Acercarse al «fenómeno trans» (es decir al de personas que sienten que no encajan en sus cuerpos biológicos) es extraordinariamente difícil en estos días. La llamada «corrección política» invita a no meterse en estos temas: es posible que por solo encontrarle un título a este artículo me encuentre en problemas.

Pero un poco porque me gusta meterme en problemas, otro porque quisiera actuar con la libertad de los hijos de Dios, y otro poco pensando en lo que el papa Francisco dijo sobre la parresía en su Exhortación Apóstólica Gaudete et Exsultate:

«La parresía es sello del Espíritu, testimonio de la autenticidad del anuncio. Es feliz seguridad que nos lleva a gloriarnos del Evangelio que anunciamos, es confianza inquebrantable en la fidelidad del Testigo fiel, que nos da la seguridad de que nada «podrá separarnos del amor de Dios». Y me lleva a tocar este tema, difícil, complejo y doloroso para muchos.

Un doloroso testimonio

En noviembre de 2018, Andrea Long Chu, una escritora transgénero, escribió en el New York Times un artículo titulado «Mi nueva vagina no me hará feliz (ni debería)» en el que expresa con franqueza absoluta lo siguiente:

«Me gusta decir que ser trans es la segunda peor cosa que me ha pasado. (Lo peor fue haber nacido niño). La disforia es notoriamente difícil de describir a quienes no la han experimentado, como un sabor. Su definición oficial, la angustia que sienten algunas personas transgénero por la incongruencia entre el género que expresan y el género que se les ha asignado socialmente, hace poca justicia al sentimiento.

Pero en mi experiencia, al menos: la disforia se siente como si no pudieras calentarte, sin importar cuántas capas de abrigo te pongas. Se siente como hambre sin apetito. Como subirse a un avión para volar a casa, solo para darte cuenta en medio del vuelo, que pasarás el resto de tu vida en un avión. Se siente como un duelo, como no tener nada sobre qué dolerse».

¿Qué significa ser transgénero?

Como dice Andrea, desde la definición oficial es tremendamente sencillo, pero lógicamente es muy difícil de explicar a alguien que no padece las sensaciones, los estados de ánimo y los sufrimientos que acarrea padecerla.

¿Cómo le explicas a un ciego un color? ¿Cómo le transmites a una persona completamente sorda lo que sientes al escuchar una sonata de Mozart? Nuestra aproximación al fenómeno transgénero tiene que ser entonces siempre pensando que detrás de cada persona cuya percepción psíquica no se ajusta a su realidad biológica, hay una enorme cuota de sufrimiento.

Que se ve magnificada, muchas veces, por incomprensión en sus familias, en sus lugares de estudio, en sus trabajos en el caso de que los consigan, y un prolongado etcétera que lo único que hace es aumentar el dolor, la frustración, la tristeza y el miedo.

¿Cómo haces, si no te sientes a gusto en tu cuerpo para explicarle a todo el mundo, que parece extraordinariamente feliz con su cuerpo, cómo te sientes? Cualquier persona que padezca la llamada disforia de género debe ser entonces tratada con cariño, cercanía, comprensión, afecto y sin emitir juicios de ningún tipo sobre sus decisiones, acciones y aquello que nosotros creamos erróneo o correcto.

Ya bastante dolor sienten estas personas como para tener que soportar nuestras críticas, correcciones u opiniones sobre lo que hacen o dejan de hacer.

¿Entonces debemos aceptar e incorporar el fenómeno transgénero?

Cuando intentamos comprender el fenómeno transgénero, ninguna pregunta es fácil, y las respuestas nunca son del todo fáciles tampoco. La disforia de género existe, es una realidad palpable para muchas personas que, como vimos, sufren extraordinariamente por sus circunstancias.

Esas personas tienen necesidad de sentirse aceptadas como cualquier otra persona del mundo. Y muchas veces, esa aceptación trae aparejadas consecuencias que no siempre se miden y analizan bien. Muchas veces confundimos las necesidades emocionales genuinas de las personas, con derechos adquiridos por esas personas. Y al querer ayudarlos en sus necesidades emocionales, avasallamos derechos de otras personas.

Es el caso del video que te compartiré a continuación. Estos videos hay que mirarlos con mucho cuidado, ya que pueden generar el efecto contrario al deseado. Buscando combatir una ley injusta, enfocan el problema no en quien generó la ley injusta sino en quienes aparentemente se benefician de ellas.

Te explico: el comité de escuelas de Connecticut autorizó que aquellas personas transgénero que quisieran, podrían competir en las categorías de su «sexo percibido». Y eso comenzó a traer problemas en las pistas: aquellas personas transgénero que tuvieron un desarrollo posterior a la adolescencia con las hormonas propias de los hombres, tienen una ventaja competitiva sobre las que tienen la hormonización normal de las mujeres.

Entonces, lo que las personas transgénero ven como una maldición (recordemos que para Andrea Long Chu lo peor que le pasó en la vida fue haber nacido varón) se convierte en una ventaja injusta sobre las personas que no tienen esa «aparente desventaja» de haber nacido «en el cuerpo equivocado».

Cuando los sentimientos de unos se contraponen a los derechos de otros

Vuelvo a decirlo: no podemos juzgar a quienes sufren disforia de género, ni cuestionar sus decisiones, pero comienzan a surgir estas dificultades que no son menores. Al principio, los pedidos de las personas transgénero pueden parecer perfectamente atendibles, aun cuando nos puedan resultar cuestionables o controvertidas a quienes no podemos comprender el fenómeno transgénero.

Pero las personas transgénero viven en una sociedad que no siempre puede acceder a todos sus pedidos sin afectar derechos de terceros. Y este es solo uno de los puntos en los que los pedidos de la gente que sufre disforia de género puede afectar derechos de terceros.

En mi país (Argentina) se sancionaron distintas iniciativas en diversas legislaturas para garantizar un «cupo trans». Es decir, que de cada puesto que dé trabajo que se abra en cualquier instancia de gobierno, se reserve un porcentaje para las personas trans un mínimo de puestos.

En algunas instancias, este porcentaje es del 10% y en otras puede ser mayor o menor, incluyendo personas gays, lesbianas, bisexuales, transexuales y «queers». Pero claro, las asociaciones de empleados del Estado han comenzado a quejarse, porque las personas LGBT se quieren quedar con los «mejores» puestos (generalmente lo consiguen). Y rechazan los puestos de menor jerarquía o puestos cuya actividad no les interesa, como trabajos de enfermería, trabajos de limpieza o recolección de residuos.

Problemas complejos, soluciones simplistas

Los políticos, arrinconados muchas veces por la tiranía de lo «políticamente correcto», y otras veces por convicción ideológica, sancionan leyes cada vez más «permisivas» y «generosas» con esta población vulnerable. Para los políticos la ecuación es sencilla: si se les piden legislaciones de este tipo, las aprueban casi sin discusión y también casi sin meditación.

Nadie niega que las personas trans tienen dificultades para conseguir trabajo, y sería deseable que participaran en igualdad de condiciones en cualquier búsqueda laboral. Pero de allí a garantizarles un puesto solo por el hecho de ser transexuales, y además asignar un porcentaje mínimo, genera muchas veces quejas por una ventaja que resulta injusta para otras personas, que deberían tener los mismos derechos.

Entonces, las leyes que buscan igualdad, generan tremendas desigualdades. Y la idea base de las leyes que buscan mayor aceptación de las personas trans, provocan muchas veces efectos adversos: la gente que se ve afectada por estas desigualdades se enoja.

Y no se enoja con los burócratas que hacen las leyes sin considerar las consecuencias, se enojan con las personas trans. En el caso del video, las alumnas se quejan que al competir en condiciones tan ventajosas, las mujeres biológicas temen presentarse a las competencias deportivas donde participan mujeres transexuales.

Pero ¿no es esto la «teoría de género»?

Como todos los temas complejos, estos temas requieren de muchas aclaraciones y explicaciones para fijar bien los conceptos. La disforia de género es una condición que fue expuesta como «Trastorno de identidad de género» durante muchos años en los manuales de psiquiatría.

Como las personas que padecen disforia de género son en general personas plenamente funcionales en otros aspectos de su vida, entonces existe un debate sobre si esta condición debería ser tratada como trastorno o si la patologización de esta condición no es otra forma de estigmatizar y de discriminar a las personas que la padecen.

La discusión en el plano de la psiquiatría es válida, pero lo que propone la teoría de género es que el concepto de «varón» y «mujer» son «construcciones sociales», y que todos nacemos con la potencialidad de ser «lo que queramos ser».

La teoría o perspectiva de género propone entonces que todos deberíamos «elegir» el sexo de nuestra preferencia. Y que imponer una sexualidad (por eso hablan de «sexo asignado al nacer») es un acto de violencia y un avasallamiento.

La teoría de género propone que nuestra sexualidad es una construcción social, una imposición cultural y que, por lo tanto, es nuestra tarea individual autoasignarnos la sexualidad que nosotros elegimos de acuerdo a nuestra propia percepción. Por eso aboga por el bloqueo de la pubertad y las cirugías de «reasignación de sexo» en edades tempranas.

¿Perspectiva o imposición ideológica?

La disforia de género no es la única disforia relacionada con la imagen del propio cuerpo: conocemos muchas otras disforias que son tratadas en modo completamente diverso. La disforia con la imagen corporal que conocemos como anorexia nerviosa, es propuesta y tratada en los manuales de psiquiatría con terapia y psicofármacos para devolver a la persona que la padece una imagen adecuada de su cuerpo.

Existen personas que sienten que alguno de sus miembros no pertenecen a sus cuerpos. Esas personas padecen el «trastorno de identidad de la integridad corporal», o BIID por sus siglas en Inglés, y piden que se les amputen los miembros que perciben como ajenos. Los manuales de psiquiatría proponen terapia y psicofármacos para devolver a esas personas la imagen adecuada de sus cuerpos.

Pero con la disforia de género, se propone que las personas se sometan a cirugías que mutilan un cuerpo sano, y a inyectarse hormonas para luchar por el resto de sus días con un sistema inmune sano. Sencillamente porque la llamada perspectiva de género no es ciencia, sino una imposición ideológica.

¿Quiénes lo proponen y por qué? Es un tema de largo debate y que lo explica excelentemente bien Benigno Blanco en este video. El papa Francisco, en su viaje de retorno de Azerbaiján dijo: «Una cosa es que una persona tenga esta tendencia, esta opción, e incluso que cambie de sexo, y otra cosa es hacer la enseñanza en la escuela en esta línea para cambiar la mentalidad. A esto yo llamo colonizaciones ideológicas».

¿Y entonces qué podemos hacer por las personas transexuales?

Como dije anteriormente, busquemos comprender, acompañar y consolar a las personas transexuales, tal como haríamos con cualquier otra persona vulnerable. El Amor no hace acepción de personas, y cualquier signo de discriminación contra estas personas que están sufriendo de un modo indecible debe eliminarse de forma inmediata.

Con respecto a la investigación sobre el fenómeno transexual, la disforia de género y los problemas que aquejan a esta población vulnerable, sería óptimo que perdamos el miedo a la corrección política, e incluso que busquemos el modo de acercarlos al amor de Dios sin hacer ningún tipo de distinción por sus modos de expresión.

Mucha de esta gente nunca en su vida recibió un gesto de comprensión, cercanía o cariño, y hacerlo con el corazón abierto puede ser un primer modo de aproximarse a su problemática sin preconceptos. El amor cura todas las heridas, y no hay nada en la experiencia humana que la Iglesia no pueda ayudar a redimir, con la ayuda de Nuestro Señor.

Nuestra oración (te recomiendo el curso online «Crecer en la vida de oración») por las personas que sufren puede ayudarlas a encontrar la ayuda adecuada. Pero mucho más las ayudará que sepan que en la Iglesia pueden encontrar siempre corazones dispuestos a recibirlos, cuidarlos y acompañarlos en todas sus necesidades. Lo mismo que se propone para los homosexuales, se puede aplicar a aquellas personas que sufren disforia de género.

¿Cómo responder a estas iniciativas que avasallan derechos?

Una vez hecha la salvedad de que hay que cuidar con caridad exquisita a aquellas personas que padecen de disforia de género, hay que participar activamente en las campañas que piden la derogación de estas leyes injustas creadas en escritorios de burócratas temerosos de la opinión pública.

Se debe buscar generar conciencia y distinguir entre las personas que son injustamente discriminadas por su sexualidad y la expresión de la sexualidad, y los activistas que buscan la colonización ideológica de la educación con teorías anticientíficas.

Es importante comprender que muchas veces, quienes se benefician de estas leyes injustas son también víctimas de un oportunismo político y mediático, y que pueden no entender las implicaciones de sus actos. Entonces, debemos buscar no juzgar a las personas que nos parece que se «aprovechan» de estas leyes, sino comprender que encuentran en estas iniciativas demagógicas un primer modo de salir de las dificultades que le acarrea su disforia de género.

La búsqueda de una «igualdad de resultados» sin tener en cuenta las características biológicas de las personas, genera estas injusticias manifiestas. Debemos intentar centrar nuestros esfuerzos no en combatir a las personas sino en frenar el oportunismo político de aquellos que buscan una ventaja política o de opinión con legislaciones arbitrarias e injustas. No combatimos contra las personas transgénero, sino contra aquellos que las utilizan para sus campañas políticas demagógicas.