

Aceptémoslo, alguna vez hemos pensado o sentido que a alguien a quien conocemos o no «le va mejor». «Nadie lo tiene tan difícil como yo», «otros tienen mejor suerte», «María tiene un mejor trabajo», «Pepe se pasa viajando». Compararse con los demás es algo que puede brotar de manera consciente o inconsciente. Podemos consentir o desechar esas ideas.
A continuación, te comparto un comercial buenísimo – de Amstel Ultra junto a Rafael Nadal – porque creo que en pocos segundos lo deja clarísimo. Debería señalarle el mérito de que con pocas palabras lo dice todo… pero, aun así, luego de que lo veas, quisiera compartirte un par de ideas que podrían aportar algo extra.
Compararse con los demás es ver en forma parcial
Es extremadamente trillada la expresión «cada uno pelea batallas que no conocemos» o «solo vemos una cara de la moneda». Sin embargo, son muy reales.
Cada uno tiene sus penas o, al menos, algo más que percibe que «le falta». Si perdemos esto de vista o si incluso empezamos a sentir los aguijonazos de envidia, nos estaríamos olvidando de algo muy importante: rezar por ellos.
Si somos conscientes de que nadie es perfecto, rezaremos por quienes están luchando con un defecto. Si recordamos que nadie tiene una vida ideal, rezaríamos por quienes pasan una dificultad. Si entendiéramos que todos tenemos una Cruz que cargar – todos tenemos una Cruz que cargar, aunque no todos las hagamos evidentes a los ojos ajenos -, nos preocuparíamos y ocuparíamos de que a nuestros hermanos no les falte una oración que los sostenga cuando sientan y crean «no puedo más».
Conocernos y descubrir nuestros dones
Otro aspecto que me parece importante para tener en cuenta es que, cuando uno comienza a compararse con los demás, mira más hacia fuera que hacia dentro.
Claro que no tenemos todo lo que querríamos tener. A algunos nos falta menos, a algunos falta más. Pero todos percibimos eso: «algo me falta». Y pensamos: «los demás tienen eso que a mí me falta».
¡Pero tenemos lo que necesitamos! Porque puede ser que Dios permita que nos falten cosas (dinero, salud, compañía, trabajo, etc.), pero no más allá de lo que nos permita amarle; no más allá de lo que nuestras fuerzas permitan.
En ese escenario, debemos entender que eso no significa solo que «no nos quita todo» sino que «nos da lo necesario». Él se encarga de revestirnos de los dones que nos ayudarán a ser plenamente felices, a realizarnos, a poder decir con satisfacción «no tengo todo lo que quiero, pero tengo todo lo que necesito… y eso es mucho, ¡eso es todo!».
Pidamos a Dios que nos ayude a conocernos mejor, para reconocer mejor todas las cosas hermosas que Él ha puesto en nosotros.
Final inesperado: ¡compararse con los demás a veces está bien!
Claro que sí: hay personas con las que podemos compararnos y de ello sacar muchos frutos. En primer lugar, la Persona de Jesucristo. Teniendo nuestras particularidades y temperamentos diferentes, estamos llamados a identificar nuestra personalidad con la de Jesús.
Él nos dio un ejemplo tangible y explícito de cómo hemos de llegar a ser. Perfecto Hombre, nos dice que si asemejamos nuestro corazón al suyo y «copiamos» sus virtudes, preocupaciones, intereses y afectos, descubriremos que llegamos a ser «más nosotros».
Además, en el Cielo abundan – pero no rebosan – historias heroicas de personas que amaron con madurez y sencillez a Dios. Santos que fueron muy diversos… pero todos tuvieron en común su amor a Dios y las virtudes que demostraban ese amor.
Con nuestra manera de ser, nuestros talentos y lo que nos hacen únicos, podemos imitar a estos amigos santos en sus virtudes.
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