

Sísifo y la rutina absurda: Cuenta el mito griego que Sísifo, castigado por los dioses por burlarlos a fin de conseguir dinero y propiedades, tenía que empujar una piedra hasta la cima de una montaña. Siempre que estaba a punto de llegar, la piedra caía nuevamente hasta el fondo… e innumerables veces tendría que intentar subirla cada vez que cayera.
¿No es así como sentimos, a veces, el día a día? Sentimos que todo está en nuestra contra. Con el estrés a flor de piel y el hartazgo en esta cultura de la vorágine y lo espectacular, empezamos a odiar a todos y todo, porque parecen dificultarnos el camino para nuestra felicidad.
Recuerdo una vez que intentando arreglarme para salir a la universidad, grité «¡Odio las leyes de la física: todo se cae y se rompe!». A ese nivel llegamos de no soportar lo que es sencillamente natural, normal.
¿Tomar pastillas o abandonarlo todo? Ninguna: la calma. Hace poco, volviendo de un viaje en el que pude convivir con gente relajada y con buen sentido del humor, me di cuenta, al volver a mi ciudad y mi rutina, que andaba menos apresurada. Que me preocupaba menos y que todo me parecía que se podía disfrutar más.
Todo esto se debía a una simple actitud: la calma. Dejé de correr, de apresurarme y empecé a hacer todo sin presionarme. Esto mejoró varios aspectos, no solo obtuve descanso físico y mental, sino, lo más impresionante: descanso interior, capacidad de encontrar a Dios en mí, en todos y todo.
¿Por qué puede transformarnos tanto la calma?
«Sal y ponte en el monte ante Yahveh. Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva. Le fue dirigida una voz que le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?».
1. La calma nos manifiesta la verdad, a Dios
«Dios se revela en la brisa suave». A veces reaccionamos como huracanes que arrasan todo por donde pasan con tal de cumplir con unas expectativas y rutinas, un «deber ser» que responde a lo que querría la sociedad más no es lo que somos realmente nosotros —por tanto desea Dios—.
Arrasamos incluso con nuestros sentimientos, deseos, recuerdos, raíces, sueños. A veces vivimos como temblores que se asustan ante cualquier posible falla o fracaso. Sentimos que Dios no está porque nosotros tampoco estamos presentes.
Todo aquello que cause ansiedad, ruido y miedo no viene de Dios. Y así lo asegura San Ignacio de Loyola en sus «Reglas de discernimiento». Por eso, cuando estamos ansiosos todo nos parece caótico, obstáculo, nos desesperamos y desesperanzamos.
Si queremos salir del hoyo negro que sentimos que nos ahoga, es momento de reconocernos, antes que nada, llamados a la calma por el mismo Dios. Nos permitirá percibir mejor nuestra verdad, la verdad de Dios y la de los demás.
2. La calma nos manifiesta nuestra misión
«Pero no estaba Yahveh en el fuego». Tenemos días de querer comernos el mundo, de salvar a todas las almas, de meternos al gym, a 10 voluntariados y cinco maestrías. Y dos días después estamos en cama preguntándonos el sentido de nuestra vida y de Dios.
Vivir en calma nos permite mirarnos en el aquí y el ahora: conscientes, presentes. Percibimos la vida que nos rodea por gracia de Dios, cada sensación, cada hoja de una planta, cada persona que vive con nosotros y lo mucho que vale. Percibimos nuestro ser y estar en el mundo como parte de él… de Dios. De algo más grande que cada día nos da vida.
Vivir en calma nos saca de nuestro propio narcisismo, que nos hace creer que estamos solos y que solos sobrevivimos. Nos abre a la verdad de que somos hermanas y hermanos por un mismo Padre que nos regala este basto mundo por amor, para que amemos y seamos amados. Cada momento es un regalo suyo para nosotros, no le rehuyamos.
3. La calma nos devuelve autoridad sobre nosotros mismos y lo que hacemos
«¿Qué haces aquí, Elías?». A veces no sabemos ni por qué estamos corriendo, desesperados, enojados, queriendo quitar una piedra invisible. Es por eso que los santos recomendaban momentos de pausa, como Jesús, lejos de todo.
Son momentos necesarios en donde podemos escuchar a Dios que nos pregunta con nuestro propio nombre: «¿Qué haces aquí?». En esta pregunta entra cada momento de nuestro día, levantarse, bañarse, alistarse, comer, trabajar, transportarse, reunirse, ejercitarse, limpiar, dormirse… ¿Por qué lo hacemos, por qué aquí, por qué así?
«¿Por qué corres?». ¿Por qué reviso mis apps cada 15 minutos?, ¿por qué como rápido, ignoro a tal persona, por qué este hábito, por qué esta relación, este compromiso, este odio, este enamoramiento?
Dios nos quiere ver plenamente realizados y nos hace constantemente esta pregunta, de modo que no vivamos al azar sino por elección/libertad y con alegría.
Aprendamos a tener momentos de pausa cada vez que sintamos que actuamos sin paz, enojados, ansiosos. Dejemos que Dios nos libere de los hábitos enfermizos que nos agotan mental y espiritualmente. Para esto sirve el examen del día y los Ejercicios Espirituales.
4. La calma nos enseña a vivir en paz con nosotros y con los demás
«Como María, queremos aprender a estar» (Papa Francisco). Contrario a lo que se nos muestra en los medios. Cuando desactivé el #ModoUrgencia, me di cuenta que mi mente divagaba menos en el pecado, en la queja del otro y de mí, me sentía más pronta para servir y amar, menos obsesionada con mis faltas y las de los otros.
Más presente, agradecida, alegre, coherente, enérgica. Y no es algo extraño, si en «el viento suave» se encuentra Dios, es obvio que compartiendo su calma nos llenamos de Él, de virtudes, de gracias. Estas nos enseñan como Él, a percibirnos y percibir a los demás con más suavidad, ternura y verdad.
La ansiedad puede esconder un sentir de que deberíamos estar siempre en un lugar diferente, que no encajamos. ¡Pidamos a Dios la gracia de realmente disfrutar del aquí y el ahora que nos regala, que nunca estamos solos, que siempre nos acompaña y que nunca haremos algo sin su amor!
5. Consejos de santos para recuperar la calma y olvidar la ansiedad
He aquí los consejos de los santos para ayudarnos a revivir a Dios en su calma dentro de nosotros.
— «Los grandes obstáculos contra la santidad son la ansiedad y el desaliento». (Jesús a Santa Faustina, del Diario de Santa Faustina)
— «Nunca te apresures, haz todo con tranquilidad, con calma de espíritu. No pierdas tu paz interior, aunque tu mundo parezca derrumbarse». (San Francisco de Sales)
— «La ansiedad es el mayor mal que puede caer sobre un alma, excepto el pecado». (San Francisco de Sales)
— «Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz. Que nada te turbe. Que nada sea capaz de quitarte tu paz… Y en el fondo de tu alma coloca, antes que nada, como fuente de energía y criterio de verdad, todo aquello que te llene de la paz de Dios… Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida y de las promesas de Dios». (P. Teilhard de Chardin)
— «…La enflaquece o inquieta o conturba a la ánima quitándola su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal espíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna». (San Ignacio de Loyola)
— «Guárdense de la ansiedad y de las inquietudes, porque no hay cosa que impida tanto el caminar hacia la perfección». (Padre Pío)
— «No te preocupes por cosas que generen preocupación, ansiedad y alteración. Solo una cosa es necesaria: animar el espíritu y amar a Dios». (Padre Pío)
— «El ayer ya no está. El mañana no ha llegado. Solo tenemos el hoy. Empecemos». (Sta. Teresa de Calcuta)
— «Lo que realmente importa en la vida es que somos amados por Cristo y que lo amamos de vuelta. En comparación con el amor de Jesús, todo lo demás es secundario». (Sn. Juan Pablo II)
Que bello y consolador, gracias por reunir al final tan útiles consejos de los santos. Dios les bendiga! 🙏🏻
¡Muy bueno el artículo!