Nací en un hogar católico, en donde la enseñanza de mi familia fue siempre seguir la cátedra de Cristo, reflejada en su amada Iglesia. Todos los domingos fui a misa, rezaba de vez en cuando y visitaba el Santísimo ante alguna necesidad. Así fue mi experiencia de fe por 21 años, fuerte en lealtad y esperanza, pero vaga en convicción. Había sido seguidora de Cristo, pero en definitiva, no lo había dejado todo por Él.

Fue hasta que me aislé, de mi pequeña burbuja, que comprendí que había dejado pendiente una invaluable invitación: ser discípula de Cristo. No era algo reciente, la invitación estaba desde el inicio de mi existencia; al igual que para todos. Pero, fue hasta que salí de mi zona de confort que entendí el llamado.

La palabra discípulo describe, originalmente, a una persona que aprende de un gran maestro. Deriva del latín «discipulus», que significa estudiante o pupilo, es decir, una persona que busca aprender. En los evangelios, sucede algo peculiar: Jesús, por iniciativa propia, es quien llama a sus discípulos. Lo curioso es que, después de dos mil años, el patrón continúa repitiéndose:

Es Jesús quien te está buscando

Él me llamó a mí y te llama a ti. Esto es algo que nos diferencia de muchos otros credos, nosotros estamos convencidos de haber recibido el llamado de Dios, que, en su grandeza, nos dejó el mensaje de salvación. ¡Una verdadera bendición!

No obstante, comprendí que alcanzar la salvación prometida implica ser un verdadero cristiano. Pero, no te agobies, esto puede ser una tarea sencilla, basta con seguir el siguiente paso.

Dejarlo todo por Él

Y, no, …no significa volverte ermitaño, ni abandonarte en el exilio. Esto representa un compromiso serio y a largo plazo en tu vida.

Al seguir a Cristo dejarás muchas cosas atrás y otras tantas a un lado, porque el camino hacia la Santidad es un reto. Ser discípulo de Cristo implica ser misionero de Su Palabra y dar testimonio con nuestra vida. Por tanto, implica anteponer la humildad sobre la vanagloria, el servicio sobre el prestigio y reconocer al amor como instrumento clave en todo lo que hacemos. Todo esto requiere de una profunda conversión, que nos permita reconocer que solo de la mano de Dios lograremos llegar a la meta.

Ahora, es cierto que vivimos en una sociedad que busca opacar la fe, esconder nuestra dimensión espiritual, eliminar todo compromiso del vocabulario y colocar al bienestar material como nuestra máxima aspiración. Yo lo he vivido. Pero, el mensaje de Dios es claro, y sumamente valioso. Él nos invita a la trascendencia.

«Vosotros estáis en el mundo, pero no sois del mundo»

Jesús mismo le dijo esto a sus apóstoles y también aplica para nosotros. Cuando comprendamos verdaderamente que nuestro objetivo no es terreno, sino eterno, todo será más fácil, las decisiones estarán claras.

Me tomó 21 años decir «sí» a la mejor invitación que me han hecho en la vida, pero fue un sí sin medida. Reconozco que aún me falta un largo camino por recorrer, pero estar dispuestos a recorrerlo es dar el primer paso. Ha sido difícil, quizás. Pero, siendo el Señor mi Pastor, sé que nada me faltará (Salmo 22).

Artículo elaborado por: Myriam Ponce