

A veces tomamos decisiones que creemos que son voluntad de Dios. Pasa el tiempo y nos ponemos a pensar «¿tomé, realmente, una decisión correcta?», «¿era eso lo que Dios quería de mí?», «¿y si me equivoqué?».
Dios nos ha dado la capacidad para elegir, el libre albedrío. Hemos escogido lo que en oración consideramos que era voluntad divina y Él conoce nuestro corazón, nuestras intenciones. Entonces, somos nosotros quienes en ocasiones nos juzgamos con dureza y perdemos la paz interior.
Hace mucho tomé una decisión muy importante en mi vida. No fue fácil. Recordaba la frase de san Ignacio de Loyola «En tiempo de desolación no hacer mudanza», por eso no fue una decisión precipitada y en todo momento le pedí a Dios que me guiara para hacer solo Su voluntad.
Después de mucho discernimiento, oración y considerando qué era lo mejor, lo que necesitaba, tuve que realizarla. Fue un doloroso proceso y, aunque me pregunté muchas veces qué hubiera pasado si mi elección hubiera sido distinta, lo diferente que sería mi vida… ya la decisión estaba tomada. Con la ayuda de Dios fui aprendiendo mucho de esta experiencia.
¿Qué hacer cuando tenemos dudas? Te comparto cinco consejos que puedes aplicar si te inquietas luego de las decisiones ya tomadas.
1. ¡Cuidado con el orgullo!
Hay que estar alertas si nuestra inquietud o angustia se debe al orgullo propio. Es decir, no tanto por agradar a Dios, sino porque nosotros, que buscamos estar a su lado y vivir según sus preceptos, hemos podido fallar y alejarnos del progreso espiritual que tanto esfuerzo nos ha costado.
¡Tengamos cuidado de no caer en el pecado de la soberbia!
2. ¿Es válido preocuparse por decisiones tomadas?
Cuando las decisiones están tomadas y si hemos actuado con recta intención, buscando agradar a Dios, ¿tiene sentido preocuparse?, ¿vivir angustiados?, ¿cambiaremos algo viviendo así?
Jesús dijo: «No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción» (Mt 6,33-34). Además, un arma muy poderosa que usa el demonio es hacernos perder la paz y así vivir tristes.
Como dijo san Francisco de Sales, «a quien el demonio no logra que cometa grandes pecados, trata de que viva con grandes preocupaciones».
3. Confianza y abandono
«No temas, porque yo estoy contigo, no te inquietes, porque yo soy tu Dios; yo te fortalezco y te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa» (Is 41,10).
Confiemos en Dios. Si le hemos encomendado nuestra vida, entonces, ¿por qué temer? Él lo sabe todo y no nos abandona, ni siquiera en la noche más oscura. «Abandonaos plenamente en el Corazón Divino de Cristo, como un niño en los brazos de su madre», como dijo san Pío.
4. Dios obra en nuestras decisiones
Dios nos ama infinitamente. No es un dios castigador ni justiciero dispuesto a vengarse si hemos tomado algunas decisiones contrarias a sus planes, a la misión que tenemos. Él es capaz de sacar un bien hasta de lo que consideramos pudo haber sido un error.
Como lo señala san Juan de la Cruz, «el Amor sabe sacar provecho de todo, del bien y del mal que encuentra en nosotros». ¡Aprovechemos esta vida! Mientras vivamos, hay oportunidad. Si nuestra decisión no fue voluntad divina, pero la hicimos a conciencia, con recta intención, ¿acaso Dios va a querer que nos condenemos?
Si da oportunidad hasta el último momento al más pecador para su conversión, ¿cómo va a ser indiferente ante la súplica de alguien que quiere seguirlo con sincero corazón?
5. Medios eficaces en cualquier circunstancia
«Si alguien está afligido, que ore» (Stgo 5,13). Lo más importante es mantenernos en oración continua, acudir a la exposición del Santísimo, la participación en los sacramentos, en la Santa Misa, invocar la guía del Espíritu Santo y, por supuesto, refugiarnos en el manto maternal de María Santísima.
Es muy importante tener un director espiritual, porque todos necesitamos un Moisés para atravesar el desierto y llegar a la tierra prometida.
Puedes leer buenos libros de fortalecimiento espiritual como: «La confianza en Dios», del P. Jacques Philippe, «Introducción a la vida devota», de san Francisco de Sales, «El combate espiritual», del P. Lorenzo Scupoli… ¡en fin!, gracias a Dios, tenemos varios autores católicos.
Si después de un tiempo en oración y examen de conciencia creemos necesario cambiar la decisión, porque no nos da paz interior, sigamos orando con mayor fervor y discernimiento, guiados por alguien fortalecido espiritualmente. Mejor si se trata de un sacerdote o una persona consagrada.
Luego de las decisiones que aún te inquietan, puedes recordar esto:
«Mi pasado está en manos de la Misericordia divina, que puede sacar provecho de todo, tanto de lo bueno como de lo malo, y mi porvenir en manos de Su Providencia, que no se olvidará de mí» (P. Jacques Philippe, La libertad interior).
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Me encantó!! Es una guía completamente supervisada e iluminada por el Espíritu Santo, por el AMOR entre el Padre y el Hijo y heredado a sus Creaturas, nosotros sus Hijos.