen y el Niño recibe mucho consuelo y se resuelve a no servir más a señores de la tierra, sino al Señor del Cielo. Se retira un año viviendo como un anacoreta y en una caverna en Manresa idea los Ejercicios Espirituales.

Y, ¿cómo se hacen los ejercicios espirituales?

El formato original era de cuatro semanas y fue diseñado para los novicios de la Compañía de Jesús (orden religiosa creada por Ignacio de Loyola). Actualmente, si bien se hacen, el formato más frecuente es el de un retiro de 4 o 5 días. Los ejercicios se hacen en silencio, y tienen un director, que generalmente es un sacerdote y/o religioso, que va leyendo las meditaciones y lecturas que propone san Ignacio. Después de cada lectura o meditación, hay un tiempo de oración o meditación personal en la que uno sigue los consejos del director y utiliza algunas herramientas que proponen los mismos Ejercicios.

¿En silencio? ¿Tanto tiempo en silencio? ¿Para qué? 

Necesitamos hacer silencio exterior para poder hacer silencio interior y escuchar la voz de Dios. Cuanto más tiempo tengamos de silencio interior, mejor podremos escuchar lo que Dios quiere de nosotros. Es un modo de ayudar con nuestro cuerpo y nuestro silencio a que Dios nos hable claro al corazón.

¿Dios habla? ¿Se escucha su voz?

San Ignacio dice que siguiendo el “soliloquio interior”, es decir el diálogo que mantenemos con nosotros mismos, podemos escuchar la voz de nuestra conciencia, que no es otra cosa que la voz de Dios. Y mediante algunas herramientas, como el “discernimiento de espíritus”, sabremos cuándo una inspiración proviene de Dios y cuándo proviene del enemigo.

¿Cuáles son estas herramientas?

San Ignacio era un capitán del ejército, y tenía una fina observación de los hombres. Con su convalecencia obligada y su año de anacoreta en Manresa, afinó algunas “herramientas psicológicas” para sacar mejor partido de sus Ejercicios. La “composición de lugar”, por ejemplo, es una forma de iniciar la contemplación, poniéndose en la escena que se quiere meditar, y considerándose protagonista o espectador, “ver” qué sucede, cómo interactúan las personas, meditar sobre los diálogos, etc. El “discernimiento de espíritus” nos hace fijarnos en cómo reacciona nuestra alma a las inspiraciones que sentimos de acuerdo a si nos traen consuelo o desazón. Si quieres profundizar en le método de discernimiento ignaciano y aprender a escuchar la voz del Espíritu en tu vida haz click aquí.

Y, ¿quién puede hacer Ejercicios Espirituales?

Cualquiera puede. Lo ideal es llegar a los Ejercicios con inquietudes espirituales, es decir, un interés por encontrarle sentido profundo a la existencia más allá de las apariencias, o un interés por ordenar la propia vida a la luz del encuentro personal con Dios o la disposición para transitar nuevos caminos hacia Él, y en definitiva, hallarle en todas las cosas. Si al menos una de estas tres cosas están presentes, le vamos a sacar mucho más el jugo a los ejercicios.

¿Y qué pasa después?

Durante los ejercicios, es muy frecuente que alcancemos una paz interior que muy pocas veces logramos en el trajín de la vida cotidiana. Cuando nos acercamos al final de los ejercicios, es muy frecuente que no queramos que terminen. Personalmente hice unos ejercicios espirituales de mes, y ¡no quería que terminaran! Cuando los ejercicios terminan podemos ver más claramente al Cristo que viven en nosotros y nos desborda el amor a Dios y al prójimo. Si sabemos aprovechar como corresponde el fruto de los ejercicios, es probable que tengamos al menos un año de buena vida espiritual, crecimiento, y probablemente una conversión sincera. Por eso es recomendable hacer al menos una vez al año un retiro de perseverancia (de un solo día, o a veces de solo una mañana) para mantener la vida espiritual viva y alerta. 

El Papa Francisco dijo:

«Quien vive los ejercicios espirituales de modo auténtico experimenta la atracción, el encanto de Dios, y vuelve renovado, transfigurado a la vida ordinaria, al ministerio, a las relaciones cotidianas, trayendo consigo el perfume de Dios […]  los hombres y mujeres necesitan experimentar a Dios y no conocerlo solo de oí­das».

Y nosotros, ¿estamos listos para experimentar a Dios?