Para explicarles mejor el tema hemos decidido hacer un cuento (algo asi como futurista). Ojalá les guste y les sea muy útil en su apostolado 🙂

«Es el año 2117. Hemos tenido que imprimir en papel este nuevo artículo junto a todos los demás que intentamos seguir publicando y que, clandestinamente, escribimos los pocos supervivientes que quedan en Catholic-link y otros sitios católicos. Más que recursos para el apostolado son una especie de panfleto espiritual, merchandising, publicidad o como quieras llamarlos,  que tienen como único propósito animar a los pocos que van quedando, que intentan en secreto celebrar su fe, que a duras penas hacen pasar su vida espiritual de forma desapercibida; atormentados, sin esperanza.

Llevamos un camino de más de 100 años en que han ocurrido dos fenómenos en paralelo. Por un lado se nos empujó afuera del mundo social y político, y por otro lado nosotros decidimos enquistarnos dentro de nuestras parroquias, comunidades y movimientos. No solo nos echaron, además decidimos irnos. Es decir, no nosotros, nuestros antepasados; que veían como buena idea el preocuparse únicamente de las cosas de Dios dentro del contexto eclesial, pero que hacían nulo esfuerzo por unir sus vidas y su fe.

Los católicos y cristianos en general han desaparecido de la escena social y política. Ya no queda ni siquiera en la cultura y el folclore local un atisbo de fe. Hace años no se escucha ninguna consigna de esas que hablaban de la libertad de creer, del poder de Dios y la restauración de la dignidad humana. El proceso era previsible, la crónica de una muerte anunciada.

Aquellos que se consideraban “opositores a la Iglesia” pasaron varias décadas construyendo un discurso inteligente, elocuente, con bases y argumentos teóricos respetables; un tiempo de diálogo inteligente, de apologética, profundización en la fe y de crecimiento sincero para ambas partes. Años dorados en que todos aprendimos, esos mismos años que vieron nacer esta y otras iniciativas para personas que hacían apostolado. Pero ya casi un siglo atrás, comenzaron con una nueva estrategia: ahora el plan no era debatir y contrarrestar con inteligencia en el debate y la discusión pública. El arma utilizada fue mortal, efectiva al primer golpe, no hubo necesidad de remate.

Decidieron ignorarnos, nos dejaron hablando solos, no nos dieron cabida en la discusión y ninguno de los nuestros se animó a hacerse un espacio. No nos sacaron de la conversación, simplemente dejaron de prestarnos atención hasta que nos cansamos de ser ignorados y nos regresamos a nuestras cosas y quehaceres. Creímos en la fantasía de vivir como los primeros cristianos. Radicalizar la fe como los que vivían escondidos en las catacumbas, esperando un futuro próximo, una próxima segunda venida, la aparición de un líder carismático, alguien que nos hubiera sacado del hoyo.

A estas alturas, el Papa está reducido a la figura de un simple mandatario, el gobernante de un minúsculo estado tan pintoresco como poco influyente, al nivel de otros de similares características como Mónaco y Luxemburgo; lindos, pero que nadie considera realmente para nada. Su opinión, decisiones e influencia son minimizadas, llegando a  convertirse en un youtuber mas, que comparte sus ideas una vez al mes por su canal para el deleite de unos cuantos miles de seguidores. Más un esfuerzo folclórico por mantener una tradición de un pastor que conduce ovejas. Tiene “nunciaturas”, pero no son embajadas ni representaciones diplomáticas, su quehacer más bien se remite a conseguir algunos pocos recursos económicos y mantener la “presencia”, más como algo simbólico que como un real servicio para la gente. De sus visitas a los países solo quedan algunos pocos lugares que conmemoran anteriores viajes en diferentes países. Los estados han decidido que no se atenderán las peticiones de minorías tan poco influyentes y no se destinarán recursos ni esfuerzos para acoger la venida de alguien que representa a tan pocos.

Ha ocurrido que los católicos de hace un siglo decidieron callar, decidieron dejar de luchar, de exponer sus ideas, de dar la batalla por su fe y todo lo que ella implica en la práctica. Disociaron sus ideas políticas de sus creencias y las consecuencias tardaron poco en hacerse latentes.

Los (hasta ese entonces) pocos políticos católicos que existían quedaron sin respaldo ciudadano, no volvieron a ser reelectos y nadie vino después de ellos. Se les tildó de retrógrados, intolerantes, conservadores, cerrados de mente.  La gente se avergonzaba de votar por ellos, aunque estuvieran de acuerdo en temas de convicciones y valores, pues era muy impopular a la opinión pública defender ese tipo de creencias.

Rápidamente eso se tradujo en un problema doméstico para los creyentes. Celebrar la fe se convirtió en una hazaña. Los beneficios tributarios de la Iglesia desaparecieron, los estados comenzaron a cobrar impuestos por los terrenos y construcciones que la Iglesia tenía, lo que obligó a vender casi todo, pues con tan pocos feligreses, apenas alcanzaba para pagar las cuentas. Por eso hoy podemos ver tantos museos, restaurantes y locales nocturnos que antes fueron iglesias. Tuvimos que vender todo. De los fieles creyentes, hubo un éxodo masivo. La Iglesia comenzó a perder feligresía, pues los que supuestamente estaban convencidos y daban la vida por su fe, comenzaron a desaparecer de la escena pública, y siendo sinceros ¿quién quiere juntarse con alguien que predica pero no práctica?

Eso hizo que los más tibios rápidamente se declararan agnósticos, los pocos creyentes serios y convencidos que quedaron se dedicaron a mantener y hacer sobrevivir lo que quedaba. No se cerraron los colegios, hogares de acogida, hospitales y toda obra que tuviera que ver con la Iglesia, pero sí cambiaron de dueño y de orientación. Por más que se quisiera mantener la espiritualidad y los ideales, ¿de dónde se iban a sacar laicos comprometidos y formados para mantener algo así? Además, el estado no daba subvenciones ni ayudas a ninguna institución de Iglesia.

No solo se legalizaron todas las cosas que hace 100 años estaban en discusión, como el aborto, el consumo y venta de drogas, el matrimonio igualitario, la educación sexual con base en ideología de género y otras leyes más; sino que la guinda de la torta fue puesta cuando se legisló en la gran mayoría de países, el derecho constitucional a la “apostasía”, es decir el poder renunciar a la fe, que aquellos que fueron bautizado de niños sin su consentimiento, pudieran borrar sus nombres de los registros católicos.

De ser una mayoría influyente y con presencia, pasamos a ser una minoría, sin peso, sin representatividad, sin voz y en estos días, ¿quién va a legislar a favor de las minorías? La humanidad ya aprendió de eso y no volverá a hacerlo. Quedamos borrados del mapa.

Lo único que aún se preserva es intento de algunos radicales que, temiendo por su integridad física y discriminados, viven su fe en grupos pequeños, a escondidas, en ausencia de consagrados pues la formación de religiosos desapareció hace décadas cuando las universidades y seminarios pasaron a manos del estado por no poder financiarse. Los sacramentos son parte del recuerdo. Así como hace 100 años se asombraban al leer sobre los milagros de la primera comunidad cristiana, de que la sombra de Pedro curaba a un paralítico, así vemos nosotros los sacramentos. Algo bonito, anhelado, que fue parte de la Iglesia, pero que es parte de la historia (y ni de eso estoy seguro, quizás es mito).

Cuando pregunto cómo comenzó todo, los mayores me dicen que fue al momento en que dejamos de participar. No presentamos candidatos, no nos acercamos a las urnas, abandonamos las causas y los ideales de la fe. Los valores y principios que buscaban preservar y defender la ley moral natural ya no tenían representantes en el parlamento y rápidamente esas ideas fueron descartadas del plano legislativo.

En asuntos económicos y sociales, se dejó de hablar del bien común y la opinión pública lo reemplazó por el concepto de las libertades individuales. Tenían grandes y elocuentes oradores, exponentes destacados que argumentaban con ciencia y lógica sus ideas. Nuestros representantes en cambio, los que buscaban el bien común, ni siquiera eran defendidos por nosotros; es más, no solo no los defendíamos, sino que apenas les prestamos atención, no tenían nuestros votos y ya pronto nadie propuso estas cosas en los congresos y parlamentos.

Rápidamente, cuando nos vieron heridos, nos dieron el golpe final; se atentó contra la libertad religiosa y se nos encerró en los templos, reduciendo nuestra fe a un aspecto íntimo de la vida de las personas que no debía socializarse ni compartirse y que carecía de cualquier espacio para ser compartido. Ni hablar del calendario civil. Nunca más un día coloreado de rojo para permitirnos celebrar una solemnidad o fiesta de precepto».


Horrible relato ¿no? Seguro ni tú ni yo estaremos vivos en 100 años más, pero nuestros nietos y sus hijos sí. Yo no quiero heredar un mundo sin fe, un mundo que ha minimizado la vida espiritual de las personas y que no solo ha legislado al margen de la moral sino en contra de ella. 

No se trata de politizar la fe y nuestras creencias, sino que participar activamente, sin dejarse seducir por pasiones idealistas e ideológicas, sino con la conciencia y el corazón puestos en el bien común, en lo mejor para todos y buscando personas que representen no solo intereses políticos sino que estén dispuestos a trabajar por los desfavorecidos, por las libertades reales de las personas (y no el libertinaje) y con una profunda conciencia social.

Todo lo anterior es una verdadera lucha, una pelea muy intensa que muchas veces puede tenernos con los ánimos por los suelos, perdiendo la esperanza y haciéndonos renunciar a cualquier posibilidad de un futuro mejor. Se nos olvida que estamos peleando en una guerra ganada, una en la que Jesús ya venció, que la cabeza de la serpiente está bajo los pies de María y lo único que le queda es dar un par de coletazos. Esa convicción es solo por fe. Es por eso que debemos, además de involucrarnos, ir a votar y expresar públicamente nuestras convicciones, mantenernos orantes, aún más que antes, más profundamente convencidos, pues ciertamente nuestra ayuda viene de Dios; no hay estrategia política que nos ayude si no viene acompañada del poder de la oración y la fuerza del Espíritu Santo.

Seamos entonces apóstoles profundamente encarnados en la realidad, activos, opinantes, influyentes; pero al mismo tiempo personas de oración, de profundo compromiso cristiano y de una fe inquebrantable, sobre todo cuando los días venideros se ven oscuros.

¿Aún crees que un católico no tiene que involucrarse en la vida pública? Nos gustaría saber qué opinas 🙂