

A veces «siempre» no es para siempre, pero no nos enteramos de esto sino hasta que es hora de experimentarlo. Y, en ese momento, pareciera que no existen suficientes palabras de consuelo que nos ayuden a zurcir las piezas del corazón roto, tomarlo entre las manos y seguir adelante.
Cada alma es única, cada experiencia es distinta. Comparto un video –un poco raro, quizás– que nos grafica algo de esto: relaciones rotas, historias rotas, corazones rotos. Sin embargo, creo que detrás de todo eso, hay algo más. Pero para llegar a ese «algo más», es necesario atravesar por unas dudas, por unas preguntas, incluso por confusión, hasta finalmente llegar a las respuestas.
No existe un ¿por qué? es mejor preguntarse ¿para qué?
No entenderemos. No intentes descifrar por qué ni para qué. Solo te hará dar más vueltas a lo mismo (lo cual es poco agradable, además de infructuoso). El por qué, jamás lo sabrás. Solo Dios lo tiene entre sus manos. Pero sí podrías preguntarle para qué ocurren las cosas y de las respuestas que te vaya revelando, sacar fuerzas y sacar propósitos.
Aquí quisiera también destacar: tras poner tanta paciencia, tanto esfuerzo, tanto cariño, es inexplicable el dolor que se experimenta cuando todo eso se rompe. Y muchos se arrepienten de haberse «expuesto», de haber querido. «Al atardecer nos examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz), por lo que nunca hay que arrepentirse de amar –aunque salgamos «perdiendo»– menos si en ese amor se puso a Dios de por medio, si se intentó querer bien al otro, por amor a Dios – lo cual, ya sé, lastima mucho más… pero recuerda que es solo por un momento, hasta que se rectifica esta apreciación y comprendemos que en el verdadero amor no se pierde nunca, sino que se transforma; madura, crece, se desparrama y echa muchos frutos.
¿Qué hacer con un corazón roto?
Hay una diferencia entre un corazón roto y un corazón partido. Un corazón partido es aquel que está dividido entre dos señores. Es aquel que se sumerge en el egoísmo, porque no quiere renunciar a algo. No quiere aceptar la voluntad de Dios, cuando esta se ha manifestado fuerte y clara. Y así, ya lo dijo Jesús, no se puede servir a Dios.
Para no tener un corazón partido (dividido), no hay que escarbar en las grietas. Una ruptura puede ser sanada por Dios, si le dejo y ayudo. Pero si escondo la herida, si meto el dedo en la llaga, si la expongo de manera indebida y no pongo los cuidados necesarios… se infecta. Voy estropeando la capacidad de amar, que es la capacidad de darme, de hacer algo por alguien, de sacrificarme por un bien mayor.
Todos nos equivocamos
Quisiera decir que hay una persona que no te fallará. Pero la verdad, es que todos de alguna manera fallamos. Mejor dicho, ¡de muchas maneras! Y no, no encontrarás a alguien perfecto. Pero sí encontrarás a alguien «a tu medida». Llegará cuando menos lo esperes, quizás sin buscarlo. Quizás buscando algo distinto. Muy posiblemente, te sorprenda. No te desesperes, no te apures, no fuerces los tiempos ni momentos. Dije que todos fallan de alguna manera. Pero hay Alguien que no se equivoca: Dios sabe lo que hace, cómo lo hace, para qué lo hace y cuándo lo hace.
¿Qué hago ahora?
El amor queremos manifestarlo y lo hacemos en regalos, como podemos ver en el video del «Museo de relaciones rotas». Algunos pequeños, otros extravagantes, algunos más grandes. Cuando se acaba una relación, podemos seguir amando. El corazón, aunque esté roto, se puede seguir ejercitando en el cariño. A Dios y a los demás.
Servir al otro, olvidarme de mis «dramas», dejar de darle vuelta a «mis problemas» y mirar qué necesita el prójimo, ensancha la capacidad de amar, el corazón. Lo restaura.
Y creo que lo mismo podemos hacer a Dios, quien es el primero que nunca nos va a fallar. ¿Cuántos regalos le hemos hecho? ¿Cuánto tiempo le dedicamos? Cuanto más le demos, más nos enamoramos de Él. Y Él, como dije, es un Amor que no duele ni abandona. Al contrario: es un buen pagador, quien no se deja ganar en generosidad; cuanto más amor le manifestemos, de nuevo y en mayor medida nos volverá.
¿Cómo puedo volver a amar?
No hay que tener miedo al «siempre», ni al amor, ni a Dios. ¿Por qué digo esto? Porque, cuando se rompe el amor humano, se rompen las esperanzas que estaban puestas en un plano terrenal; y muchos podemos usar esta ruptura para justificarnos y querer matar también las esperanzas de lo eterno, por nuestra falta de lucha, por la desidia, dejadez… básicamente, por querer tirar todo por la borda. Creo que esto ocurre por dos motivos posibles.
El primero, ese «siempre» nos suena falso. Un vestido de novia, pasajes para un viaje, ahorros y planes compartidos, frases como «eres el único o la única para mí», «eres la mejor chica o el mejor chico que conocí», y el odioso «para siempre», todo se acaba de un día para el otro, cuando se acaba una relación. Equivocadamente, creemos que, el «siempre» no existe, «no puede existir, porque somos humanos y nos equivocamos»; nos olvidamos de que Dios es fiel, que Él no se equivoca y que cuando El promete darnos un amor a la medida de nuestro corazón, cuando nos habla de sus planes y nos invita a la eternidad… ¡es de verdad, es para siempre! No son palabras vanas, son palabras que valen la pena escucharlas. Y vale la pena —nunca mejor aplicada esta expresión popular— seguir esperando, seguir luchando.
Segundo motivo, honestamente no nos creemos merecedores de amor ni capaces de amar bien. Pero nos olvidamos que el Señor no desprecia un corazón herido, sino que lo ama, lo busca, porque quiere sanarlo. Nos olvidamos que Él entiende de corazones rotos, porque el Suyo, purísimo, amorosísimo, también fue atravesado por amor hasta no tener más Sangre que derramar por nosotros, hasta la última gota de Sangre y Agua. Contemplando esto, veremos que, por mucho que creamos sufrir, nunca nuestro dolor será tan grande como el que le hemos hecho cargar.
Y también está el ejemplo de nuestra Madre, cuyo Corazón Inmaculado fue atravesado por una espada, al ver a Su Hijo en esta escena. «¿Adónde se ha ido tu amado, tú, la más hermosa de las mujeres…?» (Cantares 6:1). Pero la historia no termina en el Calvario, sino en la manifestación de la Gloria del Señor.
Finalmente: la alegría
Pier Giorgio Frassati escribió una vez: «Me preguntas si estoy alegre. ¿Cómo no estarlo mientras la fe me de fuerzas? ¡La tristeza debe ser barrida del alma del católico! El dolor no es la tristeza, la más detestable de todas las enfermedades. Esta enfermedad es casi siempre fruto del ateísmo; pero el fin para el cual hemos sido creados nos señala el camino, sembrado, si se quiere, de muchas espinas, pero de ningún modo triste. Es alegre, incluso a través del dolor».
El cristiano observa el sufrimiento de una manera distinta, el significado del dolor es la esperanza, es la alegría. ¿Cómo estar alegre, cuando se caen al piso tantas expectativas, tantos afectos, tantas promesas…? Uno lo está cuando comprende que es hijo de Dios. Y los padres dan cosas buenas a los hijos, aunque a veces estos no lo entiendan. No entienden por qué no pueden meter el dedo en un enchufe o por qué el papá «malo» les quita un cuchillo. Lloran. Como también nosotros podemos llorar. Pero hay una razón, hay un sentido, que quizás entenderemos – o no – más tarde. Pero que, en resumidas cuentas, es lo mejor, es para mejor.
De la misma manera, tras cada sufrimiento que tenga lugar en nuestras vidas, podemos tener la seguridad de que hay un para qué, hay alguien (y Alguien) que no nos falla, hay –por cursi que suene– un final feliz… a su tiempo (a Su tiempo).
«A menudo nos sentimos desilusionados precisamente en el amor. ¿En qué consiste la grandeza del amor de Jesús? ¿Cómo podemos experimentar su amor?”. Y ahora, sé que sois buenos y me permitiréis hablar con sinceridad. No quiero ser moralista, pero quiero decir una palabra que no gusta, una palabra impopular. También el Papa debe arriesgar algunas veces en las cosas para decir la verdad. El amor está en las obras, en la comunicación, pero el amor es muy respetuoso de las personas, no usa a las personas, es decir, el amor es casto». (Papa Francisco. Encuentro con lo jóvenes en Turín 2015)
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