infidelidad

El protagonista de este video, Chema, es un digno hijo de nuestro tiempo. Al menos, de la cultura secular de nuestro tiempo. El mundo contemporáneo considera al matrimonio como una institución mágica, como algo que necesariamente tiene que proporcionarle felicidad, porque «tengo derecho a ser feliz».  

Chema cree que su relación se estancó, y en ningún momento se le pasa por la cabeza que todo lo que le pasa, le pasa por su única y exclusiva culpa. Cree que su relación es rutinaria, pero no se plantea por qué han caído en la rutina, ni qué puede hacer él para evadir esa rutina.

Te comparto un video que habla de una «infidelidad programada» y algunas ideas que me gustaría compartir con el protagonista, si tuviera la oportunidad de hacerlo.

Querido Chema: te quejas porque el aire es gratuito. En primer lugar, si tu esposa te llama amorosamente para decirte que tienes comida en la nevera, y que no te preocupes por ella, que no va a llegar a cenar, porque le ha surgido un problema, tu deber de esposo es inmediatamente preguntarle: ¿qué problema?, ¿en qué te puedo ayudar?, ¿quieres que te busque?

El amor es un verbo, no un sustantivo abstracto, como quieren hacernos creer los lingüistas.

¿Cómo se demuestra el amor? ¿Cómo se llega a la infidelidad…?

Un dicho español antiguo lo expresaba así: «Obras son amores, y no buenas razones». El amor se demuestra amando. Y uno de los principales medios de demostrarlo es mediante la disposición inmediata para socorrer a nuestro cónyuge en sus necesidades y dificultades. De allí viene la palabra «cónyuge», tenemos la gracia y la bendición de «compartir el yugo».

Es muy injusto lo que haces, querido Chema: ella se preocupa por ti, te prepara tu comida, te llama para avisarte y cuando manifiesta que tiene un problema ni siquiera tienes la delicadeza de preguntarle qué problema tiene, ni cómo puedes ayudarla.

Y luego te pones a tontear. Planeas lo que parece una infidelidad. O en todo caso, sigues tonteando como tonto de remate que eres. Tu diálogo interior te lleva a preguntarte, después de que tu esposa se preocupó por ti (y tú no te preocupaste por ella) si las relaciones no tendrían que tener una fecha de caducidad.

Y tu relación con ella tiene una fecha de caducidad: nació muerta, ya que no te interesas en lo más mínimo en cómo está tu esposa, sino en cómo te sientes tú.

Es una relación egoísta, basada en tus necesidades, y no en el amor. Así es cómo luego llega la infidelidad…

¿«Derecho» a ser feliz?

Luego, como si la tontería que acabas de preguntar no alcanzara, sigues tonteando. Te enamoras instantáneamente de una mirada en un espejo. Y te preguntas inmediatamente si puede ser la mujer de tu vida.

Como tu relación ya la descartaste, porque te aburrió, y porque te estabas buscando a ti mismo, en lugar de buscar el bien tu cónyuge, entonces te crees con «derecho a ser feliz» y a buscar otra relación. No importa si en el camino destrozas a tu esposa. Lo único que importa eres tú, mi pequeño egoísta, interesado, ególatra, aprovechado y egocéntrico amigo.

El mundo gira alrededor de la pelusa de tu ombligo, todas las mujeres bellas son para ti y todas las buenas sensaciones también… porque tienes derecho a ser feliz, ¿no?

Pues no. No tienes derecho. Tienes la obligación de ser feliz. Es tu deber. Te voy a dejar caer una frase de San Pablo, a ver si se te ocurre en qué consiste la verdadera felicidad conyugal:

«Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5,25).

Nuestro amor conyugal tiene que configurarse como el de Cristo por su Iglesia: total, entregado, generoso, profundo. Es un amor que no piensa en lo que recibe, sino en lo que puede dar, en estar al servicio del otro, incluso hasta dar la vida, como Cristo hizo por su Iglesia.

Dios en su Infinita Misericordia te dio la oportunidad de que pudieras ver esto: que el amor es una elección. Y que es una elección voluntaria. Decidiste enamorarte de la mujer del auto azul, y dio la casualidad (o «Diosalidad») de que esa mujer era tu propia mujer. Tú puedes elegir todos los días a la mujer de tu vida: es la que elegiste, en primera instancia, tu esposa.

Y para hacerla feliz, no tienes que hacer grandes cosas: solo ser atento, estar atento a sus necesidades y sus problemas. Como dijo el Papa Francisco en el reciente encuentro mundial de Familias de Filadelfia:

«El amor se manifiesta en pequeñas cosas, en la atención mínima a lo cotidiano que hace que la vida siempre tenga sabor a hogar».

Para revisar en nuestra vida familiar

1. ¿Estamos en «sintonía» con las necesidades de nuestros cónyuges, hijos, hermanos o padres?

2. ¿Hemos caído en la rutina del egoísmo? ¿Buscamos más la felicidad de nuestros familiares que la propia?

3. ¿Entendemos a la familia como una alianza de amor y servicio?

4. ¿Hay pequeños gestos de desinterés que podrían anticipar una infidelidad mayor?