

Con frecuencia solemos escuchar a buenos cristianos descontentos con su vida de oración: «me cuesta rezar», «no le dedico el tiempo necesario», «a veces siento que no pongo los medios para acercarme más al Señor»… y así podríamos seguir con una serie de frases que escucho o que escuchamos hace mucho tiempo.
Lo que más me llama la atención es que no son «quejas» (aunque así suenan muchas veces), de principiantes o personas que recién están conociendo al Señor. Sobre esto quisiera hacer una brevísima reflexión, pero no por eso poco importante.
Pienso que por detrás de esas afirmaciones puede haber una aproximación moralista. Digo que «puede», pues no es necesariamente la única razón. Pero sigo adelante, y creo que van a entender a qué me refiero. ¿Qué quiero decir? Entender nuestras actividades espirituales —frecuentar la misa, la confesión, rezar el Rosario, leer las Sagradas Escrituras o un libro de santos— como si fueran una obligación.
Como si rezar fuera un asunto de cumplir «checks». Podríamos decir coloquialmente, «cumplir por cumplir». Si alguno de los que están leyendo este artículo siente que rezar es algo así como «cumplir requisitos», entonces hay algo que no está entendiendo bien de la vida cristiana.
La vida espiritual
Lo primero que me parece importante decir es que existe una diferencia entre «vida espiritual» y «actividades espirituales». ¿Cómo así? Cómo seres humanos, a imagen y semejanza de Dios, participamos de una doble dimensión de la realidad que nos circunda, y en la que estamos inmersos: la dimensión material y la espiritual.
Nuestra naturaleza es material y espiritual. Por lo tanto, así como podemos morir —y de hecho nos morimos— si no nos alimentamos con comida y bebida material. De la misma forma nuestra vida espiritual perece si no rezamos. Es decir, si no practicamos esas actividades espirituales que describí anteriormente.
La sensación o experiencia en la que quise hacer enfoque: «cumplir por cumplir» o una vida de oración «burocrática», responde a una pobre conexión o sintonía con nuestro mundo interior. ¿Qué significa esto? Si realmente entramos en nosotros mismos, y estamos en sintonía con nuestro corazón, con nuestro espíritu, necesariamente vamos a tener la experiencia de necesitar rezar.
Voy a querer rezar, pero no porque creo que es algo que debo, sino porque experimento que lo necesito. Porque tengo un anhelo interior que me empuja y reclama ese encuentro con Dios Amor. Me da gusto y placer rezar. Experimento gozo y satisfacción, porque estoy llenando ese anhelo profundo que radica en mi interior.
Todo lo opuesto a un cansancio pseudo-espiritual, por el cual parece que estoy perdiendo el tiempo. Siento que sería mucho mejor estar haciendo cualquier cosa, menos sentado, aparentemente, rezando.
1. ¿Cómo experimentar la sed de Dios?
El punto clave para resolver este asunto es que uno mismo conecte con su propio corazón. A veces por el activismo, la rutina, el trabajo o el afán del día a día, permanecemos «fuera de nosotros mismos», y poco a poco nos olvidamos de mirar hacia nuestro interior.
Tanto así, que cuando tenemos un tiempo para sentarnos con tranquilidad, y nos ponemos a pensar sobre la vida, sentimos «algo raro», como si estuviéramos entrando en un territorio desconocido. Precisamente, es esa dimensión interior, que probablemente, hace tiempo no nutrimos. Llegando en algunos casos a olvidar cómo la podemos experimentar 0 alimentar.
Lo más grave en todo esto es que, si no tenemos esa vida espiritual, o una vida en el espíritu, no podemos ser cristianos. Lo esencial de la vida cristiana es el encuentro personal de amor con Jesucristo. Jesús es una persona real, con quien me puedo relacionar, amar.
Si la oración no significa o se traduce en una experiencia existencial y muy vivencial de un encuentro siempre renovado con el Señor de la vida, entonces, nuestra oración es fría, es rutinaria. Muestra que debemos hacer algo para tocar las fibras interiores de nuestro corazón. ¿Se dan cuenta que si sienten su oración como un deber o algo burocrático, entonces no la están viviendo como ese encuentro con alguien real, que existe?
No temas suplicarle a Dios su ayuda, háblale, escríbele, encuentra la mejor manera de comunicarte con Él y confiésale a viva voz que estás sediento por Él.
2. ¿Qué puedo hacer entonces?
No quiero hacer ninguna recomendación complicada. Simplemente apelar a tu paciencia y confianza en Dios. Pedir con humildad que el Señor toque tu corazón, y te conceda la gracia para escuchar su voz, que constantemente está tocando a la puerta de tu corazón:
«Mira que estoy a la puerta y llamo; el que escucha mi voz, y abre su puerta; Yo cenaré con él y él conmigo» (Apocalipsis 3, 20). Vuelve a experimentar esa mirada del Señor, quién te llamó a ser cristiano. Recuerda ese «primer amor» por el que eres cristiano.
Enamórate de nuevo de Cristo. Cuando estés arrodillado frente al Santísimo, pídele a Jesús —con todo tu corazón— que sea Él quien convierta tu corazón de piedra, en un corazón de carne, que lata a unísono con el suyo. ¡Ah… y no te olvides de María! Ella seguramente quiere que sientas ese amor tierno por su Hijo. Te súper recomiendo el curso online «Crecer en la vida de oración» ¡Estoy seguro de que te servirá!
Excelente artículo, me ha ayudado mucho, pues amo a Dios a nuestro señor Jesucristo y la Virgen María, pero los rezos me cuestan un poco de trabajo, gracias por todos sus artículos que nos ayudan a seguir creciendo en la FE