

Mi propósito con este artículo no es pelear, tampoco «sacar en cara» los motivos que están por detrás de todo este movimiento que se viene gestando hace ya décadas. Se equivoca el que cree que recién quieren educar y formar a los niños y juventud con esta «novedosa» propuesta. Digo novedosa, pues para muchos puede sonar como algo nuevo, pero si uno se fija en la historia de otros países – en su mayoría de «primer mundo» – este fenómeno ya es algo conocido y parte de la vida diaria hace ya mucho tiempo.
Yo soy brasilero y vivo en Perú hace 25 años. En Brasil hace pocos meses venció el Sr. Bolsonaro en las elecciones presidenciales, y tiene una postura claramente en contra de esa ideología, poniendo una ministra de educación, que está implementando las medidas necesarias para que esta «política de estado» no siga creciendo. En Perú, las «idas y venidas» para la implementación de dicha ideología en las mallas curriculares escolares ya tiene años de historia.
He dicho «política de estado» pues no es necesaria mucha perspicacia para darse cuenta de que esa ideología de género es algo impuesto a fuerza por decisiones políticas, sumado a una campaña por los medios de comunicación – muy bien orquestada – buscando la aceptación pública.
¿Educando o imponiendo?
Puedo afirmar que la implementación en el sistema educativo no es en búsqueda de una formación y educación, promoviendo valores y la dignidad humana básica, sino – aunque suene duro decirlo – imponiendo esta manera de pensar, contra la voluntad de los padres, quienes – por lo menos en Perú y Brasil, que son los países de los que puedo dar fe – no están de acuerdo con esta imposición. Digo «imposición», porque ¿de qué otra forma podemos entender esto, si el Gobierno quiere educar a los niños de una forma que la gran mayoría de la población no lo quiere? Es decir, si a lo largo de la vida, una persona decide vivir y comportarse con una sexualidad distinta a la que nació, es decisión libre de la persona. El problema es obligar a que los niños y jóvenes tengan que crecer con esa mentalidad, contra la voluntad de los padres, quienes son los primeros responsables de la formación y educación moral de sus hijos.
No pretendo hacer una explicación de los aparentemente «fundamentos científicos», simplemente acla
1. ¿Por qué no utilizar la palabra «sexo», sino «género»?
Este es un cambio en la manera de hablar que, por lo menos en Perú, empezó ya hace más de 20 años. ¿Por qué es importante mencionarlo? Pues sería muy difícil implementar esta propuesta ideológica, sin quitar del vocabulario la palabra «sexo». Ya tiene una raíz secular, según la cual un nuevo ser humano concebido tiene sexo masculino o sexo femenino.
El sexo se define por la unión de los cromosomas sexuales X y el Y. (XX – hombre / XY – mujer). Sería prácticamente imposible afirmar que una nueva concepción no tenga sexualidad, y deba «descubrir» su identidad de género a lo largo de su vida. La evidencia genética – lo sabe cualquier estudiante inicial de medicina, por no decir, cualquier estudiante de secundaria – es la diferenciación de la unión de cromosomas XX o XY. Así nacemos, no depende de mi elección. Pero utilizando la palabra «género», se «abre la posibilidad», con mucha más facilidad, de que existan diferentes géneros para elegir.
Si nos quedáramos con «sexo masculino» y «sexo femenino» eso — se supone — limitaría nuestra «libertad» sexual. Estamos en una cultura confusa, engañosa, caprichosa, en la que cada uno se cree dueño de la verdad, y hace lo que quiere. Eso sumado a una ideologizada educación, promueve, obviamente, a que la juventud empiece a expresarse «según su antojo», y no según el sexo con el que nació.
2. Creer falsamente que esta propuesta puede solucionar todas las diferencias
O injusticias que — es real que existen — entre hombres y mujeres, en el ámbito laboral y por no mencionar otras la supuesta «obligación
No solo no son respuestas, sino que generan otros graves problemas. En otras palabras, se promueve la «ideología de género» (enfoque, distinción o como quieran decirlo…) como una solución a problemas que no tienen nada que ver con el hecho de que un nuevo ser humano tenga la libertad (ideologizada, dígase la verdad) de elegir cuál de los más de 112 géneros quiere ser (ese es el número de la cantidad de géneros que más he encontrado en artículos y estudios sobre «identidad de género», haciendo una muy simple y rápida búsqueda en Google).
Jugando a ser dioses
Finalmente, ¿quieren jugar a ser dioses, definiendo qué género debe vivir cada niño y niña? Si los que impulsan la «ideología de género» desean que sus hijos cumplan el «rol social» de alguien que se puede comportar algunos días como hombre, otros como mujer y otros de modo bisexual, en vez de ser hombre o mujer, ¿en qué estamos?
Todos somos libres, y elegimos cómo comportarnos. Pero, por favor, que no impongan esa ideología en la población general, pisoteando uno de los derechos fundamentales de los padres para educar y formar a sus hijos según su conciencia les indica.
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