Hace varios meses que estoy ayudando con charlas y jornadas espirituales a distintos grupos de matrimonios y parejas. En ese contacto directo, que suscita preguntas y muchas reflexiones, he podido apreciar una cantidad de —diría yo— desafíos de la vida cotidiana, que entorpecen la vivencia del amor.

No quiero llamarlos problemas, pues carga a mi modo de ver las cosas, de un matiz negativo lo que debe ser entendido como situaciones del día a día en un matrimonio. La gran diferencia entre los amigos y esposos es que, con mi esposo(a) vivo los 365 días del año, bajo el mismo techo y en la misma cama.

Por ello, es natural y totalmente comprensible, que surjan más dificultades que las que pueden haber dentro de una amistad. Es casi una cuestión de probabilidades matemáticas. Y si a eso le sumamos que muchas veces no las resuelven por medio de un diálogo franco y abierto, esos desafíos se van acumulando y es ahí donde podemos hablar de problemas, que empiezan a entorpecer la relación hermosa de cónyuges que están llamados a vivir todos los esposos.

Esta vez quiero mencionar algunos de esos desafíos o dificultades, con breves explicaciones, a fin de que cada matrimonio pueda hacer un rápido y fácil examen de conciencia.

1. Ser tolerante

Lo primero que debemos tener claro es que, actualmente, se entiende muy equivocadamente este término. No significa que cada uno simplemente acepte la posición del otro, sin pelearse. Tolerancia es, definitivamente, respeto por la manera de pensar del otro buscando siempre la verdad.

Y la verdad es una sola. Para los dos. No se trata de que cada uno «vaya por su lado». Los dos juntos, respetándose, deben buscar lo verdadero y lo bueno para su matrimonio.

2. Dejar de pensar que alguno debe ganar la pelea

¿Quién gana la pelea? Esta actitud brota de una cultura que en la que nadie quiere dar el brazo a torcer. «Yo tengo la razón», «Yo debo tener siempre la última palabra», «Yo te dije… sabía que iba a pasar eso», ideas como esas, que nos impiden abrir el corazón, con humildad y sencillez. Con esa soberbia y orgullo egoísta es prácticamente imposible el diálogo.

Dialogar implica saber escuchar. Y cuando uno de los dos se equivoca, bueno, toca ser humilde y reconocer el error. En última instancia, si uno de los dos se da cuenta que el «diálogo» no va a terminar bien, es mejor guardar silencio y retomar en otro momento la discusión. Eso implica, naturalmente, mucha humildad e incluso a veces humillación, por el bien del matrimonio.

3. Evitar los «paños tibios»

Llega un momento en que se discute tanto y hasta se originan peleas —por esa falta de diálogo— que muchas veces, uno de los cónyuges o de «implícito» acuerdo, no quieren poner «las cartas sobre la mesa». El problema con esto es que la realidad pasa factura y en algún momento los dos, juntitos, se terminan chocando contra la pared.

Esto ocurre cuando por ejemplo ambos tratan de esquivar temas «incómodos». Pero la verdad es que en algún momento la situación se pondrá demasiado tensa y una charla desde el corazón hará falta. ¡Chao a los paños tibios, hablen con franqueza!

4. Hacerle el quite a la famosa «olla de presión»

¿Quién no escuchó esta expresión tan sugerente en las relaciones de pareja? Sucede cuando hay situaciones o realidades del cotidiano que no se conversan, pues se cree que —equivocadamente— son pequeñeces, por las que no vale la pena generar una posible situación incómoda.

Pero, pregúntate, ¿cuánto tiempo podrás aguantar esos «problemillas»? Lo mejor es resolver cualquier malentendido, incluso antes de dormir. A veces es necesario agachar la cabeza, recordar cuánto amamos a nuestra pareja y luchar por resolver los conflictos sin que lleguen a explotar como una olla a presión.

5. Recordar la diferencia entre justicia y misericordia

Otra dificultad —un poco más complicada— es la incapacidad para comprender la diferencia, y cómo se conjugan la justicia y la misericordia. A veces se piensa que por ser misericordioso, no se aplica la justicia, o al revés. Por aplicar la justica, no soy capaz de vivir la misericordia.

Para no complicar las cosas y decirlo en pocas palabras: con relación a los hechos, hay que aplicar justicia, pero ser siempre misericordiosos con la otra persona. ¿Qué significa eso? Si el hecho cometido está mal, entonces se deben enmendar las cosas. Obviamente, están los famosos atenuantes, propios de las distintas circunstancias.

Pero en el caso del esposo o la esposa que comete el error, siempre debemos estar dispuestos a perdonar. «Hasta setenta veces siete», nos lo enseña el Señor. Claramente el infractor debe arrepentirse y la corrección debe hacerse, siempre con mucha caridad.

6. Tener presente lo que significa la palabra perdón 

De lo último, se desprende una actitud fundamental, sin la cual ningún matrimonio puede salir adelante, frente a las situaciones difíciles que puede afrontar: el perdón. La cosa es muy clara. No hay medias tintas. Sin perdón no hay amor. Punto.

Sin perdón, el corazón se va llenando de amarguras y rencor. En la medida que crece, eso se convierte en rabia, hasta que explota en ira. En ese punto, ya es muy difícil que el amor penetre el corazón, pues está invadido por ese veneno, que corroe el amor, por el que decidieron, hace uno o 20 años atrás, vivir unidos para el resto de sus vidas.

Finalmente, termino diciendo que la solución para todo esto no es un misterio inalcanzable, o que una vez metido en esos «vientos huracanados», el matrimonio irremediablemente, se romperá y hundirá. Para no llegar a este punto, lo básico es: la comunicación. También te recomiendo el curso: «Amor en camino. Aprende a superar sus 7 crisis desde la fe cristiana».

Si desde el principio, entre los dos las «cartas están siempre sobre la mesa», es decir, hay transparencia, honestidad, franqueza. Y a eso le sumas, la madurez para conversar como dos adultos, saber escuchar y decir lo que cada uno piensa de modo sereno y calmado, se puede llegar a un acuerdo en el que prime la verdad y lo bueno para los dos, para el bien del matrimonio.

A los esposos, que —Dios mediante— están leyendo estas líneas, no olviden nunca el pasaje de Jesús calmando la tormenta. Lo pueden buscar juntos como un buen ejercicio, lo encuentran en el Evangelio según san Marcos 4, 35 – 41.

Son muchas las ocasiones en las que se desatan «tormentas», y parece que la barca se va llenando de agua, hasta que creemos que no hay solución, y lo único que pasará es que el matrimonio se hundirá.

Pero no se olviden nunca de esto: para el que tiene fe, Jesús puede calmar cualquier tormenta. Él es el dueño de todo, ordena al viento, y dice al mar: ¡Silencio! ¡Quédate quieto! Y todo queda completamente tranquilo.