«Debajo del árbol», cortometraje realizado por César Cepeda en «Embryonic Producciones», nos trae una importante reflexión. ¿Es la vejez simplemente la conclusión de la vida o tiene un sentido propio? Un pobre viejo que apenas se puede mover, que ha perdido a toda su familia, ¿qué sentido puede tener el seguir viviendo?  

Bajo estas preguntas algunos han encontrado justificante para acabar con una vida que en apariencia debió haber terminado hace mucho. Se ve la vejez como un tiempo de espera, vacío y tristeza. ¡Con razón nadie quiere envejecer! Quién va a querer quedarse solo, ver el cuerpo arrugarse, contraerse y parecer un papel gastado listo para ser tirado a la basura.

Qué triste final. Mejor sería morir cuando aún conserve mis facultades. Si me quedo solo, qué va a ser de mí, acabaré seguro recluido en un asilo o peor aún tirado en la calle. 

Los que no somos aún viejos, pero tampoco somo aún los jóvenes audaces, empezamos a entender que todo ese sentimiento de superioridad y autosuficiencia que alguna vez sentimos se va diluyendo frente al temor de lo que naturalmente espera a nuestra existencia. Es como si dos enemigos estuvieran empezando a conocerse, cuando empezamos a darnos cuenta que las armas no son útiles para ganar la batalla y el rendirse frente a lo inminente parece ser el único camino posible.

Envejecer, no solo significa quedarse estático

Perdido entre los recuerdos de la vida que fue. Escondiendo una especie de rencor contra la vida joven que se levanta, añorando momentos, fortaleza, compañía, ese reconocimiento que parece que las canas hubieran borrado hasta hacerlo irreconocible, casi indigno.

Creo que la dificultad radica en la forma en que estamos entendiendo a la vejez. Tanto los «jóvenes», como los ancianos que la viven ya. Entendiendo el temor que causa el deterioro físico, la vejez bien entendida parte de la necesidad de aceptar interiormente el proceso de envejecimiento, no solo como el deterioro del cuerpo sino como una etapa de sabiduría y extrema fortaleza. No digo que esto resulte sencillo de hacer, en lo absoluto.

¡La vejez es también vida!

Y quien envejece bien, aceptando cada etapa de la vida, puede conquistar una vejez en la que entienda el conjunto de la vida. Capaz de observar, de servir con su experiencia, con su consejo y sabiduría, que es algo muy distinto a imposición y dominio sobre los más jóvenes.

Es también una responsabilidad. En la vejez se pueden reconocer tantas cosas, entender que muchas veces es necesario dejar de lado las teoría, para entender la prioridad del vínculo, de la comunidad, de ser comunión.

Entender las heridas que pueden haber causado las distintas etapas vividas y cómo estas han afectado a las siguientes etapas. Ser compasivo y comprensivo con los vicios y errores, propios y ajenos, empezar a mirar adentro preparándose para la continuación de una vida plena.

La vejez no es el fin

Es un nuevo inicio, más palpable para el creyente tal vez (por lo menos debería serlo). La vida misma de una persona longeva es una constante fuente de consejo y aprendizaje, del que bebemos muchas veces sin decir (o escuchar) una sola palabra de sus autores. 

La necesidad de aceptación de la vejez recae no solo en la responsabilidad de quien envejece, sino de toda la comunidad y su posición frente a esta. La soledad de un anciano que encuentra alegría en la caricia y compañía de un gato, nos debería hacer reflexionar frente a lo que sabemos, lo que aprendemos y lo que enseñamos sobre la vida y sus etapas.

No resulta sencillo aceptar la vejez, pero tampoco se hace más fácil negarla y elevar la juventud al único valor o al valor máximo de la vida. ¿Cómo nos estamos aproximando a nuestros ancianos?, ¿los escuchamos y valoramos?, ¿nos compadecemos de ellos y los ayudamos a superar etapas ya pasadas?, ¿tenemos la voluntad de escuchar sus consejos?, ¿de hacerles compañía y contemplar su vida como una gran enseñanza?

Cara a cara con la eternidad

La vejez es esa etapa en la que enfrentaremos casi cara a cara la eternidad. Una época tremendamente rica para prepararnos a ver el rostro de Dios, no solo para dar cuenta de nuestros actos.

Qué difícil llegar a viejo aterrado por una eternidad implacable. Qué hermoso poder llegar a ella con la ilusión de quién finalmente se va a encontrar con un gran amigo, con el mejor de todos, con el amor mismo, con aquel que ha extrañado toda su vida, por quién siempre preguntó y finalmente está a punto de ver.

La eternidad, la inexistencia del tiempo, es algo tan difícil de comprender, pero sí podemos comprender el amor, si lo hemos experimentado, si continuamos viviéndolo.

Este pequeño corto nos deja esa enseñanza, el amor que es atemporal que puede darse y recibirse siempre, en cualquier circunstancia. Que no necesita capacidades especiales, más que un corazón dispuesto. Esta es la enseñanza más importante que deberíamos apresurarnos en dejar a los más pequeños.

A renovar este aprendizaje en cada etapa del camino, a reconciliar heridas, a consolar, a dar alegría y a entender que la vida como la conocemos es tan solo un instante frente a la inmensidad de lo eterno.