Comencé a ver esta publicidad pensando en que iban a hacer una defensa del matrimonio, viendo la carga que significa el divorcio para los hijos. Pero luego, me entero de que es una publicidad ¡Para hacer divorcios pacíficos! Sería terriblemente tonto, si no fuera espantosamente cruel.

Si existe la más somera posibilidad de un «divorcio decente», existe una enorme oportunidad para rehacer el matrimonio. Si unos esposos pueden «negociar» un divorcio pacífico, entonces, con un poco, sólo con un poco más de trabajo, podrían negociar una convivencia pacífica.

El divorcio es una tragedia: hablar de un divorcio decente es como hablar de un cáncer decente. No hay forma de que un divorcio pueda transitarse sin dolor, especialmente para los niños. En consejería hemos visto a niños pequeños diciendo que tal vez si ellos cambiaran y fueran más buenos, sus padres no discutirían tanto, y tal vez su papito pudiera volver a casa. Porque habitualmente los niños creen que el divorcio es culpa de ellos, y por eso, casi siempre bajan su rendimiento escolar o somatizan alguna enfermedad, para ver unidos de nuevo a sus papás. El mejor ámbito para la crianza de los niños es en la relación estable y de bajo conflicto de sus dos padres biológicos.

Las conductas nocivas en el matrimonio son aprendidas

Si vemos el video que origina este artículo podemos ver un hilo conductor: la mayor parte de las discusiones ¡Son por tonterías! Una pareja que discute por el color de las sábanas, otra que espera discutir por el patrón de diseño de los platos, otra que se prepara para discutir por lo que come o no come al mediodía… Son discusiones triviales, cada una de ellas es, naturalmente, parte de una discusión mucho mayor, basada en que cada uno tiene disposiciones y gustos particulares, y que no siempre son coincidentes.

Evidentemente, la mayoría de estas personas son hijos de divorcios «mal encarados». La mochila con el panda es un buen símbolo: el chico que ve a una chica en el colegio está mirando a una joven que ya tiene un enamorado, y además, antes de siquiera hablar con ella ya se irrita por lo que come. Este tipo de conductas son aprendidas, se engendran en el hogar paterno, y para personas que vienen de hogares conflictivos, es muy difícil comprender que puede haber otro modo de relacionarse, que se puede vivir en una relación de bajo conflicto.

¿Relación de bajo conflicto? ¿Cómo se hace eso?

Como al principio de nuestra relación nos sentimos atraídos por una persona que es muy diferente a nosotros, porque buscamos en el otro lo que a nosotros nos falta, es muy probable que terminemos enamorándonos y luego comprometiéndonos con una persona muy diferente a nosotros. Y esas diferencias, tarde o temprano van a terminar trayendo discusiones, y esas discusiones, muchas veces, peleas.

¿Cómo se resuelven esas discusiones y peleas? ¡Pues discutiendo y peleando! No hay que tener miedo a las diferencias de puntos de vista y criterios. ¡Para eso nos casamos! Pensemos esto: si nos hubiéramos casado con alguien absolutamente igual a nosotros, no tendríamos nada para donar, ni podríamos recibir nada en la relación ¡Sería una relación terriblemente pobre! Hay que saber que los conflictos van a existir y que podemos resolverlos con la ayuda de Dios.

Resolver las diferencias

Si yo soy muy extrovertido, y mi esposa es introvertida, entonces vamos a tener que hacer algo al respecto. Yo puedo arrastrarla a todos los eventos sociales a los que vaya, y presionarla para que los disfrute, o ella puede convertirme en un ermitaño, pero ambos estaremos en tensión constante.

Hay que hablar, discutir, y (si viene a mano) pelear un poco. Pero pelear no significa que yo vaya a imponer mi punto de vista a mi esposa, ni que ella vaya a imponerme su punto de vista a mí. Se trata de que lleguemos a un acuerdo en el que estemos los dos satisfechos, y de que sepamos que podemos contar con el otro para tener la mejor relación posible.

Para poder llegar a este acuerdo, es necesario saber negociar, y sobre todo saber que estoy negociando con alguien muy diferente. Para ello, vamos a ver algunas pistas de cómo construir una relación de bajo conflicto en la que podamos negociar a partir de nuestras diferencias. Es importante entender que antes de embarcarnos en la aventura del matrimonio, el primer punto que mencionamos, es indispensable. 

1. Conocernos bien antes de comprometernos

Para poder negociar bien, tenemos que conocernos bien. Y ese conocimiento tiene que darse durante el enamoramiento. El enamoramiento funciona como «seminario» de nuestro matrimonio. Y es importante comenzar a negociar durante el período de enamorados, aprendiendo a conocernos. También es bueno tener una buena «pelea» durante el noviazgo, antes del compromiso. Eso nos ayuda a conocernos más en profundidad, y nos ayuda a ejercitar la paciencia, el perdón, la misericordia y el respeto más allá de nuestros sentimientos, antes de que demos el «paso definitivo». Si la cosa funciona, entonces sabremos con quién nos estamos casando.

2. Somos diferentes, y está bien que lo seamos

Como dije anteriormente, una relación de personas iguales sería extremadamente pobre. La diferencia es lo que nos enriquece. Hay que partir de este punto, y ver en qué modo podemos negociar nuestras diferencias aportando nuestros talentos y trabajando en nuestras miserias. Cada uno tiene que poner sus talentos al servicio de la alianza, y tratar de trabajar en los defectos propios, no en los del cónyuge.

3. En las discusiones conyugales o ganamos los dos o perdemos los dos

No se trata de imponer nuestro punto de vista. Se trata de expresar nuestras necesidades y tener el oído y el corazón dispuesto a escuchar a nuestro cónyuge y comprender sus necesidades. Si lo que quiero es «salirme con la mía» entonces estoy planteando mal mis necesidades. Tenemos que aprender a diferenciar qué es importante y qué secundario y nunca ponernos en una situación de inflexibilidad por más importante que nos parezca el tema. Cuanto más hablemos del asunto sin agredir y sin enojarnos, mucho mejor.

4. Expresar nuestras necesidades amablemente

Supongamos que mi esposa quiere ir de compras y me viene a pedir que la acompañe, y yo ese día tengo mucho trabajo. Si mi esposa me pide que vaya con ella, y yo le digo que no, pero sin explicarle el por qué, se va a generar resentimiento por parte de ambos. Yo, porque ella interrumpe mi trabajo y ella, porque nunca la acompaño a ningún lado.

Si en lugar de quedarnos con este primer gusto «feo» de la discusión, expresamos amablemente nuestra necesidad, podremos encarar mejor nuestras negociaciones. Yo le puedo responder: «podría acompañarte un poco más tarde» o mejor, redoblar la apuesta: «Mira, en este momento estoy con trabajo atrasado y no sé si llegó a completarlo hoy, ¿qué te parece si vamos el sábado y almorzamos en un restaurante bonito?» Eso va a abrir la posibilidad de examinar otras alternativas que nos dejen satisfechos a los dos.

5. Saber que hay puntos en los que «no» vamos a estar de acuerdo

Hay cosas en las que podemos ser diferentes, que son absolutamente intrascendentes para la marcha de la relación. No hace falta que seamos exactos y que nos gusten las mismas cosas. Si a mi esposa le gusta el cine, y a mí no me gusta mucho, podremos llegar a un acuerdo de ir una vez por mes juntos al cine, y que ella vaya con sus amigas las restantes veces. Y cuando vaya yo, elegir una película que nos guste a ambos, para que la experiencia no sea tan penosa para mí. ¡Siempre buscando otras opciones que nos beneficien a ambos!

6. Saber que hay puntos en los que «tenemos» que llegar a un acuerdo

Naturalmente hay puntos trascendentes en los que sí tenemos que estar de acuerdo. Hay asuntos trascendentales que sí hacen a la felicidad de la pareja, y tendremos que negociar, escuchar y entender las razones del otro con paciencia, y sin juzgar. Ahora bien: no significa que tengamos que llegar a un acuerdo «ya», ni que después de llegar a un convenio no se hable nunca más en la vida.

Los acuerdos en el matrimonio pueden ser dinámicos, porque la experiencia y la maduración muchas veces nos hacen caer en cuenta de que lo que pensábamos respecto a un asunto, tal vez podría ser diferente. 

7. Ambos deben poner el foco en el otro

Cuando el objetivo de ambos sea «¿Cómo puedo hacerle la vida más llevadera hoy a mi enamorado/a novio/a esposo/a?» Entonces estaremos en el camino de enriquecernos y de sacar lo mejor posible de la relación. Si ese es el planteo de todos los días, aunque sea una cosa bonita y amable que hagamos por nuestro esposo o esposa, cada día será una nueva alegría para vivir juntos.

8. Pedir perdón siempre que discutamos

Cuando discutimos, discutimos por muchas causas, que no están todas a la vista inmediatamente. Podemos pensar que estamos discutiendo porque ella deja siempre destapado el tubo de dentífrico, pero puede ser que en realidad estemos discutiendo porque estamos cansados, de mal humor, o porque hemos tenido un mal día, y descubrimos que el tapón del tubo de dentífrico fue un detonante de la discusión.

En ocasiones, estas pequeñas «escaramuzas» de la vida de casados, dejan resentimiento y tristeza en el fondo del corazón. Y muchas veces queremos que nos pidan perdón específicamente por lo que nos hicieron. El perdón conyugal tiene que ser pedido con humildad y otorgado con magnanimidad. Si pedimos perdón, pero inmediatamente volvemos a la discusión, el perdón que se pide no vale nada. Si vamos a perdonar, perdonemos de corazón, no volvamos a traer la discusión para «ganar».

Cuanto más pongamos en juego en nuestra alianza, más vamos a recibir. Y cuanto más demos y recibamos, tanto más fácil va a ser enriquecernos y tener una relación pacífica. ¡Claro que no es fácil! Pero cuando se logra, nosotros y nuestros hijos, se forman en el mejor ambiente posible, lejos del divorcio y de las peleas de sus papás.

El Papa Francisco dio una hermosa catequesis a los novios, en la que dijo:

«La convivencia es un arte, un camino paciente, hermoso y fascinante… que tiene unas reglas que se pueden resumir en tres palabras: ¿Puedo?, gracias, perdona.

¿Puedo? Es la petición amable de entrar en la vida de algún otro con respeto y atención. El verdadero amor no se impone con dureza y agresividad. San Francisco decía: La cortesía es la hermana de la caridad, que apaga el odio y mantiene el amor.

Gracias. La gratitud es un sentimiento importante. ¿Sabemos dar las gracias? Es importante tener presente que la otra persona es un don de Dios, del que siempre debemos dar gracias.

Perdona. En la vida cometemos muchos errores, nos equivocamos tantas veces. Todos. De ahí la necesidad de utilizar esta palabra tan sencilla: «perdona». En general, cada uno de nosotros está dispuesto a acusar al otro para justificarse. Es un instinto que está en el origen de tantos desastres.

Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto: que un día no termine nunca sin pedir perdón, sin que la paz vuelva a casa. Si aprendemos a pedir perdón y perdonar a los demás, el matrimonio durará, saldrá adelante».

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