

Siempre le tuve miedo a la soledad. No sé que me hizo pensar que era sinónimo de tristeza y sufrimiento, tal vez oír historias de abuelitos abandonados en ancianatos, de alguien con depresión que no tenía a nadie con quién desahogarse. De familias desplazadas en las calles o de la mirada triste de un desconocido.
Pensaba «qué miedo quedarse solo en este mundo, sin nadie que te necesite o te extrañe» y ciertamente es algo que puede pasar, pero es necesario entender que hay dos tipos de soledad. La primera es a la que tal vez muchos le pueden temer, la soledad que llega a causa del abandono o el rechazo (valdría la pena preguntarse: ¿qué hice para terminar así?). Y la segunda es la soledad que llega como un regalo, como un respiro, un nuevo comienzo. Esa que nos hace encontrarnos con nuestro verdadero «yo».
Siempre pensé que la soledad era un castigo. Luego me di cuenta que era todo lo contrario y me vi reflejada en este hermoso cortometraje realizado por «Mango Rolo», como su primera animación y trabajo final para una clase de animación 2D. A veces nos hacen creer que la soledad es un monstruo al que le debemos temer y que para huir, necesitamos «ruido» en nuestras vidas.
La necesidad de encontrarnos a nosotros mismos
«No existen imágenes de soledad. No se sabe cómo se ve». Me encanta la analogía que hacen en este cortometraje, en realidad así sucede. Un día, cuando acogemos con amor a la soledad y entendemos que es necesaria y que además nos hace bien, nos sorprendemos a nosotros mismos abrazándonos.
Soltando todos los miedos, las heridas y las frustraciones. Los temores infundidos y las cicatrices que pensábamos, iban a doler toda la vida. Que necesario es así mismo, experimentar el dolor, sufrir y luego levantarse siendo personas más fuertes.
El ruido que nos impide apreciar lo verdaderamente importante
A veces somos nosotros mismos los que nos hacemos el camino más complicado. Ignoramos nuestras emociones o tratamos de disfrazarlas. Le mentimos a los demás y a nuestro propio «yo». Buscamos con fatiga placeres que al final solo nos hacen sentir más solos. Depositamos nuestra felicidad y confianza en lugares equivocados y finalmente dejamos que el ruido se apodere de la rutina.
No nos reconocemos a nosotros mismos, nos miramos al espejo y desconocemos el reflejo. El diario vivir se convierte en un sinsentido, pero muy en el fondo sabemos que algo no va bien. Entonces deberíamos hacernos la pregunta con la que concluye este corto: ¿Por qué temerle a algo que puede ayudar a encontrarnos?
¿Por qué le tememos tanto a nuestro propio yo?
¿Acaso Dios no nos regala cada instante una oportunidad para empezar de nuevo?, ¿por que nos aterra la idea de descubrir lo que se esconde en el fondo de nuestro ser? Está bien soltar, aprender a dejar ir, está bien decir «no» y cambiar de rumbo con el corazón latiendo a todo dar. Está bien dedicarnos tiempo a nosotros mismos, reconocer cuáles son nuestras debilidades y cuáles nuestras fortalezas.
Aprender a amar y valorar a la soledad se hace más que urgente en nuestros días. «En medio de esta globalización, aparecen muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo para vivir lo que se ha logrado; tantos medios sofisticados de diversión, pero cada vez más un profundo vacío en el corazón; muchos placeres, pero poco amor; tanta libertad, pero poca autonomía». (Papa Francisco)
Permítete estar solo, sin sentirte abandonado. Permítete disfrutar del silencio, sin sentirte ignorado. Permítete conocerte a ti mismo, sin sentirte avergonzado. Permítete amarte a ti mismo, antes de decidir amar a alguien más. Disfruta de tu soledad, porque es un regalo de ti, para ti.
0 comentarios