Cuando vi este video vinieron a mi cabeza un mar de pensamientos. El peligro de las drogas, la importancia de contar con buenos amigos, la crianza que tuvimos de pequeños, la fragilidad, la tentación. Pero quise detenerme en el amor propio. ¿Qué sucede cuando no tenemos idea de lo que valemos como seres humanos?, ¿qué pasa cuando lo único que sé hacer es coquetear con el pecado?, ¿y si solo sé meterme en problemas para sentirme «vivo»?

Qué triste es encontrarnos con situaciones como la que veremos a continuación, y al mismo tiempo, qué fácil es caer en ellas. Bastan apenas minutos, o tal vez segundos para arruinar nuestra vida para siempre, y de paso, causarle una herida irrefutable a los que nos quieren. No nos atrevamos a juzgar, pensemos por un breve momento que todos podemos ser la protagonista de este video, sin importar si creemos en Dios o no, si vamos a misa los domingos, si venimos de una familia creyente, si nos confesamos con frecuencia o si alardeamos de un carácter fuerte. Nunca digas nunca.

Todos somos vulnerables

Todos hemos sucumbido ante la tentación. Y en tema de drogas, alcohol, sexo o cualquier otra adicción solemos adoptar una postura de indignación, señalamos con el dedo, nos tapamos la boca, mesemos la cabeza con ese ligero movimiento que solo denota decepción. Pero no nos detenemos a pensar que antes de juzgar, hay que recordar que nadie está excepto de caer ante la tentación y el pecado, y no solo una sino millones de veces.

La muerte es uno de esos temas de los que a casi nadie le gusta hablar. Vamos por la vida con una pequeña nube negra que nos recuerda que efectivamente algún día moriremos, pero preferimos no pensar mucho en ello. Aunque creamos en Dios y sepamos que debemos ver a la muerte con otros ojos, nadie va por la vida alegre pensado ¡oh que linda debe ser la muerte!

A todos nos aterra la idea de morir. Y lo que sucede cuando coqueteamos con la muerte frecuentemente, es que efectivamente nos escuchará, responderá a nuestro llamado, nos picará el ojo y nos dará el gusto de tocarla. Si mi vida es un constante ir y venir entre el peligro, si todo lo que sé hacer es lastimarme a mi mismo, si destruyo, pisoteo y no valoro nada de lo que tengo, qué fácil es encontrarnos con la muerte cara a cara.

Amor propio

Después de dejar claro que no estamos exentos de caer en situaciones como la de esta chica, hay que pensar en el daño que nos hacemos a nosotros mismos. La droga es un infierno del que muy pocas personas logran librarse, y aunque la mayoría se escuden en el argumento pobre de «tener el control sobre ella», la verdad es que la droga es íntima amiga de la muerte. En cualquier momento nos puede ganar, acaba con nuestra vida, apaga la luz y se marcha tranquila a arruinarle la vida a otra persona.

Pienso también en el profundo dolor de los amigos y familiares que viven a la sombra de un adicto. En los padres que viven con el corazón destrozado, en aquellos que se despiertan sobresaltados a mitad de la noche pensando que en cualquier momento una sobredosis les puede arrebatar a su hijo. En esos buenos amigos que se han cansado de aconsejar, de levantar del suelo, de acompañar en el hospital, o de cuidar a ese amigo que siempre jura que esa fue la última vez.

Recordemos siempre que aunque no sepamos cuándo moriremos, esta vida se nos ha dado para disfrutarla, para cuidarla y apreciarla. Abracemos la oportunidad que Dios nos da cada mañana de comenzar desde cero, abracemos a la vida tan fuerte como podamos, aferrémonos a ella con la firme convicción de que somos dignos de cosas buenas, de cosas maravillosas, porque no somos hijos de cualquiera, somos hijos de Dios.