

Hace algunos días tuve la bendición sobrenatural de participar de un retiro espiritual que ha sido muy importante para mí. Pude meditar, rezar y conversar con el director espiritual del retiro algunas verdades de nuestra fe católica que son esenciales, y por eso quiero compartirlas con ustedes.
No se trata de «descubrir la pólvora», sino de volver a mirar lo esencial. Lo que podríamos decir que es el «ABC de la vida espiritual». Sin embargo, por la rutina, las actividades y responsabilidades que nos demandan mucho esfuerzo y tiempo, infelizmente, terminamos relegando a un segundo plano la vida interior.
Hay que reconocerlo. ¿Quién no ha tenido la experiencia, o la tiene actualmente, de dejar para un segundo lugar su vida de oración y relación con el Señor?
1. Cristo nos hizo hombres nuevos
La verdad básica del pecado original es doctrina fundamental de la Iglesia. Y probablemente, muchos al leer estas líneas, me dirán que estoy diciendo algo obvio. Pero ¿cuánto somos realmente conscientes de ese hecho que marca profundamente nuestra naturaleza humana?
Razón por la cual, si depende de nuestras solas fuerzas, sencillamente, no podemos ser cristianos, y no podemos superar o vencer el pecado en nuestras vidas. ¿Qué quiero decir? Sin la ayuda de Cristo somos incapaces de luchar contra el pecado. En otras palabras, no importa el esfuerzo o exigencia que nos pongamos, si todo eso no brota o nos lleva al encuentro con Cristo, nada será fructífero.
Pero en Cristo, no solamente podemos superar el pecado —que para santo Tomás, era como una segunda naturaleza del hombre, por lo tan arraigado que tenemos el pecado en el interior— sino que, ya participamos de una nueva creación. ¿Qué significa esto? Que al resucitar, Cristo no solamente recompone el daño causado por el pecado, sino que hace nuevas todas las cosas. Cuando muere en la Cruz, da muerte al pecado, y junto con eso, la muerte y todo tipo de sufrimiento humano. De esta manera, cuando resucita está haciendo nuevas todas las cosas. Se trata de una nueva creación.
Y nosotros, gracias al bautismo, ya participamos de su vida eterna. Se trata, por lo tanto, de hacer y poner los medios cotidianos para mantener nuestra condición de hombres nuevos. No perder esa condición por el pecado. Podemos decir que ya participamos de la patria celestial, pero todavía no con la plenitud que viviremos, si —Dios mediante— podemos gozar del cielo.
2. Solo Cristo nos salva del pecado
No nos engañemos. Si no tenemos una vida espiritual intensa, renovada cada día, no podemos ser —como dice san Pablo— otro Cristo. Quiero compartir con ustedes algunas razones por las que Cristo es la respuesta que necesitamos, como hombres y mujeres marcados por la realidad trágica del pecado.
Él es la verdad para conocer quiénes somos, y así, obrar de acuerdo con nuestra identidad. Es la vida que nos vivifica y saca de la nuestra las rupturas de la muerte. Es el camino para desplegarnos con su amor, y ser plenamente personas humanas, llamadas a vivir y participar del mismo amor de la Santísima Trinidad. Es la luz que ilumina nuestra oscuridad, nos muestra nuestra vocación y misión, muchas veces oscurecidas por la herida del pecado.
Es el agua viva de la cual bebemos para tener vida eterna, convirtiéndonos también a cada uno de nosotros en fuente de vida eterna para los demás, que están sedientos de descubrir para sus vidas, un camino de felicidad. Cristo es la plenitud de quien recibimos toda la gracia y vida que necesitamos para ser quienes somos. No es fácil ser coherentes con la grandeza de nuestra identidad personal. Cada uno es único e irrepetible.
Conclusión
Por eso debemos escucharlo y contemplarlo diariamente en nuestras oraciones, frecuentando los sacramentos, pues así es como nos encontramos con Él, y solamente así, podemos recibir todas esas gracias mencionadas en los párrafos anteriores. Si deseas profundizar en el tema de la oración te recomiendo el curso online: «Crecer en la vida de oración».
Él es quien revela la singularidad de cada uno de nosotros. Nos conoce hasta la huella digital, y quiere que vivamos como Él, para cumplir en nuestras propias vidas ese llamado que hace Dios a todos: vivir el amor y ser verdaderos cristianos. Solo así podemos ayudar a que este mundo se convierta en un lugar mejor para habitar.
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