

¡Qué duro es rechazar tu propio cuerpo! Creo que muchos de nosotros, en algún momento de la vida, hemos rechazado nuestro cuerpo. Tal vez porque cambiaba sin que yo pudiera hacer nada como en la adolescencia, tal vez porque mi cuerpo no cumplía los estándares de belleza que me hubiera gustado tener y lo terminé rechazando al punto de desarrollar un desorden alimenticio.
O podría ser que alguna de mis capacidades no era la «ideal» (por ejemplo, alguna dificultad en el lenguaje, aprendizaje, etc.) o tal vez porque tengo algún defecto físico que estuvo más allá de mi control, como una herencia congénita o porque fui víctima de un accidente que deformó mi forma natural irreversiblemente.
Mucho más duro aún, debe ser el rechazar mi cuerpo porque me percibo del sexo opuesto por una serie de razones que no termino de entender.
El video de Riley Gaines que hoy presentamos, nos muestra la punta del iceberg de un tema tan complejo como es el rechazo del cuerpo y la ilusión de una transición que busca hacernos «iguales» a lo que deseamos.
El cuerpo no es un accesorio
No es algo de lo que pueda prescindir, mi cuerpo soy yo. A través de mi cuerpo expreso la persona que soy, a través de mi cuerpo amo y soy amado. Y no me refiero exclusivamente al plano sexual, que es un plano tan potente y hondo.
Consideremos el abrazo de un niño a su madre, las carcajadas de complicidad en un grupo de amigos, las miradas amables frente a un desconocido, las caricias que le doy a mi abuelo y un gran etc. que el cuerpo nos permite expresar.
Esta afectividad, que expresamos con el cuerpo, además tiene matices y particularidades únicas en cada persona. Porque somos diferentes, no hay dos seres humanos iguales.
El deporte y las innegables diferencias entre hombres y mujeres
Los resultados de los desempeños deportivos, han resultado ser una evidencia innegable de que nacer biológicamente hombre, no es lo mismo que nacer biológicamente mujer. Entre las diferencias entre hombres y mujeres, las capacidades físicas deportivas son significativamente distintas.
Respecto a estas diferencias entre hombres y mujeres: el rendimiento en fuerza, en potencia, en velocidad, etc. es superior el de un hombre que el de una mujer. El tamaño de su corazón, de su capacidad pulmonar, la estructura ósea, son distintas.
Si un hombre y una mujer compiten en rango de edad, peso y estatura, no lo pueden hacer en igualdad de condiciones. Hay una ventaja indiscutible hacia el lado del varón y por esto históricamente las categorías de competencias han estado diferenciadas por sexo.
El deporte de alto rendimiento ha abierto una discusión tan larga como confusa. En este enredo de la inclusión e identidad que promulga que ser hombre o mujer es un constructo social impuesto y que cualquiera puede ser quien quiera que se «sienta» ser, nos pasamos más tiempo reflexionando en lo «que» queremos ser que descubriendo quién verdaderamente somos.
Forzar la legislación no cambia la realidad
En los últimos años, la controversia en el deporte de alto rendimiento no ha cesado. Se permitió en las escuelas, universidades y federaciones deportivas que los atletas compitan de acuerdo al sexo que se perciban.
Mujeres trans empezaron a competir contra mujeres biológicas y los resultados no se hicieron esperar. El deporte femenino se vio directamente afectado como lo expresa muy bien el video. Los reclamos y protestas (justificados) por parte de las atletas nacidas mujeres (biológicamente) cubrieron titulares y la brecha de separación entre unos y otros se hizo más honda aún.
La legislación deportiva ha cambiado en los últimos dos años una y otra vez. Queriendo incluir a todos y no ofender a nadie, se dice y se desdice.
Leer los apéndices y correcciones es sumamente delicado y complejo. El lenguaje tan cuidadoso y detallado, los procedimientos y certificaciones que hay que presentar para demostrar que quien compite es mujer o es hombre son casi ridículos.
Se considera la categoría casi como clasificación «temporal» que se hace solo en el deporte porque pareciera que en el mundo «real» las clasificaciones hombre/mujer, resultan ofensivas, o peor aún, inexistentes.
Vulnerando a los más vulnerables
Desafortunadamente en esta carrera por «igualarnos» se termina vulnerando a los más vulnerables.
Las mujeres recién van a cumplir 100 años desde que fueron incluidas en el deporte olímpico y de alto rendimiento. Las leyes trans deportivas las afectaron directamente. Los salarios, patrocinios, becas, carreras deportivas y profesionales femeninas por las que se lucharon tanto hoy se ven amenazadas y en algunos casos ya truncadas.
Por otro lado, los niños también se ven afectados por estas legislaciones deportivas. Entre líneas promueven terapias de afirmación sexual y bloqueadores de la pubertad.
La FINA (Federación Internacional de Natación), por ejemplo, en su legislación afirma que un atleta mujer trans (que ha nacido biológicamente varón), pero que se le ha bloqueado la pubertad antes de los 12 años y tiene un nivel de testosterona por debajo de los 2.5 mmol/L puede competir en la categoría femenina.
Compasión y empatía con verdad
Buscar comprender, acoger, tratar con respeto, dignidad, compasión y verdad a cualquier persona, es la clave. Por otro lado, reconocer y reconciliarse con el propio cuerpo es crucial. Pero creo que en la ecuación, la verdad y la reconciliación se nos están escapando de las manos.
¿Por qué decir la verdad ofende? Creo que lo que ofende no es la verdad, lo que ofende es la actitud o el lenguaje con el que la decimos. Por eso la verdad necesariamente tiene que estar acompañada de respeto, compasión y reconciliación.
Decir la verdad siempre ha sido un acto de valentía. Hoy más que nunca cobra relevancia esta afirmación. Parafraseando a San Juan, solo la verdad nos hará libres y solo en esa libertad podremos encontrar el verdadero sentido de comunidad, del cuidado de todos sin excepción, de una verdadera inclusión.
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